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[Columna] Qué rica es la manzana verde

Mientras los demás van por lo blando y rápido, yo estoy ahí, trabajando con tenedor y cuchillo: Zic, zac, trozando y masticando, ágilmente, pero a la vez saboreando esa maravillosa textura de agua y fibra prensada. Con cada compresión de los dientes, la fruta libera un líquido dulce y aromático, que relaja la lengua como un jacuzzi bucal.

Por Juan Ignacio Izquierdo Hübner

Publicado el 15.10.2021

“¿Qué es peor que encontrar un gusano tras morder una manzana? Encontrar solo medio gusano”, dice un chiste de mi infancia, que recordé con ocasión del Día Mundial de la Alimentación que se celebra el 16 de octubre.

Pero mejor comienzo con un refrán galés, más digno de la efeméride: «An apple a day keeps the doctor away». Y todavía me gustaría acuñar otra frase introductoria: “Qué rica es la manzana verde, a pesar de los pesares”.

Vivo en un Colegio Mayor de Pamplona donde el desayuno tiene un formato buffet y la gente se va sentando en mesas de cinco personas. Pues bien, me suele ocurrir que los demás comensales desayunan con prisa y yo me voy quedando cada vez más solo en la mesa. El problema es la manzana verde.

Mientras los demás van por lo blando y rápido, yo estoy ahí, trabajando con tenedor y cuchillo: Zic, zac, trozando y masticando, ágilmente, pero a la vez saboreando esa maravillosa textura de agua y fibra prensada.

Con cada compresión de los dientes, la fruta libera un líquido dulce y aromático, que relaja la lengua como un jacuzzi bucal. Mientras voy avanzando, los demás han dado cuenta del café, el zumo de naranja, la tostada con aceite de oliva y jamón… y a mí me queda todavía mitad de manzana.

Uno me recordó el otro día una frase de Leo Harlem, que sacó de un monólogo en que el comediante trata el tema de las frutas: “Sólo me gusta una, la manzana. Una manzana bien asada a la boca de un cerdo ibérico. Eso es un espectáculo aquí y en Estocolmo”.

Pero para mí, como han visto, la manzana es una debilidad, y me dan ganas de recomendar a los impacientes el libro de Philippe Delerm, El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida.

La historia se repite. La mesa se llena, empezamos a desayunar y a los pocos minutos un comensal se levanta con la excusa de que aún no ha hecho la cama. Un segundo aprovecha su estela para salir con él y quedamos tres.

Entonces presencio un duelo silencioso entre ellos: ¿Quién se quedará clavado acompañando al chileno de la manzana verde?

Uno apura el bollo y escapa con un ambiguo encogimiento de hombros. Queda uno y me da pena su situación, así que termino la manzana y, con velocidad del rayo, trago el café, el zumo, la tostada y el bollo. Estamos listos y aliviados por haber salido del atolladero.

Luego llevamos platos y vasos a los carritos, somos los últimos que quedamos en el comedor, cuando, de pronto, entra don Santi, el capellán, todavía con abrigo puesto después de haber celebrado Misa en algún lugar, y resulta que quiere desayunar. Falta poco para el inicio de clases, ¿dejarlo solo o acompañarlo?, ésa es la cuestión.

Ahora es el sacerdote quien presencia el duelo entre nosotros dos.

Nos miramos y con un movimiento de anguila el traidor escapa, dejándome atrapado. Pues nada, decido poner ilusión y acompañar al rezagado. Pero en ese momento, el capellán, que está ante al frutero deliberando, selecciona, para mi espanto, una inmensa y brillante manzana verde, que a estas alturas ya no me parece tan maravillosa.

Pongo una de mis sonrisas y lo saludo cordialmente: “Que tenga un buen día, don Santi, también yo debo irme”.

 

***

Juan Ignacio Izquierdo Hübner es abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile, licenciado en teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma) y alumno del máster en teología de la Universidad de Navarra (España).

 

Juan Ignacio Izquierdo Hübner

 

 

Imagen destacada: La habitación para escuchar (1952), de René Magritte.

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