Icono del sitio Cine y Literatura

[Crónica] Con varias copas de Albariño en mi memoria

Éramos un grupo de ocho: escritores, periodistas y un par de académicos de la universidad compostelana. El anfitrión era Luis Vaamonde, director del periódico «Galicia en el Mundo» y propietario del grupo de comunicaciones que lleva ese nombre.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 10.4.2024

Un día de octubre de 2005, compartíamos en la lonxa de Vigo (sector de compra, venta y degustación de pescados y mariscos), rincón de A Pedra, donde se comen los mejores productos del mar de todo el universo mundo, son chauvinismo gastronómico; la pura verdad. Ahí están los testimonios de Gabriel García Márquez, si no me creen.

Éramos un grupo de ocho: escritores, periodistas y un par de académicos de la universidad compostelana. El anfitrión era Luis Vaamonde, director del periódico Galicia en el Mundo y propietario del grupo de comunicaciones que lleva ese nombre.

Cerca de nuestra mesa, al aire libre, mientras disfrutábamos de la suave brisa marina de Vigo, la incomparable Olívica, dona Carme abría, una tras otra, olorosas ostras que saboreábamos, acompañadas de un glorioso Albariño frío. La conversación era animada, chispeante, en galego dulce y prosódico, lejos del rotundo castellano.

El tema de la emigración era recurrente, las relaciones con los gallegos de América Latina, Cuba, Argentina, Uruguay, Brasil, Venezuela, México; Chile, también, aunque nuestra colectividad galaica es reducida, muy «españolizada», manteniendo una fidelidad más bien folclórica con su cultura ancestral, limitada a las fiestas patronales y a las viejas rutinas de gaita y pandereta. De la lengua de Rosalía, ni hablar.

Sin ir más lejos, el académico y escritor gallego, Alonso Vásquez-Monxardin, que vino a Chile en julio de 1988, para impartir un breve curso de lengua, historia y cultura de Galicia, se sorprendió al ver colgadas dos fotografías en la sede oficial de Lar Gallego de Chile: una, fechada en 1962, con dedicatoria incluida —en castellano— de Francisco Franco; la otra, de su aventajado discípulo, Augusto Pinochet. Al curso se inscribieron 40 socios de la colectividad; terminamos dos, Edgardo Gallegos y el cronista.

En un momento del coloquio, Luis Vaamonde ponderó mi constante y prolífico aporte de crónicas a su periódico. Les habló de la inminente segunda edición de mi ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos, financiada por él, en una tirada de mil ejemplares. Sí que me sentía ufano, no puedo negarlo; un viejo orgullo por el prurito de la memoria de la estirpe me embargaba entonces.

Nuestro programa de Estudios Gallegos, en la Universidad de Santiago de Chile, vivía su mejor período. Una veintena de alumnos chilenos, sin ascendencia galaico-portuguesa, habían participado ya en los cursos de verano de lengua y cultura gallegas, en Santiago de Compostela, desarrollados en julio y parte de agosto de cada año, desde 1999 hasta ese 2005, tan vívido en el recuerdo.

 

Anda, ponle un tema

Todo esto se llevaba a cabo merced al convenio de colaboración e intercambio suscrito entre la Xunta de Galicia (gobierno autónomo) y nuestra Usach, en junio de 1999. Uno de los principales apoyos en la gestión de esta iniciativa fue el de Manuel Fraga Iribarne, presidente de la Xunta en varios períodos, exministro —el más joven— de Francisco Franco Bahamonde.

Fraga había vivido en Cuba, hijo de emigrante gallego en la isla, habiendo sido condiscípulo de Fidel Castro, en La Habana, amistad que no interrumpió la dura oposición ideológica, dando pábulo a una curiosa dicotomía en la política de relaciones internacionales.

Así, cuando se aprobó, a inicios de la década del 60, el férreo bloqueo a Cuba, impuesto por los Estados Unidos de Norteamérica, y acatado por la mayor parte de sus aliados europeos, el gobierno del general Franco siguió colaborando con el gobierno de Cuba, en pleno intercambio comercial y cultural.

Ante el feroz pragmatismo de la política durante la Guerra Fría, la posición de España parecía, ideológicamente, inconcebible. Kennedy expresó a Franco su molestia por este hecho, a través del canciller estadounidense, en visita a Madrid haciéndole ver lo que llamó «una flagrante contradicción geopolítica».

La respuesta del dictador ferrolano fue desconcertante:

—Dígale a su señor presidente (John Kennedy), que España mantiene relaciones con Cuba dos siglos y medio antes de que ustedes constituyeran una nación.

Respuesta cazurra, muy propia de Franco Bahamonde (Hitler lo había sabido, veinte años antes, en una estación de ferrocarril). Era también una suerte de venganza dialéctica por la guerra contra los gringos, en 1898, conflicto que significó para España la pérdida de sus últimas colonias.

Este y otros temas afines, compartíamos en A Pedra, bajo el influjo del Albariño y la fruición de las ostras.

—Moure, ¿cuánto tardas en escribir una crónica? —inquirió Luis Vaamonde.

—Treinta minutos, promedio —le respondí.

—Imposible —sentenció el entonces presidente de los periodistas gallegos, amigo Xosé María Palmeiro.

—Compruébaselo, coño —exclamó Vaamonde, alargándome su Notebook, mientras le decía a Palmeiro:

—Anda, ponle un tema.

En veinticinco minutos, con varias copas de Albariño cosquilleando en mi memoria, escribí la crónica.

Esta que recibes, caro lector, ha tardado 40 minutos. El tiempo no pasa en vano y no es todavía hora de ostras.

 

 

 

***

Edmundo Moure Rojas (1941) es un escritor, poeta y cronista, que asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano.

Además fue el gestor y el fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas autobiográficas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Taberna A Pedra de Vigo.

Salir de la versión móvil