En las casas que frecuentábamos había pequeñas, medianas o grandes bibliotecas, pero no faltaban los libros, y en las conversaciones de los adultos se hablaba de autores, títulos, lecturas compartidas: era un pan necesario repartido sobre la mesa familiar, cuyo sabor iba a sernos imprescindible durante el discurrir de nuestros días.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 26.4.2024
En mis tiempos de niñez y juventud no se conmemoraba el «día del libro», pero había libros por todas partes, empezando por nuestra casa materna, con su biblioteca en el salón y volúmenes a gusto en las habitaciones, veladores con lamparilla y trasnoches incitantes entre las palabras.
Hubo incontables sobremesas, sabatinas y dominicales, cuando mi padre traía un libro abierto, lo dejaba en manos de mi madre, diciéndole, con su inconfundible acento de ultramar:
—Lea, señora.
Podía ser un trozo de El ingenioso hidalgo, don Quijote de la Mancha, o alguna página de los Episodios nacionales, de Benito Pérez Galdós, o una crónica reciente de Joaquín Edwards Bello. Y ella, con su dicción perfecta, leía para nosotros. Luego, ambos nos invitaban a comentar lo escuchado.
Era un pan necesario repartido sobre la mesa familiar, cuyo sabor iba a sernos imprescindible durante el discurrir de nuestros días. Sacramento y comunión, más allá de creencias y de escatologías.
Palabras cargadas de nostalgia
En las casas que frecuentábamos había pequeñas, medianas o grandes bibliotecas, pero no faltaban los libros. En las conversaciones de los adultos se hablaba de autores, títulos, lecturas compartidas.
Y eso no ocurría sólo en grupos de intelectuales, escritores y maestros, sino en el mundo cotidiano de esa entelequia o conformación social que llamábamos «clase media»; asimismo en sectores privilegiados; también entre proletarios, artesanos y gentes de oficios menos ilustres.
De esto escribió José Santos González Vera, de familias como la suya, ligadas al mundo de la imprenta, con sus tipógrafos y cajistas adheridos al anarquismo y al vicio impune, convencidos de que el libro era el objeto redentor por excelencia.
Estas que escribo son palabras cargadas de nostalgia; más bien una exhortación al único amor cuya fidelidad me ha resultado inconmovible.
¡Felices sean las horas con el libro entre las manos!
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Edmundo Moure Rojas (1941) es un escritor, poeta y cronista, que asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano.
Además fue el gestor y el fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas autobiográficas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.
Imagen destacada: José Santos González Vera.