En un panorama intelectual erosionado por las distorsiones ópticas que provoca el postmodernismo y la sobre ideologización, por esa tendencia a criticar y tomar distancia de todo lo que nos es ajeno, a atrincherarse y congeniar con los aliados endogámicos, es una baño de agua fresca toparse con una autora como la estadounidense Leslie Jamison, que logra abrir todas las puertas, incluso las más oscuras.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 18.7.2025
Entrar al jardín de un desconocido y regar un huerto medio desecho sin pedir permiso, las murallas agrietadas alrededor, el bullicio de las calles contaminando la atmósfera acústica como la amenaza de una tormenta de arena que nunca acaba de llegar, hasta que una persona se asoma por la ventana y un niño sale a jugar y le toma la mano al intruso, y lo invita a entrar en sus vidas.
Algo improbable, que parece ficción, y que requiere de una portentosa sensibilidad y capacidad de observación, eso es lo que logra la escritora estadounidense Leslie Jamison (1983), y lo hace con una táctica tan compasiva como descarnada, inmiscuyéndose en vidas ajenas a la vez que desmenuza sus propias obsesiones, sus propios sesgos y prejuicios frente a la situación o el sujeto que le toca entrevistar.
O sobre el que explora sus vidas a la manera de una detective intimista, rehuyendo toda camisa de fuerza, abriéndose el pecho a la vez que revela las obsesiones y complejos ajenos en su compleja y vívida humanidad.
A estas proezas, que podrían pasar desapercibidas en el gran escenario cultural de no ser por su espléndida prosa y persuasiva sumersión en los personajes, es a lo que asistimos al leer las crónicas y ensayos de Jamison sobre una familia que asegura que su niño es la reencarnación de un piloto de combate que murió en Japón durante la Segunda Guerra Mundial.
O al hablar con los usuarios de un sitio de realidad virtual en el cual la posibilidad de una nueva vida les ayuda a apaciguar los tormentos de la existencia real e, inclusive, a crear y cultivar familias alternativas.
Una escritora que logra abrir todas las puertas
En un panorama intelectual erosionado por las distorsiones ópticas que provoca el postmodernismo y la sobre ideologización, por esa tendencia a criticar y tomar distancia de todo lo que nos es ajeno, a atrincherarse y congeniar con los aliados endogámicos, es una baño de agua fresca toparse con una escritora que logra abrir todas las puertas, incluso las más oscuras (como su propia lucha con el alcoholismo).
Aquello, para entablar una relación con una fotógrafa o un ingeniero que ha escuchado por años a la ballena más solitaria del mundo, y componer verdaderas autopsias en carne viva, no con el frío impersonal de una sala de hospital, sino con el calor mamífero y esa compasión incisiva, acompañada de una calibrada dosis de desengaño, que es una forma de lucidez cada vez más escasa.
Particularmente inmersivos son sus ensayos sobre algunos fotógrafos y sus trabajos, sobre todo el dedicado al proyecto de Annie Appel que cartografía la luz de una relación de más de veinte años con una familia mexicana. Un relato conmovedor y crudo como es toda verdadera intimidad. En este texto dice sobre ella algo que bien se podría decir de la misma Jamison:
«Su trabajo es importante porque evoca la infinita capacidad de la vida cotidiana para albergar a la vez el tedio y el deslumbramiento, la monotonía y súbitos destellos de asombro».
No hay mucho más que decir, es preferible que ustedes entren por las puertas desencajadas y los callejones sorprendentes que proponen los textos de Jamison para llegar a una cocina abarrotada de niños o a un escritorio con adultos que juegan a imaginar una vida alternativa o a una boda que atiza toda la fragilidad y las contradicciones que una mujer puede albergar en su corazón.
Interioridad que es una mezcla de fortaleza y sucucho en el cual conviven la resiliencia y la compasión, y, sobre todo, una curiosidad irreverente y expansiva que no se detiene en el círculo vicioso de la razón y siempre busca explorar los misterios de las vidas ajenas.
En un mundo de personas que miran con más atención las pantallas que otras miradas humanas este es el tipo de literatura capaz de hacer arder esa indiferencia y contagiarnos la inquietud ante el prójimo, ante las vastas y enmarañadas historias que todos llevamos confundidas con nuestras sombras, en nuestras risas y en nuestras cicatrices.
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.
Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
«Gritar, arder, sofocar las llamas», de Leslie Jamison (Editorial Anagrama, 2024)
Alfonso Matus Santa Cruz
Imagen destacada: Leslie Jamison.