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Cine trascendental: «The Green Mile», de Frank Darabont: Lo fantástico que ilumina lo verídico

El análisis simbólico que ofrece en torno a este filme de fines de la década de 1990 y protagonizado por Tom Hanks, el joven redactor del Diario «Cine y Literatura», y quien pone como siempre, su foco en las sutilizas estéticas y dramáticas de un lenguaje fílmico caracterizado por la búsqueda de significados permanentes acerca de la condición humana.

Por Carlos Pavez Montt

Publicado el 12.7.2019

El largometraje de ficción de Darabont tiene demasiadas aristas como para analizarlas por completo. Por algo dura tres horas y nueve minutos. Porque si en algo acierta la película es, por decirlo de algún modo, en la construcción de modelos más o menos estereotipados, o más o menos ridículos. Cada personaje sirve para expresar un tipo de persona, creo, lo que conlleva inevitablemente a pensar en lo que hay dentro de ese tipo. La psicología de los personajes es bien marcada y no cambia en todo el filme. Todos ellos terminan siendo como habían sido a lo largo de las tres horas con nueve minutos. En la cinta, mientras se va construyendo una representación de los códigos establecidos, se insertan elementos que no parecen ser creíbles, pero sí parecen constituir un transporte de iluminación o algo parecido.

Hay varios hechos puntuales de la película que nos revelan los rasgos alegóricos. En la obra todo está estructurado bajo una especie de causa-efecto que, a lo menos, nos permite vislumbrar las reacciones de los demás, de los otros. John Coffey llega un día de 1929 al Alabama Death Row, o como le llamaban todos, la –última– milla verde. El nombre común para esos pasillos era The Last Mile, pero, precisamente en esa prisión, el color de la construcción era verde. Hay algo que pasa colado en muchas tomas sobre los patios del lugar: la crudísima realidad de los presos, el racismo y el sistema penal de los Estados Unidos. Una pena de muerte que no discrimina entre culpables e inocentes y que no distingue las barreras entre la realidad, las apariencias y lo verídico.

Pero bueno, la película sigue y comienza su desarrollo. Por un lado, está el oficial que llegó por pitutos. O sea, es hijo de un político importante y puede trabajar donde él quiera. Por eso se comporta así, violento, despreocupado, pedante, asqueroso. Es el personaje que más se relaciona con el ámbito político del nepotismo, y por ello es el que cae mal, o el peor. Es el que provoca numerosos y diversos conflictos con varios personajes. De hecho, algo así como su “contraparte moral” es Paul Edgecomb. Él es el jefe del bloque E de la prisión y, más encima, el relator de la historia, el dueño de la voz por la que se cuenta todo. John Coffey llega y se acerca a Paul de inmediato, pero no lo hace como cree la mayoría de los personajes, o el público, sino que se comporta de una forma inesperada.

Así se construye una especie de representación modélica en el filme. Es decir, Paul es algo así como el oficial perfecto. Es amable con los presos, con la señora que está en su casa y, en fin, es el que auspicia de alguna forma a John Coffey. Brutal, Dean y Harry son carceleros, o personas, más o menos inertes. O sea, en el sentido de que todos siguen cierto código y no escapan de la normalidad estadounidense. Hacen lo que tienen que hacer y, de vez en cuando, se arriesgan por sus amigos. Billy the Kid es el loco más loco de todos y vendría a ser algo así como la representación de la maldad o el antagonista de Coffey, y Delacroix el preso que ya perdió toda la maldad de sus delitos. La autoridad, o el alcaide, es trazada con una lejanía y una falta de acción importantes a la hora del lenguaje fílmico.

De igual manera, son muy interesantes los elementos fantásticos que incluye el director en la trama. Por ejemplo el ratón, Mr Jingles, que aparece de la nada por el cuarto del encierro. Los oficiales reaccionan bien ante él. Es decir, lo buscan dentro de la pieza y, cuando se escapa, se ríen y hacen chistes sobre ello. Pero luego el ratón es visto por el oficial maldito. El mismo que se vuelve loco y se obsesiona buscándolo, generando así un gran rechazo por parte del espectador. Con esto se puede observar que, el ratón, más que ser un decorado narrativo, es un vehículo que revela las reacciones y, por ende, las formas de ser de los personajes. Esto ocurre igualmente, a pesar de que sea el motor y el centro de la narración, con la condición de la esposa del alcaide y bueno, con el poder de John Coffey.

La verdad es que, cuando hay elementos fantásticos en una película, se suele perder la cotidianeidad o el mensaje va sobre los hechos. Entonces, cuando la fantasía o la irrealidad se vuelven más simples, la expresión entre líneas no está tan camuflada ni escondida. El preso de más de dos metros representa la bondad máxima, tanto así que, al relacionar su poder con la divinidad, los oficiales lloran por estar cometiendo un pecado en el final del filme. Obviando el tema de la religión y todo eso, la bondad de Coffey es generalmente bien recibida. Las influencias morales en la película se hacen latentes, por eso los personajes malos tienen ese destino y se relacionan directamente con John. Los hechos que dan sentido a la narración, a pesar de ser fantásticos, iluminan pensamientos morales, por decir algo, y verídicos.

 

Lo fantástico iluminando lo verídico

Hay dos elementos que son poco creíbles en la obra, dos componentes fantásticos que iluminan una especie de guía a la respuesta de sus espectadores. Los personajes que se ven entramados con ella reaccionan y dejan ver el código moral que llevan dentro. El ratón y el poder de John Coffey son los gatillos que desencadenan las respuestas de Percy, o las humildes respuestas de Paul. Así se construye una representación, en base a los hechos.

 

Una alegoría precisa y corriente

Porque a lo largo del filme se pueden observar diferencias entre los personajes, incluso entre oficiales y presos. Algunos provocan rechazo o aceptabilidad, dependiendo del receptor, pero supongo que, lamentablemente, a casi todos nos promueven lo mismo. En la película se construye una alegoría que, al final, demuestra los horrores que fueron parte de la estética en todo momento. Una alma discriminada que se cansa del sufrimiento, y del mundo.

 

Carlos Pavez Montt (1997) es, en la actualidad, un estudiante de licenciatura en literatura hispánica en la Universidad de Chile. Sus intereses están relacionados con ella, utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción; por la reflexión que, el arte en general, provoca en los individuos.

 

Un fotograma de «The Green Mile», de Frank Darabont, basado en una novela de Stephen King

 

 

 

 

Carlos Pavez Montt

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: El actor Harry Dean Stanton en una escena de The Green Mile (1999), del realizador estadounidense Frank Darabont.

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