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[Crónica] Muerte natural: El debate por la eutanasia

Ciertos moralistas católicos o de otras religiones, de los que se han hecho eco algunos políticos de distintos partidos, sostienen el argumento de que la persona tiene derecho a la vida hasta que se produzca el deceso o el fallecimiento de una forma normal o evidente en términos biológicos.

Por Jaime Hales Dib

Publicado el 19.9.2025

José Saramago escribió una gran novela que llamó Intermitencias de la muerte, que muchos entendimos que en la secuencia de sus novelas que titulaba como «ensayos», ésta debió haber sido el «Ensayo sobre la muerte».

A través de un relato imaginativo, el escritor deja caer sus ideas sobre la muerte, sus beneficios y problemas, sus consecuencias en la sociedad contemporánea, los negocios aledaños al acontecimiento, todo ello a partir de una propuesta: que la muerte decidió irse de la península ibérica. Ya no moriría más gente allí.

Eso hizo surgir nuevos negocios, tales como lugares para mantener personas que no morirían o agencias de tráfico de enfermos para que, cruzando la frontera, pudieran morir. El capitalismo, ante la quiebra de las funerarias, logró acomodarse.

No hay nada más notable, bello, conmovedor, maravilloso (mi mente me obliga a detener la sucesión de adjetivos) que la vida misma. Me encanta vivir, pese a las exigencias que ello conlleva y a ciertos dolores que me acompañan, algunos desde niño y otros que he ido obteniendo como condecoraciones por seguir viviendo (como las que le dan a los militares cada ciertos años por el hecho de mantenerse con vida).

Sin embargo veo con interés este debate que se ha suscitado a propósito del proyecto del gobierno de Chile sobre la llamada «eutanasia». Se la ha definido como «la intervención deliberada para poner fin a una vida sin perspectiva de cura», lo que se aplica a todo tipo de seres vivos, tanto animales como humanos.

La contrapartida es la cacotanasia o ensañamiento terapéutico empleando: «todos los medios posibles, sean proporcionados o no, para prolongar artificialmente la vida y por tanto retrasar el advenimiento de la muerte en pacientes con pronta extinción de la vida natural, a pesar de que no haya esperanza alguna de curación».

Todo esto, por cierto, se llena de argumentos de todo tipo, algunos de los cuales son éticos, otros prácticos y así se van desencadenando palabras, ideas, a veces expresadas con una vehemencia que nos gustaría ver en otras temáticas.

A veces se disfraza con palabras hermosas el negocio de la salud que, con su hotelería y cobros desmedidos para la mantención artificial de pacientes que lo único que desean es morir, tiende a incrementar sus utilidades.

 

Voto por la vida

La «eutanasia» es el buen morir, que lo entiendo como el derecho de una persona de decidir sobre su vida cuando padece de dolores o sufrimientos que no puede soportar, salvo al precio de ser sometido a sedaciones que le impiden llevar adelante su vida. Para ello, puede tomar caminos propios o simplemente pedir que cesen los cuidados paliativos que tienden a mantener con vida el cuerpo de un modo completamente artificial.

Si alguien quiere vivir así y lo puede solventar, ¡adelante, es su derecho! Pero si no lo quiere, ¿por qué no respetar su derecho a morir? De eso se trata el proyecto de ley: no de promover la muerte, sino de enfatizar la libertad personal frente a trances que nadie mejor que el propio sujeto puede definir.

Ciertos moralistas católicos o de otras religiones, de los que se han hecho eco algunos políticos de distintos partidos, sostienen el argumento de que la persona tiene derecho a la vida hasta que se produzca la muerte natural.

No me parece que sea un buen camino tomar iniciativas respecto de otros en cuanto a decir que la persona no debe seguir «sufriendo» y aplicar medidas para apurar o desencadenar la muerte. Pero sí soy partidario de la muerte natural, cuando la persona no puede vivir por sí misma y no quiere vivir con asistencias artificiales.

¿Qué es la muerte natural?

Es aquella que se produce por un proceso biológico, ya sea derivado de enfermedades u otras circunstancias que no sean factores externos violentos. Es decir, si soy partidario de ello en el sentido de que el propio enfermo no pueda decidir por sí mismo, tal vez, extremando el argumento, debiéramos oponernos a toda intervención externa, a veces incluso violenta, que esté destinada a la prolongación artificial de la vida.

Por ejemplo, una intervención quirúrgica (es decir el uso de armas blancas para herir el cuerpo y producir cambios en él) que permita poner un artefacto eléctrico para prolongar artificialmente la vida de una persona cuyo corazón «naturalmente» está dejando de funcionar. O, sustituir un órgano vital dañado por el que perteneció a otro ser que ya murió. Todo eso impide la muerte natural.

¿Nos gusta la muerte natural? ¿Ésa es la idea?

Entiendo la idea de impedir que un tercero, ya sea por amor u otra razón, tome la decisión de quitar la vida a otro ser humano, pues según su criterio —el del hechor— puede estar sufriendo. Eso se hace habitualmente en animales y se dice que se les hace «dormir», cuando en realidad se les mata.

Recuerdo el poema de Hernán Figueroa hecho canción, donde el patrón ordena al campesino que mate al caballo: «Hay que ayudarlo a que muera/ para que no sufra más». Y el campesino responde: «¿Cómo pretenden que yo/ que lo cuidé de potrillo/ clave en su pecho un cuchillo/ porque el patrón lo ordenó?/ Déjenlo no más pastar/ no rechacen mi consejo/ que yo lo voy a enterrar/ cuando se muera de viejo».

No matar, dejar vivir. Pero eso significa, como dice el campesino, dejarlo que se muera de viejo y no aplicar medidas artificiales para prolongar esa vida que la persona no quiere, que reducen su tranquilidad y dignidad a la nada.

Permitamos que las personas elijan morir, tanto de muerte natural (no más cuidados que no quiero) o pidiendo la ayuda adecuada (especialistas ayúdenme a morir para no sufrir.) ¡No obliguemos a quien no quiere a vivir en malas condiciones!

Muchos de los que se oponen a esta decisiones libres de una persona, argumentan «religiosamente», diciendo que Dios nos dio la vida. A ellos les diría que ese mismo Dios dio libertad a los humanos para decidir. Muchos de esos que se oponen a la eutanasia, desprecian la vida promoviendo la pena de muerte, las guerras, el uso de armas.

Les pregunto: ¿Y qué hay del argumento de la muerte natural cuando se ejecuta a un condenado al fusilamiento, la cámara de gas, la inyección letal o la silla eléctrica?

Voto por la vida, pero por la vida digna, justa, libre.

 

 

 

 

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Jaime Hales Dib (1948) es un abogado formado en la Universidad de Chile, poeta, narrador y profesor.

En 1995 fundó la Academia de Estudios Holísticos SYNCRONIA, luego fue agregado cultural en México durante el gobierno de Ricardo Lagos. También formó parte del directorio y fue secretario general de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech).

Además, integró el Consejo Nacional del Libro y la Lectura de Chile, participó en la comisión redactora de la Ley del Libro, fundó la Editorial Casa Doce, ha publicado varios textos de su autoría y ha dado recitales poéticos en diversas ciudades tanto de Chile como del extranjero (Francia, España, Estados Unidos, Colombia, Ecuador, Panamá, Uruguay, Argentina y México).

En la actualidad es columnista y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

 

Jaime Hales Dib

 

 

Imagen destacada: José Saramago.

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