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[Crítica] «El asesino»: Norteamérica como un paisaje arrasado

Disponible en la plataforma de streaming Netflix, la última entrega cinematográfica de David Fincher ha provocado un arduo debate estético —entre la crítica especializada— acerca de los nuevos derroteros audiovisuales que ha seguido el director estadounidense, en comparación a la filmografía que lo lanzó a la fama tanto en la década de 1990 como en la primera década de este siglo.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 2.12.2023

A fines del mes de octubre, Netflix estrenó el último filme del director norteamericano David Fincher (1962), El asesino (The Killer, 2023), una realización más, y la cual engrosa una sólida obra audiovisual que tiene nombres del calibre de Figth Club (1999), Zodiac (2007) o The Social Network (2010) por mencionar algunos títulos destacados.

La película prometía, pues Fincher volvía a trabajar con el guionista Andrew Kevin Walker, con quien hizo dupla en la aplaudida Seven (1993).

El asesino es un homicida a sueldo, un trabajador de la muerte que el cine ha presentado infinidad de veces, pasando por fríos criminales expertos en todo, armas, combates cuerpo a cuerpo, espionaje, etcétera. Una especie de superhéroe capaz de cualquier cosa. Hasta hombres de carne y hueso que, como verdaderos ángeles ejecutores, pueden filosofar de la vida y la muerte, que tan de cerca conocen.

Así, y en esta tradición, el sicario que interpreta Michael Fassbender, sin un nombre particular, solo insípidos alias, se presenta como un obrero dedicado que debe realizar el trabajo de liquidar un objetivo, pero que falla en su misión.

Desde ese momento, su vida personal cambia pues en represalia llegan a su casa en la Republica Dominicana, donde él no se encontraba, pero dañan a su pareja. Así, este personaje se convierte en un vengativo asesino que busca a los que ejecutaron el ataque en contra de su compañera.

Formalmente la narración tiene una estructura que se ha visto en otros relatos, donde la vendetta sin límites es el leiv motiv que mueve la narración. Por lo que la gran novedad ocurre desde lo formal, y corresponde al cómo se presenta este thriller con toques de humor negro.

 

El lado lúdico de una oscura tarea

Lo primero que se percibe es este abnegado trabajador sentado frente a una ventana con vista a un edificio que vigila día y noche. Este asesino aparece con una tenida anodina: chaqueta y pantalón sport amplios, colores claros y sin marcas visibles, coronado con un sombrero cubo, semejante al sombrero pescador, la clara referencia a un turista alemán en París.

Una voz en off que habla de lo rutinario del trabajo criminal, lo poco glamoroso, mientras no deja de observar la edificación de enfrente, como un espectador aburrido que tiene encendida la televisión en tanto hace sus labores habituales. Escuchando a The Smiths en todo momento. Hasta que llega el momento de ejecutar el trabajo por el que lo contrataron. Y marra.

Desde ese instante, la narración se vuelve vertiginosa para mostrar la huida por las calles de París y luego en el aeropuerto hasta llegar a República Dominicana donde se encuentra con la sorpresa del asalto a su mansión.
Después el relato lleva al espectador a distintas ciudades de EE. UU. donde opera el centro que contrata a estos asesinos.

Ciudades donde estarían los otros trabajadores como él: New Orleans, Luisiana y New York. Todo ambientado por la voz de Morrissey, vocalista de The Smiths, las floridas camisas del personaje de Fassbender y su voz en off.

El paisaje urbano que muestra el filme se acerca a un territorio despoblado y lúgubre, una Norteamérica como un paisaje arrasado. Esas imágenes cuando va al Estado de Florida, contrastan con las postales paradisíacas de playas de color turquesa y personas en trajes de baño que suelen presentarse de dicho lugar. En este caso, la fotografía se aproxima a otros trabajos de Fincher como Seven o El club de la pelea.

Otra conexión que tiene con El club de la pelea es esa voz que reflexiona y repite consignas como si fuese un mantra de libros de autoayuda. Esto da a las ejecuciones que realiza un toque de ironía, como si siguiera los consejos de Pilar Sordo o Paulo Cohelo para ser un individuo feliz en el laburo.

Sin embargo, la primera interrogante en torno a esta película es qué aporta a un género ya de por sí habitado por joyas como El samurái (1967) de Jean Pierre Melville, León (1994) de Luc Besson, Ghost dog (1999) de Jim Jarmusch, Panic (2000) de Henry Bromell, Collateral (2004) de Michael Mann, solo por nombrar algunas.

En muchos casos, la figura de este asesino a sueldo ha servido para reflexionar sobre la fragilidad humana en el momento del fin. En esta ocasión, las meditaciones del personaje de Fassbender son más bien irónicas, amplificadas por los gustos musicales y la ropa que exhibe. Hay un tono de broma en todo esto. Un lado lúdico de la oscura tarea.

Y la otra interrogante que surge es qué suma a la obra de David Fincher, el largometraje de El asesino. En términos cinematográficos, las últimas realizaciones de Fincher, asociadas a las producciones de Netflix, se sienten menores en torno a una obra que alcanzó puntos superlativos en años anteriores, especialmente en los 90.

Pero su película no pierde su toque sofisticado, su gusto musical y sus personajes cool. Está dentro de la galería del director. En este aspecto es la contracara de personajes rotos y complejos que suelen aparecer en la tarea de eliminar individuos. En este aspecto, se vislumbra algo de banalidad en su quehacer.

Hay cierta crítica que ha visto en esta obra audiovisual una metáfora del mismo director cortando con la industria cinematográfica de los grandes estudios y reafirmando su deseo de quedarse en el streaming, donde se mueve con soltura y no tiene estos patrones mayores que lo manejen. Puede que sí, puede que no.

Sin embargo, como obra artística, El asesino se presta a distintas lecturas sobre el fin en sí mismo, antes que por el cual fue concebida. Pero al ponerla al lado de otras del mismo director, se palpa algo fallido, algo que no alcanzó a cuajar en este asesino que entretiene, pero que no logra trascender más allá en su implacable y redundante venganza.

 

 

 

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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.

También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: El asesino (2023).

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