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«Arte cortante (1988-2018)», de Marcelo Novoa: Caminaré sobre películas de escombros

Más de veinte años después de su publicación original, se ha vuelto a reeditar el ya clásico texto del autor viñamarino, en un volumen que incluye la producción poética de tres décadas de su trayectoria intelectual, y en donde nuevamente se repite, esta vez con mayor profundidad artística y literaria, el desarrollo de una idéntica clave estética: la de haber presenciado una experiencia poética del despojo, vivida al interior del imaginario urbano contemporáneo.

Por Víctor Campos

Publicado el 3.6.2019

«Con estos fragmentos he soportado mis ruinas».
T.S. Eliot

Hace algunas semanas, a principios de mayo, se ha vuelto a publicar bajo Ediciones Altazor Arte cortante del poeta viñamarino Marcelo Novoa (1964). La nueva edición del libro permite visitar una producción poética llevada a cabo desde 1988 hasta 2018; es decir, tres décadas de un trabajo que, ante los ojos actuales de cualquier lector joven o ya sea uno entrado en años, resulta ser sumamente peculiar.

El libro reúne además de los trabajos publicados anteriormente, algunos poemas que hasta ahora permanecían inéditos, ayudando a profundizar las dimensiones por las cuales el poeta ha logrado trazar y construir una propuesta considerablemente particular e interesante.

Novoa es posible de situar como un poeta correspondiente a la denominada “generación de los años ochenta”, desarrollada dentro de una oscura época en donde cohabitaron una gran diversidad de propuestas de un cariz estético bastante complejo. Entre ellas podemos vislumbrar un marcado reconocimiento e identificación para con la índole histórica que atravesaba y condicionaba todo quehacer, como también un claro ímpetu neovanguardista.

Así, el acontecer histórico y el desarrollo de nuevas ideas en el campo del arte se prefiguraron como dos factores inseparables en muchas de las obras de la época: pienso rápidamente en los trabajos de Elvira Hernández o de Carmen Berenguer. El asunto en cuestión era cómo canalizar aquella intención de gestar nuevas propuestas mientras el peso de lo contestatario estaba a la orden del día.

Algunos poetas de aquellos plazos creyeron resolver el mencionado conflicto aceptándose herederos de la antipoesía parriana, enfatizando mucho más sus recursos y desarrollando así una tentativa imitativa radical del habla coloquial y oral, quizá entendiéndola como la posibilidad única que permitía decir de manera transparente y comunicativa lo sucedido en el acontecer cotidiano y social; aquí podemos identificar, entre otros, a poetas como Mauricio Redolés, Jorge Montealegre o Claudio Bertoni.

Otros poetas se vieron enfrentados a conflictos más bien formales, concentrándose en cuestiones relacionadas con las potencialidades del lenguaje escrito, siendo a la vez bastante suspicaces frente a un tratamiento “espontáneo” de la oralidad en tanto gesto pedestre y rudimentario que diera cuenta de la realidad social e histórica.

Estos últimos, llamados más aún a constituir nuevas propuestas, canalizaron sus inquietudes optando por lecturas de un cariz ineludiblemente vanguardista y sofisticado, y en donde es posible ubicar –de manera matizada claro está- a Marcelo Novoa. Digo matizada, puesto que en aquellos poetas de una fijación lectora más compleja podemos encontrar como resultados tanto a un Juan Luis Martínez, como a una Soledad Fariña; es decir, poetas de diversa índole que hicieron suya la problematización de la forma y del lenguaje escrito.

Esta tentativa escisión que modestamente prefijaría de micro, es conveniente solo al caso: habrá otros poetas a los cuales no sería justo proponer esta bifurcación de sensibilidades y modos de trabajo escritural, además de comprender que la así denominada “generación de los 80” es mucho más vasta y complicada en sus coordenadas de escritura e incluso en sus coordenadas geográficas. Sin embargo, ambos grupos se tocan en tanto tienen una consciencia del acontecer histórico, optando cada uno por una resolución distinta.

Entonces, la escisión planteada busca tan solo gestar un contraste de aquellas resoluciones que los poetas de cada tendencia figuraron: hubo poetas que enfatizaron rasgos de oralidad en su trabajo creativo como hubo otros que enfatizaron la peculiaridad de la escritura ante todo. Novoa correspondería definitivamente a los últimos.

Por otro lado, y un dato no menor para entender el trabajo de Novoa, es que el circuito de poetas neovanguardistas hallará una de sus cunas primordiales en la región de Valparaíso: misma zona de donde proviene nuestro poeta. Y esto significa que existirá un grado considerable de cercanía, además de un merodear por el círculo de la neovanguardia, además de beber de sus lecturas y sus propias inquietudes. Sin ánimo de dilatar una contextualización que a mi parecer solo es necesaria para tratar de situar a Novoa, iré de lleno a Arte cortante.

Una de las primeras sensaciones con la que el libro dejaría en potencia a cualquier lector es la de haber presenciado una experiencia del despojo. Se advierte desde un comienzo que pese a la marcada presencia de un imaginario urbano, no se busca reproducir el lenguaje cotidiano tan distintivo de aquel espacio. Tal vez una manera posible de acercarse a Arte cortante sea comprender su tentativa como una asimilación de la sustancia que constituye el habla coloquial, y no trabajar desde su mera imitación y reproducción.

Entonces, el vislumbre de la experiencia del despojo estaría dada -en un primer término- por la presencia total y abrumadora de la ciudad contemporánea en tanto eje temático y además por una peculiar sintaxis enrevesada que se encargará de dibujarla. Evidente es esto en los versos del poema titulado Ciudad dadá: “viejos vicios modernos, soporten mudos/ incontrolables el tráfico a perpetuidad en/ la intestina. mírales bien a través de la luz/ sangrienta”.

La ciudad es el escenario principal de la experiencia del despojo, en donde se despliega el desarraigo y la miseria de seres que están lejos de poseer algo. Algunos creen despojar mientras otros son o fueron despojados. Bastardas, carniceros, suicidas, mendigos, pordioseros, vagabundos, el mismo dios en el habitar contemporáneo e incluso el yo disoluto, serán figuras que frecuentemente aparecerán y desaparecerán en aquel espacio de la ciudad mísera y en ruinas. Aquí, habitante y lugar son dos caras de una misma moneda.

La geografía dibuja los perfiles cuando los individuos ya se encuentran completamente despojados de sí y, en consecuencia, a la deriva de lo ajeno. Así, el poema se presenta como un pequeño trozo de espejo quebrado y sucio, en donde es posible vislumbrar apenas algunas zonas de nuestro cuerpo: “ojo con la astilla/ la idea misma de labio/ azul degenerado/ excusarán lectoras/ mi lengua mor di da?”.

Novoa evidentemente tiene consciencia sobre esto: el poema como escombro de la gran urbe que bien sabe dibujarse implica a su vez una comprensión de que “incluso la peste canta”, salvo que claro, obedecerá a ciertos modos divergentes y extraños. Entonces, la forma del poema y su sintaxis operan otorgando una profundidad, una manera en sí de relatar la pérdida.

El asunto es la lengua, aquel “inusual cartílago”. El modo de conjugar el lenguaje llama desde un comienzo la atención: ya sea por su incomodidad al leerlo, ya sea por la posibilitada y nuevas formas de evocación. En este sentido, pareciera el poema proveniente de una lengua maltratada, de un lenguaje hecho trizas, en donde el tejer un poema pareciera una tarea irrealizable o al menos sospechosa.

El poema de Novoa generalmente no excede los siete versos y principalmente enuncia a partir de una voz impersonal, que logra contrastar con las excepciones en que el yo se deja asomar de manera puntual a lo largo de la obra reunida. Aquí, sería prudente mencionar algunos versos del poema Rayado de amor: “entierrada de viento cabrón septiembre caerá noche/ pesadilla del block mano bromista sobre ojos apagón/ toque queda chillan cables altatensión estática radial”.

La enrarecida forma de trabajar el lenguaje es consecuencia de lo dificultoso que supone la escritura a partir del residuo: hacer que persista su condición de residuo en el poema y que no desaparezca o mute en el desarrollo de su poética.

Esta enrarecida forma tiene claros aires y reconoce lecturas muy variadas: desde Tristán Tzara, pasando por el surrealismo francés, por e. e. cummings, por el Enrique Lihn de A partir de Manhattan y de algunos poemas de La musiquilla de las pobres esferas, llegando al Gonzalo Millán de La ciudad.

Recordemos como aquel último libro aludido se manifiesta a partir de enunciados simples, a la manera de una reconquista de la lengua originaria y en apariencia perdida. En Arte cortante el caso se da de manera distinta: no se trata de amnesia u olvido, sino de haber sobrevivido a la catástrofe y enunciar a partir de: “estas ruinas que amorosamente edificamos entre escombros”.

La edificación pulcra y el exceso para Novoa son ignorados: “lo mejor que recibimos fue obra del saqueo” y no hay más. Solo escepticismo del canto, de la lengua, del vivir. Ahora bien, algo que sí comparte con todos los poetas ya anteriormente mencionados, es que tanto Novoa como ellos hacen del lenguaje -mediante una reelaboración de una sintaxis peculiar y enrarecida- una nueva forma de gestar figuras expresivas que huyen de lo habitual o más bien, constituyen la forma concluyente para poder apropiarse de lo deshecho.

Se puede decir de la sintaxis de Novoa que es extraña e incómoda porque hay la necesidad de enunciar de manera otra, buscando y encontrando otros elementos para poder expresar lo inasible del despojo.

Allí, la tentativa de Arte cortante logra su cariz llamativo y peculiar: incita al lector a reconocer su experiencia vaciada mediante el enrarecimiento mismo de aquel reflejo disoluto que es el poema; “lección de precipicio es claro en esto: “vértigo de innúmeros pisos/ no atrae al suicida tampoco/ vacío de ascensor indecente/ bostezo del cielo embobado/ labios entreabiertos gigante/ caries en plena boca de dios”.

En suma, la experiencia del despojo en Arte cortante no solo constituye un leit motiv o tema, sino que se halla asimilada y dibujada en la escritura misma, en su forma, sin perder dicha experiencia. Se gesta una sintaxis en apariencia a la deriva, que se exhibe desarraigada de los códigos comunes y comunicantes. Sin embargo, aquella forma que comienza despojada ilusoriamente de toda instrumentalidad, logra con el pasar de la lectura consolidar su presencia. Así, la ausencia toma cuerpo, deviene “silencio material”.

Y es por esto que no debemos olvidar que, pese a que el escepticismo ha impregnado incluso la forma del poema, coqueteando en gran medida con la prosa, no deja de ser un poema. Su propia naturaleza, aunque escéptica a todo nivel en Arte cortante, posibilita que se mantengan aún señales de una esperanza (a la manera del “Porque escribí” al final de toda la La musiquilla de las pobres esferas), como también posibilita una tensión entre la ya mencionada esperanza que conlleva la enunciación de todo poema y el canto del cisne que apunta a la consumación de la posibilidad de erigir una poética contemporánea y asumida urbana en su totalidad. El hablante sentencia: “escrito i escrito queda, tus ojos fijos en el/ rostro ausente, ni soñarnos interminable/ desorden de objetos i horas, mismas que/ transitan mi bosque de artificios, donde aúlla/ el animal que a nadie pertenece. i esa es razón de canto”.

Finalmente, este libro nos invita a visitar los cuartos vacíos de un poeta flagelado, que merodea entre el carnaval post-industrial y la miseria de las grandes ciudades. Nos ofrece ingresar a aquel bosque de signos en pleno siniestro y en su consecuente devastación. Su reedición no es en ningún caso vana: se nos ofrece como la puerta de una casa en donde reside una poética sumamente llamativa, que no se ve perjudicada ni seducida por las ideas de tentativas ligadas al habla coloquial (a propósito de la escisión propuesta en el inicio a modo contextual).

Aquí, la resolución y el nivel son otros mucho más elevados: es comprender al habla coloquial no de manera superficial, sino como una esencia que guarda sus propias maneras de ser expresada. El poema así, más que constituir un registro, es la encarnación de la misma sustancia del habla coloquial, puesto que ambos –poema y habla- se originan en el mismo sitio: el lenguaje.

La distancia que Novoa toma del modo superficial de comprender el habla coloquial y resolviendo una tentativa que se encargará de operar en el plano del lenguaje escrito, permite que aún su poesía no se halle marchita, sino que pueda continuar desarrollándose en la cabeza de los lectores de la mejor manera posible.

La forma vigente que Novoa gesta permanece y nos interpela continuamente, nos incomoda, nos hace detener la lectura entre poema y poema. Creo que el verter el habla de las ciudades no en el poema sino en su forma, hace que Arte cortante resulte un poemario mucho más atractivo que varios de su propia generación: su compleja elaboración lo mantiene a resguardo.

Es un libro que mucho tiene por decirnos. Relata la experiencia desarmada y desalmada del despojo que se nos exhibe en una: “ciudad [que] zumba como animal descompuesto” y en que la por desgracia sucedemos. Ergo, la invitación a ser lectores de Arte cortante es, en último término, una invitación a visitar nuestras propias ruinas.

 

Víctor Campos (Iquique, 1999) es estudiante de segundo año en la carrera de pedagogía en castellano y comunicación con mención en literatura hispanoamericana en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Fue partícipe en el Taller de Poesía de La Sebastiana, a cargo de los poetas Ismael Gavilán y Sergio Muñoz realizado el año 2018. Actualmente, cursa el Diplomado de Poesía Universal de la ya mencionada universidad y es ayudante del proyecto «Poéticas Postdictatoriales. Memoria y Neoliberalismo en el Cono Sur: Chile y Argentina», dirigido por el doctor Claudio Guerrero.

 

«Arte cortante (1988-2018)», de Marcelo Novoa (Ediciones Altazor, 2019)

 

 

La primera edición de «Arte cortante» (1996)

 

 

Víctor Campos

 

 

Imagen destacada: El poeta chileno Marcelo Novoa.

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