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«1995: El año en que todos nos volvimos un poco locos»: Un musical que rememora la adolescencia

El montaje que se exhibió hasta hace unos días en la sala Nescafé de las Artes de Santiago es una puesta en escena que viene a revitalizar el espacio teatral, entregando nuevas notas a la casi siempre austera escena dramática nacional, en un desempeño global que muy poco tiene que envidiar a musicales de tremenda factura como los de la calle Corrientes en Buenos Aires, o los clásicos de Broadway.

Por Jessenia Chamorro Salas

Publicado el 19.11.2018

Este 2018 ha sido un año en que los grandes montajes musicales han tomado protagonismo en la escena dramática nacional, no se trata de una novedad para el teatro chileno, el que se ha caracterizado por tener obras maestras en el género que permanecen hasta el día de hoy patentes en la memoria local, tales como la emblemática La pérgola de las flores de Isidora Aguirre, y la afamada La Negra Ester de Roberto Parra y dirigida por Andrés Pérez, se trata más bien de un retorno hacia esos grandes espectáculos, en donde el teatro y la música conforman una potente sinergia sobre las tablas, tal es el caso de Condicional escrita por Álvaro Díaz, dirigida por Elvira López y montada recientemente en el Teatro UC a propósito de su aniversario N° 75, y la obra que hoy nos convoca, 1995: El año en que todos nos volvimos un poco locos, cuyo texto inédito del dramaturgo y escritor Marco Antonio de la Parra (Lo crudo, lo cocido y lo podrido, de1978, La secreta obscenidad de cada día, de 1984) es dirigido por la intrépida artista de los espectáculos, Maitén Montenegro (Bim Bam Bum, Jappening con Já, Rojo), y puesto en escena por La compañía Teatro Musical Nescafé de las Artes, que por primera vez realiza un montaje de creación y factura propia, con un amplio elenco encabezado por la actriz y comediante Nataly Nicloux y el actor Santiago Tupper, quienes interpretan a dos ex alumnos del colegio Chilean Mountain School, que se reencuentran en el presente y recuerdan sus vivencias liceanas ocurridas en el año 1995.

Una fiesta de ex alumnos que no va a ocurrir, un nostálgico hombre que rememora sus recuerdos adolescentes y su experiencia durante la educación media, la ensoñación de ese deseado re-encuentro con su primer amor, su amor imposible. Este es el marco dentro del cual se van rememorando y desarrollando las acciones ocurridas en esa sala de clases del año 1995, sala en donde al igual que hoy, las problemáticas adolescentes son protagonistas: inseguridades, búsqueda de la identidad, rencillas cotidianas, conflicto con los padres y las autoridades, amores juveniles e incluso “bulling”, palabra que en aquél entonces, aun no había sido acuñada en el imaginario escolar, pero que ya ocurría desde muchos años atrás.

Los dos montajes musicales que han revivido el interés por el género, Condicional y 1995…, tienen en común no solo ser montajes que combinan teatro y música en espectáculos que desbordan energía, sino también representar una sala de clases y tener con ello, como protagonistas, a jóvenes que interpretan el rol de escolares, por lo cual, ambas obras problematizan, de una u otra manera, la educación que reciben los adolescentes y cómo sus sueños muchas veces son frenados por el sistema educativo y las normas familiares. Tal es el caso del personaje de Esteban (Francisco Dañobeitía) de Condicional, cuyo talento artístico es castigado por el director de su colegio y aplastado por su obtuso profesor reemplazante. Situación semejante que experimenta el personaje de Luciano en 1995…, un sensible e introvertido joven víctima de bulling, cuyo talento vocal lo hace sobresalir, a la vez que enfrentarse trágicamente a su padre, figura convencional y autoritaria que impondrá en su hijo normas que lo llevarán a atentar contra su vida. Además, otro punto que tienen en común ambas producciones, es la creación de una banda sonora juvenil, sumamente contingente a los contextos representados, lúdica, vibrante, y con melodías que recuerdan el imaginario musical pop con notas de rock que dotan de una vivaz energía a ambos montajes. Lo cual, combinado con el trabajo coreográfico que realizan ambos elencos, caracterizado por un uso del espacio sumamente meticuloso, hacen de Condicional y 1995: El año en que todos nos volvimos un poco locos, dos realizaciones que vienen a revitalizar el espacio teatral, entregando nuevas notas a la casi siempre austera escena dramática nacional, dos espectáculos teatrales que muy poco tienen que envidiar a musicales de tremenda factura como los de la calle Corrientes en Buenos Aires, o los clásicos de Broadway.

1995… es un montaje en donde están perfectamente engarzados el texto, la música y el despliegue escénico, lo cual logra que de inicio a fin casi en ningún momento se pierda la tensión dramática ni la atención de los espectadores –salvo por unos momentos en que el exceso de canciones y la reiteración de los diálogos distiende la escena, específicamente cuando el personaje de Luciano se encuentra en el hospital y su padre sufre el proceso de anagnórisis– lo cual se alcanza entre otras cosas, gracias al trabajo actoral del elenco, el que pese a configurar clásicos estereotipos: la presumida, el violento, el payaso, el romántico, la hippie, etcétera, caracteriza bastante acertadamente el espectro encontrado dentro de una sala de clases del año 1995, así como del 2018, y como probablemente ha sido en todas las épocas.

Uno de los motivos que destacan este musical es que aborda temas de interés social, contingentes y que problematizan aspectos sumamente relevantes respecto de las relaciones que mantienen los adolescentes entre sí, y con sus padres, además de revelar la importancia que las situaciones vividas por los jóvenes en ese período de sus vidas, resulta trascendental para su vida posterior y contribuyen en gran parte a definir su carácter y personalidad. En este sentido, temas como la incomunicación entre padres y adolescentes van delineando una profunda incomprensión, la que suele ser la causa principal de los conflictos. En este caso, representado en este padre que es incapaz de valorar la capacidad artística de su hijo y su sensibilidad. Otro de los temas fundamentales que toca la obra es el bulling, el cual evidencia que la incomprensión y falta de valoración es proyectado transversalmente por los adolescentes, quienes en una lucha de poder buscan sobresalir disminuyendo e incluso negando a sus compañeros. Molestar a un compañero por ser estudioso, a otra por ser chica, flaca, morena o rubia, o por el apellido que tengan, molestar e incluso agraviar gratuitamente por ser distintos, es no valorar la riqueza humana que habita en la diversidad, es no tener en consideración que aislar al otro, humillarlo o dañarlo, genera en la subjetividad del afectado heridas que le puede costar años superar, por eso la contención familiar y del círculo de amigos es fundamental, ver al otro, empatizar con él, comprenderlo y acogerlo del inminente peligro, son fundamentales para generar lazos afectivos saludables; así como también, entregarle las herramientas de resiliencia a la víctima de bulling para que pueda tener confianza en sí mismo y salir adelante. Esto es precisamente lo que hacen los compañeros de Luciano, acogiéndolo, incluyéndolo en su actividad musical, y valorando su talento como cantante, además de defenderlo de los otros, esas figuras fantasmagóricas ausentes que lo atormentan, e incluso de su propio padre, cuando se desencadena el clímax de la obra.

Asimismo, el amor es un tema relevante en la obra, pues en ese 1995 se comenzó a escribir la historia inconclusa de un amor que el protagonista rememora con el ferviente deseo de que las cosas hubiesen sido distintas, de que su bella compañera lo hubiese mirado como él la miraba, de que no hubiesen perdido el contacto durante tantos años, pero sobre todo, de que hubiese venido a la reunión de ex alumnos y hubiese recordado junto a él, lo vivido durante el Cuarto Medio de 1995.

Amor adolescente, amistad, compañerismo, bulling y efervescencia musical, forman parte de un montaje que reivindica el ímpetu de la juventud, un montaje que reflexiona sobre un breve pero importante período de vida en que aprendemos a madurar, en que pasamos de ser niños a adultos, en que estamos en un entre-lugar en el cual a tientas intentamos reconocernos.

1995: El año en que todos nos volvimos un poco locos, es un musical que nos recuerda a ese adolescente que aun vive en nosotros, que nos recuerda que todos estamos un poco locos de vez en cuando, que en eso radica el ímpetu de la juventud, y que eso no es un problema, el problema es volverse un engranaje inconsciente del sistema. Es ese ímpetu el que no se debe olvidar.

 

Jessenia Chamorro Salas es licenciada en lengua y literatura hispánica de la Universidad de Chile, profesora de lenguaje y comunicación de la Pontificia Universidad Católica de Chile, magíster en literatura latinoamericana de la Universidad de Santiago de Chile, y doctora (c) en literatura de la Universidad de Chile.

 

Una escena del montaje teatral y musical “1995: El año en que todos nos volvimos un poco locos”

 

 

Ficha técnica:

Elenco: Nathalie Nicloux, Santiago Tupper, Felipe Moya, Sergio Melendez, Dominga Hoffens, Adonys Díaz, Sofía Galleguillos, Fernanda Canales, Fernada Bronstein, Lucas Figueroa, María José Escoda, Jacob Reyes, Denisse Blanchemin, Fernanda Seguel, Tamara Zúñiga, Loreto Leiva, Valentina Bozo, Macarena García, Andrés Arcaya, Natalie Bustos, Claudio Rodríguez y Linus Sánchez.

Musical basado en la novela El año que nos volvimos todos un poco locos de Marco Antonio de la Parra

Dirección general: Maitén Montenegro

Adaptación: Marco Antonio de la Parra, Maitén Montenegro, Jorge Rendic y Rodrigo Aray

Compositor y director musical: Rodrigo Aray

Productor ejecutivo: Jorge Rendic Capetanópulos

Productora general: María Soledad Marasso

Productora técnica: Victoria Concha

Diseño coreógrafico: Nicolás Cancino

Colaboración y concepto coreográfico: Cat Rendic

Diseño y realización escenográfica: Cuervo Rojo Escenografía.

Sala: Teatro Nescafé de las Artes.

Funciones: Desde el 6 de noviembre hasta el 17 de noviembre de 2018.

 

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Javier Valenzuela, del Teatro Nescafé de las Artes.

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