«Prefiero que me coman los perros»: Un reflejo brutal en un canto insondable

Una puesta en escena de elementos reducidos, pero elaborados, da pie a la presentación de este montaje de la dramaturga Carla Zúñiga. Dos sillas confrontadas sobre un altillo delante de un espejo, que duplica la imagen y encara al público.

Por Faiz Mashini

Publicado el 29.08.2017

Es justamente la confrontación lo que define el desarrollo de la obra, y la puesta en escena ya lo establece así desde la primera instancia por la disposición de los elementos. Se presenta a los personajes exponiendo una relación entre una psicóloga indiferente y una paciente con exceso de apego, y es en ese vínculo dicotómico, contraproducente, donde se van desvelando poco a poco las verdades internas de ambos sujetos: una buscando a la otra y la otra rehuyendo de la primera. La paradoja de una relación forzada.

Con la intrigante dramaturgia de Carla Zúñiga y la cuidadosa dirección de Jesús Urqueta, nos encontramos frente a una pieza directa y concisa en cuanto a lo que se refiere “hacerse cargo” de las coyunturas sociales desde el reflejo de la realidad, que se encuentra en el arte.

«Prefiero que me coman los perros» es protagonizada por Nona Fernández, Monserrat Estévez, Cristián Keim y Nicolás Zárate, los que con una actuación asertiva en cuanto a lo gestual y sin excesos, logran denotar lo sensible de los traumas particulares de cada personaje.

En algunas películas de Ingmar Bergman vemos la presentación de las apariencias que se destapan en verdades perturbadoras tras la intimidad que surge a la superficie como en “Escenas de la vida conyugal” o “Sonata de otoño”. La insoportable realidad causa en el personaje la angustiosa situación de verse acorralado y sin salida. Hay una razón para que la paciente busque desesperadamente más allá de lo profesional a su terapeuta, incluso al punto de pretender una amistad profunda y, a su vez, una razón para que la psicóloga quiera alejarse y dejar de atenderla. Cada quien tiene su secreto, cada cual su verdad, y tomarán rienda en la trama para romper los roles de posición y mostrar lo mísero que hay en lo cotidiano. Con el uso de ciertos toques de humor, un tercer rol entra en escena para mostrar la ridiculez que hay detrás de nuestra fragilidad mental y reforzar el síntoma de una sociedad de individuos solos y carentes. Tal es el caso de un policía incapacitado para ejercer, puesto en un cargo que no puede cumplir con regularidad, dándonos a entender que es el sistema el que nos encasilla en la esclavitud laboral.

Fotografía del montaje de «Prefiero que me coman los perros»

El personaje principal tiene un pasado tortuoso, un secreto que no le permite vivir, un error que la afectó con una cicatriz perpetua, una marca imborrable de dolor. En «Áyax» o en «Edipo rey», de Sófocles, el error trágico es tan perturbador que no queda otra cosa que el suicidio o la mutilación. Así se presenta el dilema en esta obra, un acto ocurrido en Chile, una acto que nos lleva a reflexionar, que nos pone en tela de juicio sobre cuántas de las cosas que vemos a diario en las noticias, son realidades soportables de recordar. Eso es la realidad y así debemos presentarla, y esto, sin duda, es una responsabilidad del artista.

El espejo frente al público es una temática que se ha llevado a cabo en la pintura, por ejemplo en el retrato de la familia de Carlos IV por Francisco de Goya y Lucientes, donde la tela en sí simula un espejo como diciendo: “¡Mírense, estos son ustedes, ahora oféndanse!” El espejo frente al público es el reflejo de una sociedad. Lo que ocurre en escena es un extracto reducido de lo que es retratado afuera, simbolizando esa prisión de las carencias del sin tener otro lugar más al que ir, y donde no queda otra opción que la fatalidad.

Se presenta un padre que no existe, un fantasma, como una alucinación. Pero es la oposición del padre, es el flagelo de una voz interna, una alucinación que la castiga como un látigo de tortura psicológica, un personaje imaginario y sádico que le recuerda su pasado y no la deja respirar. Resuelto por una proyección etérea sobre el espejo, pero al mismo tiempo pesada y aterradora. Un pito ensordecedor y constante acentúa el malestar del estado de la pieza, tensionando la problemática puesta en escena. Un título necesario para reflexionar, haciéndose cargo de la realidad, problematizando nuestros aconteceres.

Para quienes no tuvieron la opción de verla, la obra volverá a ser montada en noviembre, en el teatro Taller Siglo XX Yolanda Hurtado.

Crédito de las fotografías: Francisco Herrera