Esta breve novela perteneciente a la llamada «época rusa» de su autor, Vladimir Nabokov —y reeditada por la colección Compactos de Anagrama— permite apreciar con gran fuerza estética motivos tales como la búsqueda de la identidad, el juego de los espejos y la figura del doble, para luego dar paso a preguntas existenciales en torno a lo que somos o bien creemos ser.
Por Alejandra Repetto Seeger
Publicado el 9.9.2025
El ojo fue escrita por Vladimir Nabokov (1899 – 1977) en 1930, publicada por entregas en una revista parisina para emigrantes rusos, y constituye su cuarta novela, mucho antes, y en un tono muy distinto de Lolita, por la que es ampliamente conocido.
Con todo, El ojo es una cortísima y particular novela ambientada en el Berlín de mediados de la década de 1920, con variados personajes expatriados de la Rusia posterior a la Revolución Bolchevique (nobles, intelectuales, banqueros, médicos y militares) .
El protagonista, un joven ruso que va probando diversos oficios, decide suicidarse tras una agresión a manos del marido de su amante, y tras su intento fallido despierta en un hospital convencido de que ha muerto y que todo lo que vive no es sino la creación de su cerebro que tarda en morir.
Aquel acontecimiento da pie al comienzo de un relato extravagante en el cual el protagonista se siente libre de actuar de maneras antes impensadas, porque se supone muerto («Con respecto a mí mismo, ahora era un observador. Mi creencia en la naturaleza fantasmagórica de mi existencia me daba el derecho a ciertas diversiones»).
Pese a su fantasía de muerte lo agobian necesidades humanas tales como fumar, tener un lugar donde dormir, y sobre todo, ser visto, apreciado y valorado.
Así, la voz hablante se convierte en una especie de espía de sí mismo o de un personaje llamado Smurov que, asumimos, se trata del protagonista, y lee el actuar de este hombre con una benevolencia y hasta admiración, que dista bastante del modo en que parece ser recibido por los demás.
Hay un antes y después en la visión del protagonista sobre sí mismo, o de las imágenes que va encontrando de su figura en la búsqueda que se intensifica con esta identidad sobrenatural, condensada en la idea del ojo que todo lo ve.
Esa dinámica dramática se complementa con los artilugios necesarios, incluyendo la interceptación de cartas y diarios de vida ajenos, en los cuales el narrador encuentra pistas de su efigie, así como la posibilidad de ser nombrado, elogiado, y finalmente de poder pasar a la posteridad.
La complejidad de la migración rusa
Del personaje un poco patético, humillado, que se autopercibe más o menos correctamente y que conocemos hasta el momento del suicidio fallido, cuando nos habla aún en primera persona, observamos un viraje hacia una autocomplacencia casi delirante, narrada de forma disociada, que choca con las percepciones de los otros que le atribuyen características disímiles y no siempre deseadas.
Las identidades que los otros le van otorgando se alejan patéticamente de su deseo, despojándolo de una personalidad clara, sumiéndolo en la confusión y en la derrota, emulando de ese modo la complejidad de la migración rusa en un país entreguerras.
Esta complejidad, muy bien esbozada, contrasta con la afirmación que hace Nabokov al inicio de su prefacio escrito 35 años después de la publicación de la novela: «siempre he sido indiferente a los problemas sociales, limitándome a usar el material que casualmente tenía a mano, como un comensal locuaz dibuja la esquina de una calle en el mantel».
Como sea, es esta dificultad estética la cual permite que la búsqueda de la identidad, el juego de espejos y la figura del doppelgánger aparezcan en esta pequeña novela con fuerza, dando lugar a preguntas en torno a lo que somos y lo que creemos ser.
El humor está presente a lo largo de todo el relato, por momentos intencionadamente confuso, y salpicado de anécdotas variadas y retratos detallados de algunos personajes.
Sin ir más lejos, El ojo es una novela corta, pero no necesariamente fácil: es más bien un caleidoscopio de imágenes que remiten a una imagen que tampoco vemos completa.
Como señala el mismo autor: «la textura del relato remeda las novelas policíacas». Y: «solo el lector que pesque inmediatamente el sentido tendrá una auténtica satisfacción de El ojo«.
Una novela que quizás se puede leer dos veces, una para comprender a cabalidad, otra para disfrutar.
Y hay mucho para disfrutar.
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Alejandra Repetto Seeger es una psicóloga clínica titulada en la Universidad ARCIS, enfocada en su labor profesional tanto en la terapia de adultos, como de niños, adolescentes y de familias.
«El ojo», de Vladimir Nabokov (Editorial Anagrama, 2024)
Alejandra Repetto Seeger
Imagen destacada: Vladimir Nabokov.