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[Crítica] «Concierto 6» en el Municipal: La interpretación preciosista e íntima de Danor Quinteros

La sexta fecha regular que ofreció la Filarmónica de Santiago en el principal escenario del país, tuvo como uno de sus protagonistas artísticos a la batuta del director chileno Helmuth Reichel, quien ofreció una experiencia musical vibrante, al destacar la riqueza orquestal de Igor Stravinsky y de Maurice Ravel, acompañada por la personalísima ejecución del pianista nacional, para una obra del compositor francés.

Por Jorge Sabaj Véliz

Publicado el 23.6.2025

Maurice Ravel (1875 – 1937) fue un compositor francés conocido por su refinada orquestación y su capacidad para fusionar influencias impresionistas con un lenguaje armónico innovador. Su Suite No. 2 de Daphnis et Chloé (1912) proviene de un ballet encargado por Serguéi Diaghilev para los ballets rusos, estrenado en 1912.

Esta obra refleja el interés de Ravel por evocar paisajes sonoros exóticos y su dominio de la orquestación colorista, inspirada en la Grecia mítica.

Por otro lado, el Concierto para piano en Sol mayor (1931) muestra la fascinación de Ravel por el jazz y su búsqueda de un estilo más ligero tras la Primera Guerra Mundial, al combinar virtuosismo pianístico con una orquesta de cámara precisa.

 

La dirección de Helmuth Reichel resaltó la nitidez de la percusión

La primera parte del programa contempló la Suite No. 2 Daphnis et Chloé, del compositor francés, donde la gran orquesta con cuerdas, vientos (incluyendo dos flautas, piccolo, clarinete en mi bemol), amplia la sección de percusión, con dos arpas, celesta, timbales y una tuba.

En efecto, la Suite No. 2 de Daphnis et Chloé es un mosaico sonoro que captura el clímax narrativo del ballet. La partitura destaca por su riqueza tímbrica, con un uso magistral de las dinámicas y los colores orquestales. El tema inicial, presentado por los violines con un ostinato de flauta, establece un ambiente pastoral que evoluciona hacia un crescendo orquestal equilibrado.

La dirección de Helmuth Reichel resaltó la nitidez de la percusión y los vientos, aunque se percibieron ligeras inseguridades en las entradas de los bronces en secciones de piano y mezzo piano. El solo de flauta traversa, limpio, pero algo plano, se benefició del acompañamiento cálido de las cuerdas, que lograron un fraseo expresivo.

Con todo, los silencios, cuidadosamente marcados, intensificaron los contrastes entre los temas, mientras que en los pasajes rápidos la orquesta alcanzó su mejor cohesión, con un tutti poderoso y unísono final impactante.

La interpretación enfatizó el contraste ibérico inherente a la obra, con un manejo rítmico seguro que resaltó el virtuosismo de algunos solos, aunque los vientos enfrentaron dificultades en pasajes virtuosos.

 

Jazz y elegancia clásica

Después, fue el turno del Concierto para piano en sol mayor del mismo Ravel. Una obra en la cual la orquesta de cámara con cuerdas, flauta, piccolo, clarinete, fagot, dos trompas, trompeta, trombón, percusión (incluyendo timbales y triángulo) y piano solista.

El Concierto para piano en sol mayor combina la exuberancia del jazz con la elegancia clásica. El primer movimiento (Allegramente) inicia con un tutti orquestal vibrante, seguido por un solo de piano con un rubato romántico.

Danor Quinteros ofreció una interpretación preciosista e íntima, aunque en los forte y secciones rápidas el piano tendió a perder presencia, necesitando mayor energía. El corno, algo desacoplado, afectó la cohesión en ciertos momentos.

El segundo movimiento (Adagio assai), con su solo de piano inicial, mostró dedicación, pero el fraseo careció de tensión rítmica, resultando algo mecánico. Los dúos con oboe y corno lograron una expresividad profunda, y las escalas pianísticas, etéreas y cristalinas, fueron acompañadas con precisión por la orquesta.

Finalmente, el tercer movimiento (Presto), el más logrado, destacó por el equilibrio dinámico y rítmico entre el piano y la orquesta, con un acompañamiento impecable, especialmente en el trombón y el pizzicato de cuerdas. El bis del pianista cerró con entusiasmo esta interpretación.

 

La vitalidad de una feria rusa

Igor Stravinsky (1882 – 1971), compositor ruso de impacto revolucionario, transformó la música del siglo XX con su enfoque rítmico y tímbrico. Petrushka (1947, revisión de la partitura original de 1911), también creada para los ballets rusos de Diaghilev, es un retrato musical de un títere en una feria rusa, lleno de contrastes rítmicos y disonancias.

La versión revisada de 1947 ajusta la orquestación para una mayor claridad, manteniendo la vitalidad y el carácter narrativo de la obra original.

Así, esta Petrushka (versión de 1947) se ejecuta con una gran orquesta con cuerdas, vientos (incluyendo dos flautas, piccolo, clarinetes, fagotes), amplia sección de bronces (cuatro trompas, dos trompetas, tres trombones, tuba), percusión, dos arpas, celesta y piano.

De esta manera, Petrushka es una obra de contrastes rítmicos y tímbricos, con una orquestación que refleja la vitalidad de una feria rusa. La partitura alterna disonancias entre cuerdas y vientos con temas melódicos claros, como el solo de flauta traversa, que en esta interpretación sonó prístino.

La dirección de Helmuth Reichel mantuvo un pulso rítmico firme, proyectando energía y destacando los detalles de la orquestación. Los timbres de fagot, arpa y piano se entrelazaron con precisión, aunque las trompetas mostraron ciertas dudas en los pasajes expuestos. Los dúos instrumentales, como fagot-flauta y arpa-trompeta, crearon una rica paleta tímbrica, mientras que el contrapunto de vientos y el juego entre trombón y violines generaron atmósferas dinámicas.

Sin ir más lejos, la orquesta logró un gran despliegue sonoro, con un vals iniciado por el fagot que añadió un toque teatral. A pesar de un leve desacoplamiento en el acorde final, la interpretación mantuvo la atención del público, capturando la esencia narrativa y el carácter vibrante de la obra.

El Concierto 6, bajo la batuta de Helmuth Reichel, ofreció una experiencia musical vibrante, destacando la riqueza orquestal de Ravel y Stravinsky. La Suite No. 2 de Daphnis et Chloé brilló por su contraste dinámico y tímbrico, mientras que el Concierto para piano en sol mayor mostró momentos de gran expresividad, especialmente en el tercer movimiento.

Petrushka destacó por su energía rítmica y la atención a los detalles orquestales, consolidando la capacidad de la orquesta para abordar obras complejas. A pesar de pequeñas imprecisiones, la interpretación reflejó un trabajo cuidadoso y un compromiso con la esencia de estas obras maestras del siglo XX.

El próximo Concierto 7 se efectuará los días jueves 16 y viernes 17 de octubre, y contemplará en su programa la partitura de El anillo sin palabras, del compositor Richard Wagner y la adaptación del músico Lorin Maazel.

 

 

 

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Jorge Sabaj Véliz es un crítico musical y abogado formado en la Universidad de Chile.

 

En el Concierto 6 la Orquesta Filarmónica de Santiago fue dirigida por el maestro nacional Helmuth Reiche

 

 

 

Jorge Sabaj Véliz

 

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Juan Millán.

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