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[Crítica] «Matadero»: Conjurar la vida y la muerte

El poemario del autor chileno Roberto Bustamante (en la imagen destacada) instala la pregunta por la esterilidad del paisaje, la interrogante por la naturaleza propiamente tal, en un conjunto de imágenes que abundan en la memoria de una voz poética que se aventura en la potencia de su visión histórica.

Por Edgar Soliz Guzmán

Publicado el 26.8.2022

Matadero (Editorial Aparte, 2022) de Roberto Bustamante (Iquique, 1977) es un poemario cuyo ejercicio creativo reconstruye una memoria para reterritorializar el paisaje de una aldea con el mar Muerto. La voz poética, al epílogo del poemario, centra su mirada en la fotografía, esas: «fotos que ocultan / riachuelos crecidos / ahora secos / devorados por silencio».

La imagen evidencia una transformación en términos de esterilidad y es traducida por la sensibilidad de la voz poética dispuesta a resistir ese silencio de muerte. Si para Susan Sontag la fotografía, además de la representación de lo real, es un rastro y una máscara mortuoria, en Matadero la fotografía es la certidumbre de esos vestigios apilados en la memoria que conjuran la vida y muerte sin otro paisaje que el barrio de sacrificio.

Desde esa premisa, la voz poética registra imágenes para preguntarse por el tiempo histórico que reconfigura el paisaje de la ciudad: «Con el fin del Salitre / el castigo nacional y su / hambre. A veces, la pregunta / sobre el siglo XX / la responden gaviotas / cuando devoran / los restos de un pollo asado».

Esa tardía modernidad, a modo de transformaciones del paisaje, puede situarse en el roquerío de El Colorado, un espacio sin faro y sin fortuna, que transita el siglo con preguntas por el abandono y el reclamo a esa inquieta banderita sin pronunciar.

Cabe preguntarse por este paisaje como: «Zona de sacrificio / revolución industrial tardía», y un largo etcétera de metáforas que transforman la territorialidad a los avatares de la sobrevivencia, siempre urgente a los pescadores que no presumen y recogen el texto de las mareas.

Porque el oficio de la voz poética también es situarse en sus raíces para entender el paisaje que circunda la vida y la muerte en una ciudad consagrada a su permanente devenir. Ahí la voz poética, desde su mirada oscura, recorre: «kilómetros cuadrados de versos / periferia de lamentos entre / industria y Coca Cola: / los migrantes / caminan a la zofri / condenando el suelo infértil».

El guiño a la postmodernidad, reconfiguración, nuevamente, del paisaje entregado a las aguas negras del capitalismo y los efectos de una época destinada a pensar la ciudad o post ciudad como el territorio condenado a ese suelo infértil.

 

El horizonte despoblado que se aventura

Este poemario, retrato y documental, instala la pregunta por la esterilidad del paisaje, la naturaleza propiamente, en un conjunto de imágenes que abundan en la memoria de la voz poética que dice: «todo es una gran costra / y el jardín ocioso fue cuerpo / vuelto metal harinoso».

No solo es la transformación inerte del cuerpo o paisaje, sino también la permanente visión del mar Muerto y la tierra yerma que configuran un paisaje extinto en términos de memoria. El paisaje visto de ese modo parece ser la derrota de un tiempo histórico que no es más, probablemente, de su desterritorialización en términos de memoria.

Sin embargo, la voz poética, desde el lenguaje, conjura una serie de imágenes para reconstruir otro paisaje, casi como un devenir histórico, apelando a las fiestas populares de San Lorenzo, Estanislao Loayza, el pugilista iquiqueño que disputó la primera corona mundial, el Partido Obrero Socialista, la novela de Bolaño 2666, las goletas, los trenes, la ciudad en permanente transformación, etcétera.

«La textura misma de la yerma / se quedó como la porosidad de una pregunta: / las tomas de terrenos florecieron / al igual que las canchas de fútbol / El mar fue esquilado de todas sus metáforas». Otra mutación que posibilita otros sentidos del paisaje, como esos poros que abren grietas para producir fugas y desestabilizar un orden absoluto.

La voz poética vuelve al mar para desechar sus sentidos lingüísticos y recrear otro paisaje acorde a esta reconfiguración. En ese orden, se desafían los sentidos nacionalistas en el paisaje patriótico absoluto: «La Quebrada del Anzuelo / nos permitía escapar de la patria / ir más allá en la juerga de los rieles perdidos / ese regreso a casa».

Un reconocimiento de pertenencia a la geografía local, casi un desacato, un acto de reterritorialidad. Entonces, la visión histórica, bajo la mirada de Lezama, se aglutina en el paisaje del barrio Matadero como mapamundi con riachuelo de sal que congrega el territorio total, el paisaje per se, y su inscripción textual en el poema.

Asimismo, la voz poética se desplaza, en un gesto humano de sobrevivencia, por su intimidad y reconstruye su propio paisaje: «Con mis hijos disfrutando de algo / en alguna parte / difuminándonos cielo arriba / los tres envueltos / pasajeros confundidos / esperanzados en la trifulca / como medio de comunicación válido».

Volvemos a la fotografía, esta vez, como huella de un tiempo personal inscrito en la inmensidad del paisaje, la voz poética que se pierde en esa imagen y reconoce su carácter pasajero de la vida y la muerte y la posibilidad de leer esa fotografía, como el poema, en el devenir histórico inscrito en la zona de sacrificio. La importancia de la imagen, poética y fotográfica, es un escenario de reconfiguración del paisaje, su reterritorialidad.

Para el cierre se alude a Comala como un pueblo inscrito en un no-tiempo, o por lo menos no lineal, de naturaleza en constante transformación que se disputa la vida y la muerte y donde sus habitantes no tienen existencia externa sino a través del paisaje y viceversa.

Y en el fondo el mar, el otro paisaje que abre infinidad de sentidos, el horizonte despoblado que se aventura a la potencia de su visión histórica.

 

 

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Edgar Soliz Guzmán (Oruro, Bolivia, 1982) ha publicado Diccionario Marica (Fundación Editorial Q’iwsa, 2014), Eucaristicón (Cascahuesos Editores, 2016), Sarcoma (Editorial 3600, 2018) y Gay discreto busca heterocurioso: pulsiones homosexuales que habitan la ciudad (Movimiento Maricas Bolivia, 2018).

 

«Matadero», de Roberto Bustamante (Editorial Aparte, 2022)

 

 

Edgar Soliz Guzmán

 

 

Imagen destacada: Roberto Bustamante.

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