En esta ponencia presentada en el Foro Internacional de Poesía 2025, que se acaba de realizar hace unos días en la ciudad de Constanza (Rumania), se analiza que la creación literaria corresponde a un proceso cotidiano permeado por las coordenadas biográficas, sociales y políticas en las cuales un autor cualquiera se sitúa y crece como tal [NdlR].
Por Reynaldo Lacámara Calaf
Publicado el 25.8.2025
La palabra por sí misma, a pesar de lo que escuchamos a menudo, no crea realidades. Es solo un instrumento más en la construcción de un sujeto histórico, el que sí está llamado a construir realidades a escala humana.
En este desafío individual y colectivo la palabra concurre generosa, con su irreverencia e insumisión identitaria a la concreción de lo humano.
Dentro de este horizonte entendemos la poesía como un diálogo privilegiado entre el yo y el mundo, un diálogo que nos permite entender mejor nuestro propio devenir histórico y por lo mismo, nuestra relación con los demás.
A través de la poesía, nos conectamos con el vértigo de nuestra propia existencia y además, con el flujo incesante del mundo, las cosas y los seres. En palabras de Pablo Neruda: «La poesía es un camino hacia la verdad, un camino que nos lleva a la profundidad del ser».
La obra literaria, en lo específico de su aporte, se ubica en un momento concreto de la historia y se nutre de experiencias y personajes sociales específicos.
Se potencia, al mismo tiempo, de una relación de continuidad y ruptura entre la exploración en el arte, en la simbolización, la creatividad y el aporte propio de cada creador. Por lo tanto, la obra, no solo expresa la inspiración del autor y sus inclinaciones, sino todo lo que en ese momento histórico o existencial, él puede interpretar y aportar.
No son simplemente «las musas» las encargadas de hacer posible la obra artística. Es ante todo el trabajo cotidiano, silencioso, muchas veces en precarias condiciones objetivas, el que permite al artista generar su aporte a la cultura e identidad de un país.
La creación, por lo tanto, es un proceso intrahistórico permeado por las coordenadas históricas, sociales y políticas en que el creador se sitúa y en el que crece como tal.
La aventura permanente del asombro
Es así, como la belleza se vuelve insumisa frente a lo establecido, frente a la sordera cotidiana que nos impide escuchar el reclamo de nuestros propios pasos y el murmullo de la vida colándose por los entresijos de las existencias sin horizontes ni senderos.
Con todo, esta suerte de epifanía es la que permite a la poesía operar como una verdadera revelación profana, en el camino de la existencia y en el horizonte de las cosas que se alzan ante el sujeto, muchas veces indefinidas.
La literatura no es más que un modo de estar en el mundo y reinaugurarlo. Estamos hablando no solo de «oficio», atributo mal entendido y aplicado, sino ante todo de una aproximación a la palabra y al ser humano diferente, tanto en la forma como en el fondo.
De este modo, lo propio de la búsqueda poética, se constituye también en encuentro con todo aquello que nutre la experiencia vital del creador. La experiencia creativa se nutre y expresa de diversas formas. La voz y la propuesta, de cada creador se van definiendo y alcanzando aquellos registros propios de su mirada, en la aventura permanente del asombro y el hallazgo.
El lenguaje, de esta forma, se torna arcilla cuestionadora convertida en imagen, pero sobre todo en pregunta. Asoma, entonces, lo existencial como fresca provocación hacia lo banal o gris, con que lo cotidiano pretende imponerse casi sin contrapeso. Así, el día a día, se nos ofrece y asoma como desafío.
Precisamente, dentro de este desafío, el ser humano experimenta aquella delgada línea que separa la pasión fecunda y creadora del desvarío estéril y alienante.
En nuestros días, en que parece que la fragmentación social se impone por sobre la mirada colectiva de la vida, asoma como necesaria y prioritaria la recomposición de lo común, es decir de aquello que nos identifica como seres humanos y nos permite generar estructuras fraternas y solidarias de crecimiento y equidad.
Pero, cualquier tipo de transformación sociopolítica o económica que no tome en cuenta lo cultural está destinada simplemente a convertirse en anécdota, en populismo o lo que es peor en un elemento más de la desilusión estructural que hoy aqueja a nuestra gente.
La palabra como instrumento privilegiado en mano de un ser situado históricamente en este caso el poeta no solo está llamada a dar cuenta de su tiempo sino por sobre todo a explorar caminos de humanización urgente que trascienden la coyuntura pero que en ningún caso la omiten.
Antes de ser un país fue un poema
En mi patria la poesía ha acompañado desde siempre el tránsito trágico o esperanzado de mi pueblo. Hemos crecido escuchando que, gracias a Alonso de Ercilla, Chile «antes de ser un país fue un poema». Esa percepción es tal vez la que nos ha definido y ha construido nuestra identidad individual y colectiva, bien lo sabían Neruda, Parra, Lihn, Teillier o Mistral.
Ningún proceso histórico de mi tierra ha estado ajeno a la mirada iluminadora, cuestionadora e insumisa de los poetas.
Somos una nación austral, el balcón de América del Sur, con una profunda vocación de humanidad y de belleza, que a pesar del dolor y de la inhumanidad que en oscuros periodos se han dejado caer sobre mi patria, hemos sido capaces de seguir transformando las cicatrices en huellas y el dolor en esperanza.
Nuestros poetas han sido hombres y mujeres situados y conscientes, que a lo largo de sus obras han desnudado al ser humano y a la sociedad, a partir de la conciencia cierta de que sin belleza sin palabras es imposible alcanzar el horizonte nuevo de una humanidad justa y solidaria para todos.
La historia y los paisajes no nos son ajenos a los poetas. También la geografía y su diversidad, cordilleras, desiertos, nieves eternas y océanos inmensos afectan al poeta y su creación.
Somos ante todo ciudadanos, creadores y compañeros de jornada de todo aquel que cada mañana se renueva en la porfiada esperanza de tocar lo inalcanzable y convertirlo en cotidiano.
Así es como la palabra se suma a la tarea de aquellos sujetos que construyen y construirán, realidades nuevas y convocantes, no lo hace solo por sí misma, como en una suerte de sortilegio metafísico, sino desde la artesanía cotidiana en la cual asoman la plenitud de lo humano.
El tránsito del creador, por las horas y los días de sus paisajes y su historia, no es el de un turista, sino más bien el de un testigo y artesano que se funde en el flujo de la vida para otorgar, al mismo tiempo, un peso que por sí mismo no posee pero que anhela, no solo habitamos historias o paisajes conocidos o por conocer, ellos también nos habitan con la irreverencia de todo aquello que aún nos desafía.
La poesía hoy, como nunca, es el instrumento privilegiado para recobrar el asombro y la audacia frente a los seres y a las cosas.
En ella, no sólo como reflejo sino más bien como desafío, la realidad se nos ofrece como un espacio todavía a definir, como un desafío por habitar. La historia los paisajes y la poesía son la triada profana y situada que transforma nuestra tarea en oficio de futuro con vocación de irreverencia y humanismo.
Ahí radica la tarea más urgente y transformadora de la poesía en nuestros días, ante un ser humano consciente y sufriente de sus precariedades y limitaciones, emerge la necesidad de resignificar la vida, de convertir la porfía por lo humano en un espacio convocante y audaz para todos.
En el fondo de todo acto creador asoma la insumisión frente a lo que la vida y la historia aún nos deben, frente a los paisajes inconclusos, a los rostros ausentes pero no olvidados, es decir a todo aquello que llevamos piel adentro, muy cerca del corazón, la belleza de los lugares aún no habitados en donde cada ser se alzará por sobre el dolor y la injusticia para construir y habitar un mundo más amable en el cual podamos reconocernos como iguales y arrancarle el sin sentido a la vida.
Tenemos motivos nuevos para cantar y sonreír.
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Reynaldo Lacámara Calaf (Santiago de Chile, 1956) es un destacado poeta chileno-español de la Generación del 80, con una vasta trayectoria como escritor, gestor cultural, columnista y conferencista.
Reynaldo Lacámara
Imagen destacada: Reynaldo Lacámara.