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«Cold War»: La llaga del desarraigo

El largometraje de ficción del realizador polaco Pawel Pawlikowski -uno de los grandes estrenos de la temporada- es una obra audiovisual bella, hecha con esmero y atención al detalle cinematográfico. Es un retrato de dos seres extraviados en una época injusta a la que, sin embargo, no se busca denunciar ni atacar: el director simplemente quiere seguir a sus víctimas y acompañarlas en su sufrimiento silencioso, darles espacio y respiro en medio de una tragedia personal de proporciones gigantescas.

Por Felipe Stark Bittencourt

Publicado el 23.4.2019

En su artículo «La creación de la ciudad: la vieja y la nueva ilustración» Roberto Pérez reflexiona sobre los fundamentos que aúnan a una comunidad, sobre sus raíces míticas y culturales frente a otro tipo de comunidad sustentada, en este caso, por el discurso. En el texto se puede leer que si en la primera es posible encontrar un sentido de unidad por las creencias en común, en la segunda es más probable hallar una brecha que no entiende la antigua unidad.

Cold War (2018), del realizador polaco Paweł Pawlikowski (1957), se enfrenta a esta pregunta que contesta con el más intenso de los desarraigos. Es una película cuya propuesta audiovisual y argumental se unen para esbozar con amargura el romance de dos artistas que ven cortadas sus esperanzas amorosas por la sombra del régimen soviético.

Wiktor (Tomasz Kot) es un músico que tiene primero algo de antropólogo y de poeta maldito después. Mientras recorre el corazón rural de Polonia para reconstruir y rescatar su folklor musical, se enamora perdidamente de Zula (Joanna Kulig), una de las cantantes que conoce en una de sus tantas paradas.

Su amor se ve interrumpido por la sombra ominosa del partido comunista que utilizará su investigación para levantar una imagen romantizada del campesino que trabaja dichoso por la revolución. Al ver cortadas sus alas, Wiktor animará a Zula a escapar, solo para que ambos se transformen en apátridas que no pueden amar ni tampoco expresar con sinceridad su arte.

Ese desarraigo, sin embargo, no solo es político. Al igual que Ida (2013), Pawlikowski ha rodado Cold War siguiendo las características visuales predominantes de los años ’30 y ’40, es decir, con una imagen en blanco y negro y un aspecto de pantalla casi cuadrado. Tampoco se apura ni busca incrementar la acción con un montaje rápido o caótico como se suele ver en la cartelera actual. Antes bien, utiliza largos planos fijos que nos permiten examinar el espacio cinematográfico y cómo sus personajes de algún modo se ven aplastados por este gracias a su óptica casi impresionista.

El resultado es a ratos hipnótico. Tenemos la consciencia de estar viendo antes un recuerdo, una fotografía desteñida por el tiempo donde las miradas augustas y solemnes se traducen en una esmerada dirección, en una intensidad casi pictórica de la imagen y en el retrato de un amor aterido por los desencuentros.

Y, al igual que en una fotografía antigua, cierta nostalgia permea a todo el metraje, pues, aunque el espectador es consciente de que presencia una tragedia, mira con cierta añoranza a los personajes, deseando su bien.

Ni Wiktor ni Zula son héroes, pero su tenacidad los transforma en tales, porque deciden luchar no contra un monstruo o la sombra del totalitarismo, sino contra sí mismos, contra lo imposible con tal de estar juntos.

Cold War es una película bella, hecha con esmero y atención al detalle. Es un retrato de dos desarraigados de una época injusta a la que, sin embargo, no se busca denunciar ni atacar; simplemente quiere seguir a sus víctimas y acompañarlas en su sufrimiento silencioso, darles espacio y respiro en medio de una tragedia personal de proporciones gigantescas. Completamente recomendable.

 

También puedes leer:

Cold War: Amor de tiempos turbulentos.

Cold War: Una historia de amor.

 

Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción.

 

Los actores Tomasz Kot y Joanna Kulig en «Cold War» (2018)

 

 

 

 

Felipe Stark Bittencourt

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Los actores Tomasz Kot y Joanna Kulig en una escena de Cold War (2018).

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