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[Crónica] La esperanza no había sido investigada a fondo

Nunca hubo drogas ni fármacos y la comida era muy saludable, pero sus habitantes comenzaron a huir en precarias embarcaciones. Se consideraban felices y carecían de motivos para quitarse la vida. Tampoco había internet ni pornografía. Sin embargo, era tan escaso su tiempo libre que se les hacía cada vez más difícil generar expectativas o una razón para vivir.

Por Aníbal Ricci Anduaga

Publicado el 23.1.2024

El narcotráfico es un problema del capitalismo. Suena razonable; sin la existencia de países desarrollados no habría demanda y el precio sería prohibitivo. Esa demanda explicaría su masificación o bien la enfermedad de la adicción o una mezcla de las dos cosas.

Las drogas son una elección y de los que la prueban solo una fracción se hace realmente adicta. Hay pasta base a un precio razonable y muy dañina para la salud; cocaína a un precio mayor, algo menos perniciosa; pero la verdad es que hay cosas ilícitas para cada mercado y para cada tipo de consumidor.

El capitalismo sería el culpable de esta vida vertiginosa que nos hace desear tantas cosas. ¿Por eso nos drogamos o simplemente buscamos el placer cuando no somos capaz de estar en paz? Lo último podría ser el problema, o será la tecnología y las redes sociales aquello que nos induce a nuevos estímulos y nos drogamos al no poder satisfacerlos.

¿Será justo culpar al mercado por algo que comenzó siendo un lujo y con la globalización llegó a cada hogar a un precio ridículo? El sistema de mercado asigna recursos donde existe una posibilidad de ganancia, pero la droga es cada vez más accesible y los drogadictos siguen en aumento.

¿No será mejor invertir en educación para que en un país tercermundista, azotado por el flagelo de la droga, se eduque un químico brillante gracias a los imaginativos avances en la educación primaria?

Pudo llegar a la universidad, proveniente de una población llena de zombis que consumían pasta base. Siempre quiso ayudar a sus amigos que en paralelo trabajan de soldados para los narcotraficantes. Obtuvo una beca para estudiar en el extranjero e hizo amistad con un neurólogo que descubriría el lugar del cerebro donde se cocina la adicción.

Juntos investigaron y diseñaron un nuevo neurotransmisor revolucionario. Esa universidad europea es una de las más costosas del planeta y gracias a la calidad de sus profesionales, el mercado le asigna una colegiatura que sólo una elite puede pagar.

Esa universidad a su vez capta a los alumnos más brillantes de todo el mundo. El capitalismo es el responsable del uso de narcóticos a nivel planetario, pero también el que premia a los mejores y les da la oportunidad de cambiar la vida de muchos.

 

Las drogas calmaban ansiedades

Ese estudiante de química y su partner de la India crearon esa sustancia que termina con las adicciones debido a que equilibra la dosis exacta de dopamina y serotonina. Tardaron años en atraer a inversionistas para hacer los costosos estudios de campo y solamente el 0,01% de la población poseía riqueza suficiente para adquirirlo.

La sustancia demostró ser tan eficaz que, a poco andar, los drogadictos de la aristocracia se fueron recuperando y disminuyeron drásticamente la tasa de suicidios dentro de su grupo social. La noticia se divulgó a través de las redes sociales y toda la población estuvo informada acerca del milagroso elemento que salvaba vidas.

Así, los laboratorios incrementaron su producción y cada vez más habitantes accedieron al producto con la consecuente caída en los precios. Al cabo de una década, esa sustancia química se distribuyó a precios bajísimos y compitió eficazmente incluso con las drogas más baratas.

El negocio de las drogas se erradicó primero en los países ricos, haciendo aumentar el precio de lo ilegal, hasta que finalmente se produjo el equilibrio y dejaron de existir en todo el planeta.

La tasa de suicidios disminuyó exponencialmente durante esa década, aunque cinco años más tarde comenzaron a incrementarse nuevamente. La explicación era que para cierto porcentaje de la población las drogas calmaban ansiedades y les servían de escape ante las presiones de lo cotidiano.

Paralelamente, la inteligencia artificial hizo más productivos los trabajos y el ser humano disminuyó a la mitad las horas laborales. Había menos competencia y la gente laboraba tranquila, pero ahora, con más tiempo libre consumían mucha más publicidad y eran cada vez más miserables.

Siempre había alguien más afortunado en el jardín de al lado y los precios de la ropa de marca se fueron a las nubes, debido a que eran producidas con materiales cada vez más escasos.

Los habitantes de China fueron los primeros a los que se les implantó un chip en sus cerebros con el que tenían acceso total a Internet e inteligencias artificiales de todo tipo. Ya no había droga, pero la tasa de suicidios realmente se transformó en la principal causa de muerte, primero en los países del primer mundo.

 

Un fármaco que expandía las emociones

La cultura oriental se defendió mejor debido a la existencia de escuelas espirituales y Asia fue el único continente donde seguía aumentando la población. Esos monjes formaron escuelas y sus alumnos empezaron a extender sus enseñanzas cobrando por sus servicios. De esa forma llegaron a un mayor número de personas y algunos se trasladaron al primer mundo. Esos cursos en Occidente valían una fortuna.

El 1% más rico pudo inscribirse en estas universidades espirituales y los aranceles comenzaron tímidamente a bajar. Los alumnos de Occidente, algunos exdrogadictos muy brillantes, entendían perfectamente la razón que llevaba al ser humano a la decisión de quitarse la vida.

Así, esa angustia ya no provenía de las drogas ni tampoco de los excesos de la publicidad. Los nuevos profesores espirituales de Occidente ganaron prestigio y aventajaron a los asiáticos. Realmente entendían al ser humano de la segunda mitad del siglo.

Uno de esos alumnos estudió una segunda carrera en las universidades antiguas llamadas tradicionales y su profesor de doctorado fue un químico chileno, de edad avanzada, que le enseñó a experimentar con su antiguo fármaco y juntos desarrollaron un neuroléptico eficaz que transformaba la ansiedad y al unísono lograba recuperar las neuronas perdidas durante el ciclo vital.

Décadas antes de todo este desarrollo científico y espiritual, un país llamado Corea del Medio interrumpió el servicio de Internet y se aisló del mundo. Cinco años después de su independencia, se jactaban de tener la menor tasa de suicidios del planeta. Eran autosustentables y no importaban ningún producto. Trabajaban día y noche para abastecerse de todos los productos esenciales. Confeccionaban su propia ropa, pero los bienes que producían no eran suficientes y tenían que trabajar cada vez más horas.

Luego de una década se habían suicidado muy pocas personas, pero la esperanza de vida se había reducido a la mitad de los países desarrollados y como mantenían un estricto control de fronteras su población fue envejeciendo, peor aún, aparecieron pueblos fantasmas cada vez en mayor número cuando la carga laboral se hizo insostenible.

Nunca hubo drogas ni fármacos y la comida era muy saludable, pero sus habitantes comenzaron a huir en precarias embarcaciones. Se consideraban felices y no tenían motivos para quitarse la vida. Tampoco había internet ni pornografía. Sin embargo, era tan escaso su tiempo libre que se les hacía cada vez más difícil generar esperanza o una razón para vivir.

En el resto del mundo, la población espiritual alcanzaba el 30% y se había creado un fármaco que expandía las emociones. Se descubrió que la esperanza no había sido investigada a fondo. Así nació la primera droga de finales de siglo. Un multiplicador de la esperanza que se transaba a precios exorbitantes.

Uno de los emigrados de Corea del Medio que salvó providencialmente al escapar de su país, juntó el capital suficiente para internar una partida de Esperanza a su país de origen. Arriesgó su vida en un viaje infernal para no ser detectado. Se alojó en un pequeño pueblo fantasma y construyó una fundación sin fines de lucro, cuyo rito de iniciación consistía en beber un té milagroso.

 

 

 

 

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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es un ingeniero comercial titulado en la Pontificia Universidad Católica de Chile, con estudios formales de estética del cine cursados en la misma casa de estudios (bajo la tutela del profesor Luis Cecereu Lagos), y también es magíster en gestión cultural de la Universidad ARCIS.

Como escritor ha publicado con gran éxito de crítica y de lectores las novelas Fear (Mosquito Editores, 2007), Tan lejos. Tan cerca (Simplemente Editores, 2011), El rincón más lejano (Simplemente Editores, 2013), El pasado nunca termina de ocurrir (Mosquito Editores, 2016) y las nouvelles Siempre me roban el reloj (Mosquito Editores, 2014) y El martirio de los días y las noches (Editorial Escritores.cl, 2015).

Además, ha lanzado los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca (Mosquito Editores, 2008), los relatos y ensayos de Meditaciones de los jueves (Renkü Editores, 2013) y los textos cinematográficos de Reflexiones de la imagen (Editorial Escritores.cl, 2014).

Sus últimos libros puestos en circulación son las novelas Voces en mi cabeza (Editorial Vicio Impune, 2020), Miedo (Zuramérica Ediciones, 2021), y la recopilación de críticas audiovisuales Hablemos de cine (Ediciones Liz, 2023).

 

Aníbal Ricci Anduaga

 

 

Imagen destacada: Kim Jong-un.

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