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[Crónica] Almuerzo con los mocitos de la Cárcel de San Miguel

En cuanto a la alimentación, un reo cuesta a diario al Estado $1.500 más merienda (el pan con mermelada). Hasta antes del incendio en la torre 5 del recinto, que durante la madrugada del 8 de diciembre de 2010 produjo la mayor tragedia en la historia penitenciaria de Chile, y la cual terminó con la vida de 81 reclusos, la subsistencia de un presidiario no superaba los $1.000.

Por Rodrigo Ramos Bañados

Publicado el 6.8.2021

“Buenos días señor”, me saludó el grupo de mocitos. Estaban dispuestos en fila y bien afeitados. Parecía un batallón de conscriptos. Rígidos como si adentro siguieran una doctrina militar. Es sólo apariencia o una tomadura de pelo. Una vez que el gendarme pasa, se sueltan. Hasta ríen. Si uno tuviera ojos en la nuca quizás vería morisquetas y hasta gestos obscenos.

Mientras menos ruido uno haga, mejor. Lo ideal es pasar desapercibido. Piola.

Dentro de la cárcel hay que saber ubicar la mirada. Lo recomendable no es mirar demasiado a los ojos. El peso de las miradas se siente y molesta. Apabulla, a ratos. Da la sensación que hay poco paréntesis entre un saludo y un combo.

Cuando ven al gendarme otro grupo de mocitos queda detenido, algo así como: un, dos, tres momia es. Son estatuas. Mantienen sus dos manos detrás de la espalda, apretadas, como si protegieran algo. Los más jóvenes usan el corte de Arturo Vidal. Los viejos tienen guata y parecen mejor aseados.

Estos mocitos son afortunados. No pasan las pellejerías de los choros a los que no vemos, pero  sentimos. Los choros están al otro lado de la pared. Los choros son refractarios, o sea no tienen ningún interés por cambiar. Los choros en definitiva son los malos dentro de los malos. Si uno de los choros me mira feo, tengo dos opciones: me meten tajo a punzón o me transformo en su perkin.

Cuando le sacaron los bidones de gas y los anafres, cuanta Calfuquir, los choros no querían comer, pero al final se acostumbraron al nuevo sistema donde un grupo de mocitos seleccionados, por su buena conducta, le cocinan a los 1.564 internos de San Miguel.

 

Sopa de choros

Seis mocitos medios sudados revuelven tres ollas platinadas de medio metro. Ese jueves le tocó a un par de jóvenes lanzas de cuerpos delgados y flexibles y a un violador algo más viejo, con ponchera. Hablan poco entre ellos. Deben estar aburridos de tanto mirarse. Son las 11.30 horas y a mediodía todos almorzar. De segundo, hay reineta a la plancha. Ya vendrá la degustación.

El requisito número uno para ser un buen mocito de los gendarmes es la obediencia. Portarse bien significa no estar al lado de los choros. Difícil. “Hay que estar bien con Dios y con el Diablo”, sopla un mocito de los lanzas, de los jóvenes.

Si usted hace buena conducta, entonces podrá optar a ciertos beneficios. Los beneficios están de lado de los gendarmes, los dueños de casa. Un mozo es supuestamente buen amigo de los gendarmes. Los roles cambian cuando se apaga la luz o se cierran los candados. Por esta razón, Calfuquir, dice que la mayoría de los mocitos, por lo menos ahí, vive separado del resto de la población penal.

En San Miguel los choros vienen de las poblaciones La Legua y San Gregorio. Los mocitos también son de ahí. Hay ladrones primerizos o soldaditos de los narcos. Los mocitos viejos son en su mayoría violadores o aterrizan por violencia intrafamiliar.

Aclaremos el pabellón donde está ubicada la cocina es como el sector Premium de esta cárcel o lo hacen parecer así. Tan Premium que el nuevo comedor, que todavía no debuta, tiene dos televisores. La idea dice Calfuquir es que con estas comodidades los choros reflexionen y entiendan que pueden optar a una mejor calidad de vida dentro del penal.

El problema es que los choros no quieren ser mocitos. Es medio utópico pensar en que un choro reflexione pero los hay, afirma Iván Palma Rodríguez, 47 años, encerrado con robo por violencia, exlanza internacional y maestro de las pizzas y tallarines por su experiencia en Italia. “Los choros reflexionan para hacer sus maldades. Los mocitos reflexionan para sobrevivir y salir luego de la cárcel. Esa es la diferencia”, aclara con ironía el lanza devenido a pizzero.

 

A poner la mesa

Las ollas industriales hierven. Todo está pasado a choro. La cocina de la cárcel de San Miguel parece una sauna. Es un lugar cerrado como submarino. El piso siempre permanece húmedo, resbaladizo. Es fácil sacarse la cresta ahí y quemarse.

A un costado del escenario, el cabo Fabián Uval vigila. Uval hace de presentador. No todos los reos hablan con un intruso, un sapo. Desconfianzas habituales.

“Es bueno trabajar acá”, dice Francisco Herrera González (49 años) que ha sido ladrón y violador, esto último según gendarmería. El no lo reconoce. A Francisco, quien mira como si usara ojos de vidrio, le quedan dos años. Francisco observa más de lo que habla.

Llegó a la cocina por buena conducta ay porque además tenía experiencia. Una de las últimas veces que estuvo afuera laboró en un restaurante.  De ahí que sepa manejar los cuchillos. Sabe de cortes. Hace una demostración con un tomate. El tomate se revienta en su mano por la presión.

Uval explica que son los únicos en el penal que tienen acceso a los cuchillos. El resto a cucharas y tenedores; sólo para comer. Calfuquir explica que los cuchillos de mesa son los más peligrosos. Son pequeños y por esto son fáciles de esconder.

A la vez, estos cuchillos son letales en las manos de los presos cuando le sacan punta; más letales que los punzones cuyo uso requiere más espacio. Las peleas a punzones son como las de los gladiadores en el coliseo. Los tenedores, en tanto, no son problema porque sólo dejan arañazos.

El menú semanal del almuerzo el siguiente (es variable en todo caso): los lunes, fideos con salsa; martes, porotos (legumbres); miércoles, cazuela; jueves, pescado; viernes, pollo; sábado, 100 gramos de carne con arroz y domingo, shapsui. A las 8 horas toman desayuno a base de leche, y en la tarde, cuando se encierran a alrededor de las 17 horas, se llevan un pan con mermelada.

En cuanto a alimentación, un reo cuesta a diario al Estado $1. 500 más merienda (la merienda es el pan con mermelada). Antes del incendio en San Miguel, la alimentación de un reo no superaba los $1. 000.

El ex lanza internacional Iván Palma, que ya goza de salida dominical, dice mientras pone la mesa que sus compañeros mocitos prefieren sus pizzas y fideos. Dice que en Italia compró una máquina y la traje a Chile. Cuándo estaba afuera era un éxito. Se lucía.  Fabricaba fideos, hasta que cayó por robo.

 

Almuerzo

Los gendarmes mantienen su comedor aparte, pero esta vez nos acompañan a la degustación del caldo de choro en la pequeña sala del submarino. Nos entregan una bandeja de plástico. Los mocitos echan caldo y pescado. Un poco mezquina la ración del pescado, pero es de acuerdo como se mire o  si, por ejemplo, antes se tomó o no desayuno. No lo hice. La sopa sabe bien. Iván Palma dice que a lo mejor le faltó sal. Hay que enfriarla. Mucho calor para caldo. Le digo a Palma que la sople. El gendarme lo mira. Palma sopla.

Un grupo de travestis pasa a nuestro lado. No meten mucho ruido. Los mocitos no las molestan. Se pierden por una puerta a un comedor. Son las 12 horas. Parece que todos tuvieran hambre, pero en la cárcel no se demuestran las necesidades. Los afectos sólo brotan cuando se apaga la luz o se cierran las celdas tipo 18 horas. Una travesti de amarillo más pequeña y algo rechoncha logra una risa cómplice de los gendarmes. La risa distiende.

La reineta está buena. Faltó el tomate quizás. La dieta de los presos es sana. Poco colesterol. Las cocinas hechizas, por lo menos ahí, ya son piezas de museo. Digamos que para que todo esto se lograra, tuvieron que morir 81 personas en San Miguel. Sacrificio que no fue en vano. Sin el incendio, reconocen los mismos gendarmes, todo estaría igual que antes y en ese lugar donde hoy comemos tal vez habría olor a orín y a mierda.

 

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Rodrigo Ramos Bañados (Antofagasta, 1973) es escritor y periodista. Publicó las novelas Alto HospicioPopNamazuPinochet Boy y Ciudad berraca, además del libro de crónicas Tropitambo. Actualmente es becario del fondo del libro por la Región de Tarapacá.

 

Rodrigo Ramos Bañados

 

 

Crédito de la imagen destacada: Rodrigo Ramos Bañados.

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