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[Crítica] «Memory»: Abrir la puerta al pasado

La nueva entrega del realizador mexicano Michel Franco se encuentra protagonizada por la actriz Jessica Chastain, quien recibió el codiciado Golden Icon Award en el reciente Festival de Cine de Zúrich, debido a sus logros interpretativos, y los cuales han dejado una huella duradera en el mundo del séptimo arte, a nivel internacional.

Por Rafael Recuenco Gutiérrez

Publicado el 10.10.2023

Sylvia (Jessica Chastain) es una trabajadora social que lleva una vida sencilla y estructurada: su hija Ana, su trabajo y sus reuniones de Alcohólicos Anónimos. Todo esto salta por los aires cuando Saul (Peter Sarsgaard) la sigue a casa tras su reunión de excompañeros del instituto. Su encuentro sorpresa impactará profundamente a ambos al abrir la puerta al pasado.

Este es el argumento de Memory, la nueva película del director mexicano Michel Franco (1979), quien la ha presentado en el Festival de Cine de Zurich, acompañado de su protagonista y ganadora del Oscar, Jessica Chastian.

No sólo eso, la actriz norteamericana se ha llevado —por su gran trascendencia interpretativa— uno de los premios más codiciados, el Golden Icon Award. En el momento de la presentación, ambos se consideraron afortunados de haber encontrado ese engranaje idóneo actriz-director, ya que está es la segunda vez que trabajan juntos en tres años. «La tercera película está en camino», dejó caer Michel Franco.

Memory nos adentra en la vida de Sylvia: trabajadora de un centro de personas discapacitadas, alcohólica (que lleva 13 años en sobriedad), pero, sobre todo, una persona asustada con el maltrato que ha sufrido en el pasado.

Chastain se pone en la piel de alguien compulsivamente obsesionado con la seguridad: Sylva no está segura hasta que no cierra los tres cerrojos de su puerta y no activa la alarma antirrobos. Tampoco deja a su hija salir con otros chicos de su edad, ni ir a fiestas y entra en cólera al encontrarle un cigarrillo de la risa entre sus cosas.

Lo bueno de todos estos detalles es que se van explicando paulatinamente, gota por gota, y el espectador se va dando cuenta de la realidad de ella a base de acciones transcurridas en silencio, sin la necesidad de un diálogo que nos lo explique todo.

Uno de los momentos clave es cuando Sylvia asiste a las dichosas reuniones de excompañeros del instituto. Ahí vemos la figura outsider de ella, que bebe agua con gas (mientras el resto se emborracha) y no se relaciona con la gente.

Es entonces cuando entra en escena Saul, que cuando ella rechaza su compañía y desiste de permanecer en ese sitio en el cual se siente offside, él la sigue hasta casa. ¿Hay algo peor que un hombre te siga hasta tu hogar cuando has sido víctima de violencia de género?

 

El nacimiento de un amor

Sylvia se encierra en su guarida, pero, para sorpresa suya, al día siguiente Saul sigue esperando en la puerta de su casa, mojado por la lluvia y tapado con una bolsa de basura. Al llamar al número de teléfono de su cartera, ella descubre que sufre demencia.

Días más tarde vuelven a quedar, él es viudo y vive en una casa con su hermano Isaac y su sobrina. Saul se encuentra mejor y apunta todo en una libreta para acordarse de las cosas que la enfermedad le hace olvidar. Dan un paseo por el bosque y ella lo acusa de haber abusado sexualmente de ella cuando era una niña de 12 años y él tenía 17.

Ella le quita el collar con el identificativo y el teléfono al que llamar en el caso que se pierda, y se marcha. Cuando está a punto de coger el metro, se da cuenta de lo que acaba de hacer y vuelve para resolver la situación que estuvo a punto de provocar.

Días más tarde, una amiga suya le advierte que se ha equivocado de persona y que Saul llegó al instituto justo el año en el que ella se cambió.

Entonces, Sylvia y Saul retoman una relación de cuidados, en la cual ella lo ayuda con las tareas del hogar, lo acompaña a pasear, ven películas y escuchan música juntos.

Pero esa relación de enfermera y enfermo se acaba convirtiendo en amor, aunque ambos carecen de la aceptación familiar que esperaban.

 

Una combinación peligrosa

Otro elemento visual que salta a la vista es la división metafórica del espacio a través de líneas de composición muy marcadas —como el marco de las puertas de casa de Sylvia o como el metro de Nueva York—, que provoca una claustrofobia y una retórica óptica interesante y estética.

Como podemos comprobar, se trata de una historia dolorosa y dramática, pero, por momentos, parece que estamos viendo una comedia, ya que las acciones dementes de él y sus continuas respuestas de «I don’t know» se convierten en un estallido de risa. No es de extrañar que la interpretación de Peter Sarsgaard fuera galardonada con la Copa Volpi —premio al mejor actor— en el Festival de Venecia.

Antes de explicar por escrito el motivo de la actitud de Sylvia y quién fue la persona abusó de ella cuando era una cría, recomendaría al lector que la viera. El espectador está impaciente de querer saber y todo esto se descubre en el último acto en la escena de la discusión.

Un plano conjunto (de más de cinco minutos) que no necesita otros cortes por la potencia dramática del momento. Sin lugar a dudas, se trata de la mejor secuencia del filme, ya que se destapan las cartas y uno no tarda en sentir el dolor intrínseco de la protagonista.

En resumidas cuentas, Memory es un drama especiado con la acidez de las enfermedades mentales, con un tándem interpretativo de una química brutal. Aunque, por momentos, la trama se vuelve repetitiva, monótona y silenciosa, se consigue emocionar al público y sufrir la empatía en su estado más puro y doloroso en el tercer acto.

Una historia de amor tan bonita y una de abusos sexuales tan dura es una combinación peligrosa. Por ello, el espectador se quedará con la primera. Por suerte, en todo lo humano, siempre prevalece la luz a la oscuridad.

 

 

 

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Rafael Recuenco Gutiérrez es graduado en periodismo por la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona, España).

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Rafael Recuenco Gutiérrez

 

 

Imagen destacada: Memory (2023).

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