Director y actor: «One-Eyed Jacks» o «El rostro impenetrable», carta abierta a Marlon Brando

¿Pensaste que era necesario llevar este drama a la pantalla? ¿Contarle al mundo de manera metafórica el odio que sentías por tu padre? ¿Lo pensaste desde mucho antes de embarcarte en «El rostro impenetrable»?

Por Jorge Scherman Filer

Publicado el 2.10.2017

El récord es ambiguo. Lo que sabemos de tus primeras incursiones literarias se remontan a tu entrevista con Capote en 1956. Allí en Kioto estabas preparando el guión de una película del oeste que se llamaría «A Burst of Vermilion» («Un estallido carmín»), y también pensabas dirigirla. Luego de desechar a guionistas a quienes les habías entregado tus ideas, te embarcaste directamente en su escritura, ayudado por un joven a quien Capote llama Murray (sabemos que era en verdad Carlos Fiore). El tema del rencor ya estaba presente, pero las referencias autobiográficas no se dejaban traslucir de tus palabras: “A Burst…: no es simplemente una película de vaqueros e indios. Trata de un muchacho mexicano, de odio y discriminación. De lo que pasa a una comunidad cuando existen esas cosas”.

El proyecto, que pensabas iba a ser la primera película de Pennebaker no llegó a término, pero pronto te embarcaste en «One-Eyed Jacks» (1961), el título original en inglés de «El rostro impenetrable». Barajaste, entre otras opciones, la idea de hacer un western basado en «El conde de Montecristo», pero no funcionó. Luego te basaste en la novela de Charles Neider, «La muerte auténtica de Hendry Jones» –traducido el título al castellano. Al principio, tu idea de dirigir se la cediste a Stanley Kubrick, pero no le gustó el guión. Solo te dijo: “Marlon, lo he leído y no entiendo de qué se trata esta película”. Con tu humor y gusto habitual por la hipérbole le respondiste que se trataba de los US$ 250.000 semanales que debías pagarle a Karl Malden. Entonces te contestó Kubrick: “si de eso se trata, estoy en la película equivocada”, y se marchó a dirigir «Espartaco».

Otras versiones dicen que las diferencias con el famoso director se centraron en el reparto. Como sea, afirmas que luego lo intentaste con el siempre admirado Kazan, con Lumet, y otros tres directores, pero ninguno accedió. Entonces tomaste la batuta de «El rostro…», y te encarnaste en Río Kid, el protagonista del film. No tuve otra opción, concluiste, y te dedicaste con pasión a tu criatura, pretendiendo emular a Chaplin y otras estrellas de cine que no resisten la tentación de autodirigirse y comandar a todos los actores. El guión lo compartiste, pero sin duda querías y lograste ser el dueño de todo el show. En vez de tres meses en rodar, te demoraste seis (la primera mitad de 1959), y los US$ 2 millones del presupuesto original, llegaron a ser US$ 6 millones. Filmaste algo menos de medio millón de metros de película, todo un récord, de los cuales se imprimió la cuarta parte. Según Schickel, seis y tres veces más de lo usual, respectivamente. Al final, editaste una película de seis a ocho horas de duración, que finalmente el estudio redujo a dos horas y veinte minutos. ¿A qué respondía todo este despropósito?

Tu respuesta o explicación es directa, pero también puede ser interpretada como un dardo lanzado a los barones de Hollywood –específicamente a la Paramount–, siempre pendientes del programa de filmación y las ganancias:

A la quinta semana, e incluso al quinto mes, estaba todavía tratando de aprender… Traté de imaginar qué hacer sobre la marcha. Varios escritores trabajaron en el guión –Sam Peckinpah, Calder Willingham– y finalmente Guy Trosper; él y yo improvisábamos y reescribíamos entre tomas y setups, a menudo hora a hora, a veces minuto a minuto. Algunas escenas las rodé una y otra vez desde diversos ángulos con diálogo y acción diferentes porque no sabía qué estaba haciendo. Componía las cosas en el momento, sin saber hacia dónde iba la historia.

Afirmabas que estabas rodando un film y no un programa. Y el productor, Frank Rosenberg, llegó a decir: “Esto no es una película, es una forma de vida”.

Puede que todo esto sea cierto en relación a los detalles, a las pequeñas historias, secuencias y tomas que alimentan toda narración en el cine, pero el tema central de «El rostro…» es cristalinamente claro: traición, odio, venganza y amor. Es Río Kid abandonado y preso con un engaño por parte de Dad Longworth (Kart Malden), sobre quien te tomas el peor de los desquites. Seduces y engañas primero a su hijastra Louisa (Pina Pellicer, quien ganó un premio a la mejor actriz internacional en el Festival de Cine de San Sebastián por esta actuación), eres capturado, huyes con la ayuda de la joven –porque, ¡oh, sorpresa!, te enamoras de ella– y al final, contra tus deseos de hombre redimido por el amor, lo matas para poder huir, todo dentro de un típico final de western.

Pero, hasta donde sabemos, el guión que le entregaste a la Paramount era más trágico: Río y Louisa mueren también en la escena final, lo que según Malden hubiera convertido a «El rostro…» en una película de culto dentro del género:

Con Jacks, Paramount echó a perder la única película que él produjo y dirigió. Ellos cambiaron el final y una escena crucial. Habría sido un clásico, pero debido a la interferencia del estudio se perdió la premisa de que las situaciones y circunstancias hacen a un villano. La grandeza de Brando como actor se hizo ver en su dirección; él podría haber sido uno de los mejores.

El título en inglés y su traducción al castellano dice mucho acerca de cómo Río Kid va manejando la venganza. Dad Longworth ha pasado de ser un bandolero que roba bancos a un respetado sheriff de un pequeño poblado californiano en Monterrey, donde ha contraído matrimonio con María (Katy Jurado), cuya hija se transforma a primeras luces en el chivo expiatorio de las verdaderas intenciones del vengador. Río Kid le dice en un momento a su ex compinche y otrora padre sustituto: “En estos alrededores tú eres el tuerto Jack [como el jaco del naipe], Dad. Yo veo el otro lado de tu rostro”. Con un poco disimulado dejo de perfidia, Río Kid es quien miente (a Dad y originalmente a Louise), y se esconde tras un falso perdón por el agravio de la felonía. Él también tiene dos caras. Mas Dad Longworth pronto tendrá la oportunidad de darle su lección al embaucador.

Así, en una equívoca vuelta de tuerca de la historia, Río Kid mata a un vaquero borracho, quien está abusando a una mujer en un bar (dejando entrever al paso tu vieja pasión por defender a los más débiles). Dad Longworth tiene entonces la mesa servida y se cobra revancha por la seducción de Louise y la falsedad de Río Kid. Lo detiene, lo amarra a una empalizada de rodillas, para luego proceder a azotarlo a espalda descubierta haciéndolo sangrar y, terminado el castigo, quebrarle la mano derecha con un sabor a “justicia”, violencia y frialdad que eriza la piel del espectador.

Y en esta brutal escena reapareces con tu vocación por el martirio. El mismo de «El salvaje» y «Nido de ratas» un lustro antes, o de La jauría humana a mediados de los años ‘60. El rebelde, el vago y aquí el Cristo castigado y sacrificado por un Dad malvado, que en este caso no se ha redimido por más que se presente ante el mundo como un padre y marido ejemplar. La alusión bíblica al mártir no es la única en El rostro…: Río Kid debe huir y dejar a su amor que lleva un hijo en sus entrañas, pero le promete volver a buscarla; la virginal Louise lo despide montada en un caballo blanco. Y quizá lo más significativo, que Sam Peckinpah vio claro mientras alcanzaron a trabajar juntos en el film: “Hombre extraño Marlon… Siempre haciendo un número acerca de su imagen en pantalla, acerca de cómo la audiencia no lo aceptaría como un ladrón, sino solo como un pecador caído”.

Este subtexto es importante, sin duda, mas es evidente que en un nivel menos metafórico la muerte de Dad Longworth en manos de Río Kid no deja mucho lugar a dobles lecturas. Dice Schickel al respecto:

Dad, Dad, Dad. Un hombre suave, bien hablado y piadoso. Altamente respetado en la comunidad. Aunque un hombre con una vida secreta. Un traidor de confianzas. E inconscientemente cruel con su Kid. Quien es inarticulado. Un hombre joven que coloca un rostro duro por encima de sus sensibilidades. Un hombre joven quien, a pasar de sus maneras rudas, no duda en defender a los débiles. Eventualmente, Kid mata a Dad. ¿Qué podría haber estado pensado este autor sin créditos del guión? Uno recurre a la ironía solo para evitar maltratar lo obvio…

Pero qué decir de la película en sí misma. Las opiniones están divididas. Aunque es sin duda lenta, tiene una actuación de alto nivel, la tuya, de Malden, Pellicer y Slim Pickens como Lon Dedrick, el ayudante de Longworth. Y la fotografía es maravillosa. El interés y los recovecos de la trama exceden largamente la película habitual del oeste. Dentro de su género, supera por mucho a la media. Tus detractores no dudaron en calificarla despectivamente: “un viaje al ego por Marlon Brando”; “Stanislavski en la montura”; y “el cowboy del Método.” Dennis Schwartz dice que es tediosa y que subyacente a la relación edípica entre Dad y Kid hay fuertes insinuaciones de homosexualidad, y que el resultado es un western de autor acerca de la violencia sádica y enredosos objetivos de revancha y el actuar macho.

Por su parte, Brian Koller afirma que no sabemos si hubiese resultado mejor dirigida hasta el final por Stanley Kubrick, aunque de seguro Río Kid hubiese sido menos heroico y los aspectos románticos hubieran tenido menor relevancia. Lo bueno es –dice este crítico– que la película es entretenida, interesante y original. Y, con ironía, afirma que supera a Espartaco.

Por último, Kevin N. Laforest del Montreal Film Journal, luego de deslizar una crítica al argumento –que Dad Longworth pase de ladrón de bancos a sheriff– no duda en rescatar la complejidad de la trama para una película de este género, lo entreverado de la venganza de Río Kid. Y afirma: “Realmente es más un estudio de un personaje aun cuando está ambientada como western. La dirección de Brando es sorprendentemente segura. Las imágenes y el paisaje son magníficos, y la actuación es simplemente fabulosa”.

En cuanto a tus propias opiniones, uno no sabe muy bien qué pensar. En tu autobiografía dices que es una de tus películas favoritas. ¿En general, de las que actuaste, o dirigiste (fue la única)? Después que se estrenó, tus palabras fueron de repudio al trabajo realizado, más bien críticas, siempre volviéndote contra ti mismo, y uno no sabe si porque repudiabas tu labor o por los cambios y recortes del estudio. Tu conclusión cerca de los setenta años es curiosa:

Paramount dijo que no le gustaba mi versión de la historia; yo tenía a todos los personajes de la película como mentirosos, excepto a Kart Malden. El estudio la cortó en pedazos e hizo de él también un mentiroso. Para entonces ya estaba aburrido con todo el proyecto y me mandé cambiar.

A la luz del nombre de la película y el personaje de Dad Longworth, ¿cómo podría ser alguien que dijera la verdad? ¿Y Louise, excepto el miedo de confesarle la verdad a su padrastro por razones obvias, puede ser considerada una mujer falsa a las alturas de Dad Longworth y Río Kid?

Sin embargo, tus opiniones al momento del film, y no treinta y cinco años después, tuvieron mucho de mascarada: que no respetas el trabajo de actuación, que era una vida de vago que llevaba a la autoindulgencia, y que dirigir era como ser un policía del tránsito emocional (tu gusto por los aforismos), que El rostro… era solo un producto y que las películas no son arte y una frase ridícula (el adjetivo es de Schickel) para el bronce: “Yo soy un hombre de negocios. Yo soy un capitán de la industria –nada más. Cualquier pretensión que pudiera haber tenido de ser un artista son ahora solo una fría esperanza”.

De verdad es una lástima que te hayas hartado para siempre de tu criatura: como dice Malden y más de un crítico, podrías haber llegado a ser uno de los directores más destacados. Pero el trabajo ya estaba realizado: aunque sea metafóricamente, te habías vengado de tu padre. ¿Exagero? Terminemos este capítulo con tus propias palabras:

No sé qué haría si mi padre estuviera vivo hoy [estamos a principios de los años ‘90]. Después de que murió, solía pensar, “Dios, dámelo vivo solo ocho segundos; eso es todo lo que quiero, solo ocho segundos porque quiero romper su quijada”. Quería aplastarle la cara y verlo escupir sus dientes. Quería patear sus los testículos dentro de su boca. Quería arrancarle los oídos y comérmelos delante de él. Quería separar su laringe de su cuerpo y pateársela dentro de su estómago. Pero con el tiempo comencé a darme cuenta de que mientras sentía de esta manera yo nunca sería libre hasta que erradicara estos sentimientos dentro de mí mismo. Con el tiempo, también puedo haber visto un poco de él en mí. Tal vez estaba en mis genes. Él era un hombre muy colérico, como yo la mayor parte de mi vida.

¡Oh! Dad y Kid, ¿cabe alguna duda de los rostros tras los disfraces de «One-Eyed Jacks»?

 

Río Kid en «El rostro impenetrable»

 

Río Kid va a escapar de la cárcel en «El rostro impenetrable»

 

Imagen destacada: Un fotograma del filme «One-Eyed Jacks» (1961), dirigido y protagonizado por Marlon Brando