Icono del sitio Cine y Literatura

[Crítica] «La muerte de la condesa Prokofich»: El desplome de las grandes ilusiones ideológicas

Así como José Donoso exhibe y desarrolla personajes y acontecimientos de una clase burguesa adinerada en medio de su decadencia, el escritor chileno Rolando Rojo (en la imagen destacada) dibuja diversos cuadros vívidos de las inesperadas transformaciones geopolíticas del siglo XX.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 1.3.2022

Hace años, en una reunión de amigos escritores, Rolando Rojo Redolés (Ovalle, 1941) nos contó la historia de una aristócrata rusa, condesa, que había logrado huir de la Unión Soviética, junto a un grupo de nobles zaristas, para refugiarse en una mansión ubicada en la pampa argentina, al sur del gran Buenos Aires. Esa narración de viva voz iba a volcarse en esta alucinante novela titulada La muerte de la condesa Prokofich (Editorial Santa Inés, 2019).

Rolando Rojo exhibe una amplia y sólida producción narrativa, en su larga trayectoria como escritor, la que ha merecido importantes galardones en nuestra república de las letras; entre ellos, el Premio Municipal de Santiago, el Premio Pedro de Oña, el Alerce y otros; asimismo el difícil galardón del Consejo Nacional del Libro.

Quizá la mayor limitación de nuestro oficio escritural sea la escasa lectura ejercida entre pares, de libros de autores chilenos, salvo que se trate de compatriotas que hayan hecho su carrera lejos de esta larga isla del fin del mundo.

Podemos señalar a Fernando Alegría, Carlos Droguett, Isabel Allende, Luis Sepúlveda, Alberto Bolaño. Es decir, si no traen el prestigio —cuestionable, si se quiere— de haberse oreado fuera de la aldea de nacencia, no cuentan como atracciones reales del vicio impune.

Prejuicio vano, como casi todos, que se comprueba al leer, por ejemplo, esta novela que nos arrebata, entretiene y conmueve a lo largo se sus 175 páginas. Así tratamos, a través de Cine y Literatura, de romper este mal hábito de injusta omisión.

Es difícil contar bien una historia, encadenar al lector con los flujos de las palabras que encauzan su imaginación y la contraponen o asemejan a lo imaginado por el autor, sea a través de la oralidad o de la escritura. Porque Rolando Rojo posee ambas cualidades y, a la postre, leerlo es escucharlo.

 

Un hogar para exiliados de diversos orígenes

La novela nace de un hallazgo motivador, como suele ocurrir a los escribas de todos los tiempos. Luego de abandonar el campo de concentración Chacabuco, uno de tantos lugares del horror que prodigó la dictadura militar empresarial (1973 – 1990), Rolando Rojo se exilió en Buenos Aires. Allí, en las interminables rúas bonaerenses, se topó en una esquina con un curioso y, a la vez, inquietante letrero: «Asociación de Protección al Refugiado».

Aquí comienza todo y se desboca la «imaginación delirante», como apuntó Poli Délano, entrañable amigo de Rojo, compinche de buenas libaciones y mejores conversas, camarada de sueños y compañero de esperanzas. La asociación indicada, merced a una mujer, generosa mecenas y favorecedora, bajo el amparo de Naciones Unidas, habilita un hogar para exiliados de diversos orígenes, causas y procedencias, en medio de la pampa argentina.

Ahí aterriza el protagonista, Luis Alberto Escobar (alter ego de Rolando Rojo, sin duda), accediendo a un mundo cautivante y asombroso donde se desarrolla la trama. Ha ocurrido una muerte —la que anuncia el título de la novela— y pese a la avanzada senectud de la Condesa, crece la sospecha de su posible asesinato.

Uno de los personajes principales es el inspector Neira, un policía maduro, de prestigio oscuro y dudosa pericia, encargado de analizar el caso y encontrar al o a los culpables, secundado por un ayudante escéptico, que cuestiona la metodología del jefe y su tendencia a dejarse llevar por fútiles juegos de infantiles suposiciones.

El ámbito temporal inmediato de la novela está situado a fines de la década de 1970, siglo XX, pero dentro de la casona, Cronos hace de las suyas y nos encontramos con personajes coetáneos del zar Nicolás II y miembros de su corte aniquilada por la Revolución de Octubre, oficiales alemanes escapados de la debacle germana de 1945, un general boliviano que oficia de director de este refugio, que a ratos parece una casa de locos escapados de los infiernos contemporáneos de la historia universal.

 

Relato sólido e inteligente

La condesa es el trasfondo y el sustrato estético de la novela. Anciana nonagenaria de inmarcesible belleza, cuenta con fieles y perennes enamorados. Es un mito viviente, aun cuando haya muerto, lo que constituye el aparente oxímoron de todos los mitos.

Me recuerda a esa aristócrata, empinada en los 90 años, que describe Niko Kazantakis en su Carta al Greco, de la que confiesa enamorarse, a sus 40 jóvenes años. Una belleza perturbadora en la senectud, dueña y paradigma de todos los misterios femeninos, a la que se cree y juzga inmortal.

Junto a la trama principal de la narración, se desliza una historia de fines de los años 60, que va a culminar el 9 de octubre de 1967: el asesinato de Ernesto Che Guevara a manos de oficiales bolivianos. Entre los personajes que delinea con maestría el autor, hay testigos de aquel suceso que resalta una de las grandes derrotas del sueño revolucionario.

Así como José Donoso exhibe y desarrolla personajes y acontecimientos de una clase burguesa adinerada en medio de su decadencia, Rolando Rojo dibuja diversos cuadros vívidos del desplome de grandes ilusiones ideológicas que abrazamos muchos compañeros de su generación, en esta sufrida patria de los confines.

En veinte años, la novela no ha perdido vigencia con esta nueva reedición de 2019 (el volumen fue publicado originalmente por Mosquito Comunicaciones en 2002). Y la mantendrá, porque su valor humano y estético es atemporal, como las obras bien logradas que nos ofrecen el acontecer de la condición humana.

Me permito concluir esta breve crónica, extractando un párrafo significativo de Poli Délano al respecto: «Rolando Rojo nos entrega un relato sólido, bien estructurado, inteligente y rarísimo. El lector podría deducir que, además de ser un narrador desenfadado, sin pelos en la lengua en la temática que aborda y, a la vez, altamente poético, capaz de una envidiable fluidez de ritmo, este escritor posee una imaginación delirante. Sin embargo, la trama novelesca transcurre en un escenario que existe, real, por muy ‘increíble, pero cierto’ que pueda parecer».

De los personajes diremos que están muy bien logrados, en sus diversos papeles, vitales y circunstanciales. Después de concluida la novela, he tratado de ubicar, geográficamente, la casona extraviada en medio de la pampa.

Me gustaría conocer en persona a la condesa Prokofich. Para mí que está viva y es aún sujeto de requiebros amorosos, aunque sean los propios del amor cortesano.

 

***

Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.

 

«La muerte de la condesa Prokofich», de Raúl Rojo Redolés (Editorial Santa Inés, 2019)

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Rolando Rojo Redolés.

Salir de la versión móvil