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[Crítica] «La Habana para un infante difunto»: Esa Cuba mítica y eterna

La editorial Alfaguara acaba de relanzar la icónica novela del escritor isleño Guillermo Cabrera Infante, la que publicada originalmente en 1979 es un homenaje a la cosmopolita capital caribeña de la década de 1950, en la previa a la Revolución de los hermanos Castro.

Por Eduardo Suárez Fernández-Miranda

Publicado el 3.1.2022

La narrativa de Guillermo Cabrera Infante (Gibara, 1929 – Londres, 2005) rebosa humor y ritmo musical. La editorial Alfaguara acaba de publicar dos obras fundamentales dentro de su creación literaria: Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto.

En ambas novelas Cabrera Infante: “convierte la capital cubana en un ámbito literario de realidad perenne, en una crónica minuciosa de la que fue hace medio siglo, que no envejece ni envejecerá”, como recuerda el escritor Juan Goytisolo.

En La Habana para un infante difunto (1979) un escritor narra su infancia y primera juventud en la isla caribeña. Son las vivencias y ese despertar sexual propio de la adolescencia. Recorremos las calles de una La Habana de los años 50 exuberante y luminosa:

“Había luces dondequiera, no sólo útiles sino de adorno, sobre todo en el Paseo del Prado y a lo largo del Malecón, el extendido paseo por el litoral, cruzado por raudos autos que iluminaban veloces la pista haciendo brillar el asfalto, mientras las luces de las aceras cruzaban la calle para bañar el muro, marea luminosa que contrastaban las olas invisibles al otro lado: luces dondequiera, en las calles y en las aceras, sobre los techos, dando un brillo satinado, una pátina luminosa a las cosas más nimias, haciéndolas relevantes, concediéndoles una importancia teatral o destacando un palacio”.

La capital cubana quedará fijada por siempre en el recuerdo del lector.

 

El compromiso con las artes

Cabrera Infante habla de su novela como de una reconstrucción verbal de La Habana, una reconstrucción lingüística y literaria. Toda su obra desprende esa devoción que el escritor cubano sintió por su patria: «siempre he tratado de reflejar en mis novelas las formas de hablar, de ver la vida del pueblo cubano, siempre empeñado en mirar las cosas con un giro humorístico, paródico».

Se pueden vislumbrar en La Habana para un infante difunto, elementos biográficos del autor. Sin embargo él lo negaba: «hágame la concesión de no olvidar que no soy yo, que el narrador es una persona literaria. No es mi autorretrato. Les concedo algunas características para que tengan consistencia».

El escritor y crítico barcelonés Juan Antonio Masoliver Ródenas recuerda la pasión de Cabrera Infante por Cuba, que era presencia dominante en todos los libros. Sin embargo, la relación del escritor con su país de nacimiento siempre fue complicada.

El punto culminante de esta situación se produjo con la entrevista concedida a la revista argentina Primera Plana en 1968, donde Guillermo Cabrera Infante se mostraba muy crítico con la situación política de su país.

En esa época ya se encontraba en Inglaterra, donde residiría hasta el final de sus días. Se había trasladado a Londres en 1965, después de haber ocupado el puesto de agregado cultural de Cuba en Bruselas. Este fuerte componente político en la vida del escritor no ha trascendido a su producción literaria.

Como señala el propio Cabrera Infante: «las artes deben tener un compromiso con las artes, nunca con la política. Debemos hablar de compromiso literario, de compromiso estético, pero hablar de política en la literatura me parece una falta absoluta de coherencia».

Además de su pasión por la literatura, Guillermo Cabrera Infante fue un apasionado del séptimo arte. Como él mismo recuerda: «cuando yo nací, La Habana era una ciudad con cien salas de cine para medio millón de habitantes. De pequeño, cada noche mi mamá nos preguntaba en casa: ¿Cena o cine? Y como siempre ponía sardinas y yo las odiaba, la respuesta era siempre la misma: cine. El resultado es que a mis dos años ya predecía el rugido del león de la Metro antes de que apareciera en pantalla».

Fruto de esa pasión por el cine es su compendio Cine o sardina, donde eleva la crítica cinematográfica: “a la categoría de género literario, gracias a su fecunda imaginación y riqueza verbal”, en palabras del escritor Mario Vargas Llosa.

Alfaguara, con la publicación de Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto, nos da la oportunidad de regresar a una Habana mítica y eterna.

 

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Eduardo Suárez Fernández-Miranda es licenciado en Derecho de la Universidad de Sevilla (España).

 

«La Habana para un infante difunto», de Guillermo Cabrera Infante (Editorial Alfaguara, 2021)

 

 

Eduardo Suárez Fernández-Miranda

 

 

Imagen destacada: Guillermo Cabrera Infante.

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