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Concierto 12 del Ceac: La contemporaneidad romántica de un maestro holandés

Célebres piezas de los compositores Carl María von Weber, Krystof Penderecki y Ludwig van Beethoven, se dieron cita en el duodécimo programa que ofreció la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile -propio de su temporada regular-, en el escenario del Teatro Universidad de Chile o Baquedano, pleno corazón de la ciudad. Lo más destacado que dejaron las presentaciones: la batuta segura que exhibió el director invitado, Daniel Raiskin, para efectuar los cambios dinámicos y rítmicos que demandaron las sucesivas secciones temáticas y musicales, contenidas en las partituras, y las cuales abarcaron dos siglos de repertorio docto.

Por Jorge Sabaj Véliz

Publicado el 28.08.2017

Con la Obertura Euryanthe, Op.81 del compositor alemán, Carl María von Weber (1786- 1826) abrió el pasado viernes 25 de agosto, el  duodécimo programa de la Orquesta Sinfónica de Chile, conducida por Daniel Raiskin, director holandés invitado.

Obra breve que forma parte de la segunda ópera del compositor, luego de la exitosa Der Freischütz («El cazador furtivo»), es una partitura para gran orquesta con la sección de bronces a pleno. El tema principal de la obertura estuvo a cargo de los violines, los que con su brillante sonido expusieron una de las características que inicia la escuela romántica de la ópera en Alemania y que influirá en compositores posteriores como el mismo Richard Wagner. Por su parte, las voces graves de la sección de bronces proporcionaron la base necesaria para el lucimiento de la melodía. A esta masa orquestal se contrapuso una sección “de cámara”, en donde intervinieron los concertinos, solistas y otros cuatro miembros de los violines primeros y segundos. Posteriormente se desarrolló una fuga con una sólida presencia de las cuerdas y en la que se podría haber trabajado mejor las dinámicas de volumen. El cierre de la obertura estuvo marcado por la presencia de los violines y por la vitalidad en la dirección del maestro holandés, quien mantuvo el pulso de la orquesta como en toda la obra.

La segunda pieza del programa fue el Concierto para violonchelo Nº 2 del compositor polaco Krysztof Penderecki (1933), obra que tuvo como solista al miembro de la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, Celso López. A la formación inicial se añadieron, entre otros instrumentos, una nutrida sección de percusión.

En el inicio del concierto se juega, como en toda la pieza, con la reiteración rítmica y los silencios. Es así como los violines comienzan con un pianísimo al que se le suma la sección de cuerdas en una progresión dinámica y cromática que le da el tono disonante a toda la pieza. Antes de que aparezca el solista los chelos y los contrabajos desarrollan el tema. El instrumento solista se incorpora como uno más, sin tener un marcado protagonismo y conversando con diversas secciones de elementos sonoros, produciéndose los diálogos más expresivos con la sección rítmica. En los solos se manifiesta una interpretación contenida e introspectiva, que se asimila con el clima general de la obra.

El maestro holandés Daniel Raiskin, director invitado para los conciertos 11 y 12 del Ceac U. de Chile. Crédito: Miguel Sayago

La dirección exhibió un pulso seguro al efectuar los cambios dinámicos y rítmicos en las sucesivas secciones orquestales en que se subdivide la obra, manteniendo la tensión hasta el final. La composición provoca reminiscencias a otras obras del siglo XX, como «La consagración de la primavera» (1913), de Igor Stravinski, sobre todo en determinados pasajes rítmicos. Las campanas presentan y cierran el concierto aportándole un toque dramático, religioso y fúnebre. El solista recibió un cálido aplauso y saludo del público y de la orquesta.

Para finalizar el programa y luego de un intermedio, se presentó la Séptima Sinfonía del compositor alemán Ludwig Van Beethoven (1770-1827), estrenada en Viena el 8 de diciembre de 1813.
Desde el primer movimiento, Poco sostenuto — Vivace, se pudo apreciar como esta obra estaba grabada en el ADN de la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, debido, seguramente, a múltiples ensayos e interpretaciones a lo largo de su historia reciente. Se destacaban claramente los violines por su intensidad y volumen, los que sobrepasaba al resto de los instrumentos. Los contrabajos afirmaban, en bloque, toda la sección grave de las cuerdas, dándole a ésta un sonido homogéneo. También destacó el fino tono logrado por el oboe. Se pudo apreciar el juego entre las distintas estructuras instrumentales como signo de la orquestación propia del genio de Bonn. Este movimiento tuvo un excelente cierre con los cornos sonando a la altura.

El segundo movimiento, Allegretto, se inició con los contrabajos dándole cuerpo y luego manteniendo el ritmo con el staccato, mientras los cornos desarrollaban el tema. Tal vez el juego entre violas y violines pudo ser más sutil para mayor lucimiento de los vientos de madera. En el cierre del movimiento, en staccato de las cuerdas, la conjunción rítmica fue precisa. El tercer movimiento, Presto, comenzó con una renovada energía que se mantuvo a lo largo del mismo. Éste exige de la orquesta máxima concentración para lograr mantener la tensión hasta su término. Destacó aquí el trabajo de los cornos y de las trompetas para generar los timbres con la intensidad que se demandaba. En general, fue el movimiento en donde mejor se pudo apreciar la “conversación” instrumental beethoveniana.

En el último movimiento, Allegro con brio, los violines tomaron el control desde el inicio, exhibiendo el tema: se produjo un maravilloso duelo con los contrabajos que mostraban un sonido más sólido y controlado. El director literalmente bailó con la orquesta. Se mantuvo el ritmo y la intensidad con un derroche de fuerza y de vitalidad tal como lo exigía el lucido final orquestal.

 

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