Icono del sitio Cine y Literatura

Literatura de mundos en peligro: Cómic «El eternauta», demoler el mapa de Buenos Aires

La novela gráfica de ciencia ficción futurista —creada por los argentinos Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, en 1957—, instala a la capital rioplatense como el escenario de una guerra interestelar, en donde se dirime la supervivencia de una humanidad asediada por los invasores alienígenas.

Por Eduardo Serrano Velásquez

Publicado el 17.4.2020

“El Eternauta me llamó él, para explicar en una sola palabra, mi condición de navegante del tiempo, mi condición de peregrino de los siglos”.
H. G. Oesterheld y F. Solano, en El eternauta

En tiempos de confinamiento, escribir puede ser como saltar en una cama elástica capaz de curvar el mapa narrativo de la ciudad. Rebotar en el espacio—tiempo del relato, en el constante devenir de los acontecimientos, en el eterno retorno de los personajes. Un estiramiento que prueba la flexibilidad del texto, para aplastarnos la cara contra lo más profundo y proyectarnos a gran velocidad hacia arriba: ¿Hasta qué punto se puede tensar un elástico sin que este se corte? Se trata de un punto de inflexión que posee un límite frágil donde nos balanceamos en el aire como gimnastas: ¿Hasta qué punto puede estirarse la forma de un relato? O dicho de otra manera: ¿Hasta qué punto puede tensarse el mapa narrativo de una historia?

Me hago estas preguntas ahora que releo El eternauta, historieta argentina de H. G. Oesterheld y de F. Solano, publicada por primera vez en 1957, en cuyas páginas se evidencia la elasticidad de un texto, tanto por la cantidad de puntos de giro que posee, como por el viaje cíclico del protagonista. El relato comienza en la ciudad de Buenos Aires, cuando al mismo Oesterheld se le aparece en su propia casa, de forma inesperada, la figura corpórea de Juan Salvo, el Eternauta, como un viajero del tiempo, como un “peregrino de los siglos” que comienza a relatar su propia historia.

Aunque antes de seguir, es preciso hacer una aclaración. Si consideráramos para este análisis las tres partes o volúmenes en las cuales está dividido el cómic, tendríamos que señalar que el relato está en “in media res”, es decir comienza por el medio de la narración. No obstante, como en este ensayo me enfocaré solo en la primera parte, diremos que el texto está en “in extrema res” es decir, comienza por el final. Pero más allá de esto, el relato de El eternauta es sobrecogedor y al mismo tiempo sorprendente por la misma elasticidad mencionada.

Como señalaba anteriormente, Juan Salvo se encuentra junto a unos amigos jugando “truco” en su casa como era costumbre para ellos: Polsky, Lucas y Favalli. En ese mismo lugar también se encuentran su esposa Elena y su hija Martita. De forma repentina comienza a caer la “nieve mortal”, de la cual se desconoce el origen hasta ya bien avanzado el relato, que mata a las personas al contacto con la piel. La única forma de salir y no morir en el intento, como le sucede a Lucas, Polsky y a tantos otros, es con trajes aislantes, similares a los de los buzos tácticos, como “robinsones en un océano de muerte”.

De esta forma, deben abrirse paso por entre los cadáveres enterrados en la nieve, siempre descrito como algo bello y ominoso al mismo tiempo: los copos de nieves en contraste con el espanto de la ciudad desolada. A medida que avanza la historia, logran unirse a otros sobrevivientes descubriendo, además, el origen de la “nieve mortal”. La tierra ha sido tomada por los “Ellos” junto a “otras especies” foráneas de la galaxia, sometidas a su poder, como los sorprendentes “mano” o los innumerables “cascarudos”. En consecuencia, el hilo conductor o “elástico” del relato, se ve torcido en distintas ocasiones por los puntos de giro que generan una amenaza constante, sin que “se corte el elástico” o se pierda la verosimilitud del relato.

En este sentido, estos cambios en la trama generados por la inminencia de catástrofes o la proximidad de la muerte están propiciadas, en gran medida, por las formas o métodos que usan los alienígenas para tomar el control del mapa urbano de Buenos Aires y del mundo. Los “Ellos” no se dejan ver hasta casi el final de la segunda parte, pero a través de sus sofisticados métodos de dominación y tecnología portentosa, controlan a los “cascarudos” y a los “mano”, injertándoles, a estos últimos, la glándula del terror, descubrimiento hecho por Juan Salvo y el obrero fundidor, Alberto Franco, lo que los hace fáciles de eliminar.

Antes que el temor los mate lentamente, sus manos de más de diez dedos corren por los paneles de control con una movilidad inefable o de “pesadilla”, como señala el Eternauta. Además, Los “Ellos” se sirven de alucinaciones para luchar contra los humanos y hacer que se aniquilen entre sí. Aunque también controlan a los que se han dejado capturar, utilizando el mismo método que los “cascarudos”, por medio de un aparato que se incrusta en la médula espinal.

Sin embargo, la elasticidad del texto, no solo se evidencia en la dosificación del relato, que nunca dice todo, que siempre mantiene algo oculto, sino también en la transformación, y yo diría sin exagerar, en la demolición que se hace del mapa de Buenos Aires. Este Buenos Aires, que es a la vez todas las ciudades, que representa la demolición de todos los mapas urbanos. Los personajes se desplazan por las calles repletas de cadáveres enterrados en la nieve donde, de vez en cuando, se observan en el cielo, esferas de luz cayendo.

Los lugares comunes del mapa han sido trastocados por la invasión, incluso cuando el ejército, al cual se han unido Favalli y Juan Salvo, se guarecen en el estadio de River Plate y desde ahí replantean el contraataque. O posteriormente cuando los guían hacia una trampa y los encierran en calle Las Heras, completamente demolida por “el cañón de rayos” y por los “Gurbos”, estas bestias enormes que dejan sus huellas incrustadas en el pavimento. Entonces se ven obligados a correr por lo túneles del metro donde encuentran a otro “mano” y su panel de control para dominar a los cautivos y a todas las especies que son esclavos de los “Ellos”. De este modo se presenta un mapa urbano transmutado hasta los niveles subterráneos, incluso también penetrando en los niveles psíquicos de los personajes.

Otro elemento indispensable es el instinto de supervivencia de Juan Salvo y su equipo. Sin duda, este es el elemento dinamizador del relato, que logra tensar el hilo narrativo del cómic. En El eternauta se evidencia la voluntad inexorable del protagonista de remolcar el mapa de la ciudad de Buenos Aires. Lleva la carga más pesada sobre sus hombros. La empuja como si fuera Sísifo en la colina y vuelve a empezar cada vez la misma tarea extenuante y aterradora. No empuja una roca, sino un mapa muy pesado y todo esto impulsado por el instinto de supervivencia.

Finalmente, el héroe del mapa toca fondo fundamentalmente en dos ocasiones. No es que no haya tocado fondo antes, porque si lo ha hecho, pero estas son las más significativas, cuyos efectos nos aproximan al desenlace. En primero lugar, cuando destruyen la base de operaciones de los “Ellos” en pleno corazón de Buenos Aires, y deben hacerse pasar por “hombres—robot” y librarse de la esclavitud o la muerte, por poco o nada. Y, en segundo lugar, cuando escuchan una transmisión de radio convocando a la resistencia mundial contra los “Ellos”, ignorando que se trata de un simulacro preparado por los invasores.

En este momento Juan Salvo queda completamente solo: Franco y Favalli son convertidos en “hombres—robot”, mientras él, producto de la tecnología de una nave intergaláctica, se traslada en el espacio—tiempo ante el estupor de Elena y Martita. Es entonces cuando el ciclo de la historia se cierra, volvemos al inicio de la narración, al Eternauta y a Oesterheld juntos en su despacho. Juan Salvo entiende en ese instante, que se ha trasladado antes de la tragedia de “la nieve mortal” e intentará anticiparse a los hechos.

De esta forma, El eternauta nos deja sumidos en un eterno retorno, en un bucle temporal donde siempre repetimos la misma fórmula y recorremos las mismas direcciones de la ciudad buscando, tal vez inútilmente, una bifurcación. La cama elástica en la que hemos estado rebotando en definitiva solo sirve para eso, para rebotar, para hundirnos en la superficie y proyectarnos en un salto. Aunque siempre repetimos la misma operatoria, siempre volvemos al mismo punto, en este caso, al encierro.

Entonces, más que saltar en una cama elástica de forma continua, se vuelve una forma de moverse por el mapa urbano, transformando la manera de habitarlo y representarlo. Tal vez también en este caso escribir sea un método de supervivencia, una manera de hacerle frente al confinamiento.

 

***

Eduardo Serrano Velásquez (1984) es escritor y profesor. Su campo de estudio se enfoca en los espacios reales y oníricos de la ciudad, publicando ensayos en diversos medios. El 2010 obtuvo una mención honrosa en el concurso de poesía “Stella Corvalán”, apareciendo en la publicación del concurso. En el 2015 publica Mapa de guerra por Das Kapital Ediciones. En el 2017 obtiene el Fondo del Libro en la línea de creación literaria con el proyecto Aeronáutica. Y más recientemente, en el 2019, ha obtenido una Mención de Reconocimiento en el concurso de poesía “Aristóteles España” con el libro Profundidad de campo.

Viñeta de «El eternauta» (1957)

 

 

Eduardo Serrano Velásquez

 

 

Imagen destacada: Viñeta de El eternauta.

Salir de la versión móvil