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[Crónica] Un poeta en África: La vorágine interminable de Ziguinchor

Esta ciudad de Senegal es fiesta y alegría, y ese ritual ocurre en la calle, en las casas, en cualquier lado: también se ha convertido en algarabía mi rutina diaria, y esa cotidianeidad consiste en leer, escribir, en devorarme las ocho temporadas de la serie «El show de los 70», y en amar sin mesuras ni dietas afectivas a mi adorada esposa Alejandra.

Por Francisco Marín Naritelli

Publicado el 31.1.2023

«El paisaje se hincha de riquezas/ Pero hay circunstancias atenuantes».
Vicente Huidobro

Ziguinchor se encuentra en la región histórica de la Casamance un espacio fértil y rico, pero con un conflicto armado de larga data. Es un pueblo en curso de ser ciudad o bien una ciudad que no deja de ser pueblo.

Así lo testimonian los animales que deambulan, las calles de tierra, las casas de precarios materiales, los mercados a todas horas, el bullicio de los parlantes, la gente y sus diversos oficios expuestos al público, talleres de motos por doquier, con su olor característico a caucho quemado, porque en Ziguinchor abundan las motos, incluso moto-taxis, cruzando de aquí para allá, muchas veces con temeridad e imprudencia.

Frente a la carencia de semáforos o pasos señalizados, la viveza es ley mucho más cuando baja el sol y hay que estar con los ojos bien abiertos a esa vorágine interminable que es la calle, colmada de motociclistas, peatones, automóviles y taxis, camiones, micros, carretas o animales.

Una mezcla, así podríamos definir Ziguinchor. Una mixtura entre modernidad y tradición.

Más la primero cuando se visitan hoteles como el lujoso Kadiandoumagne. Más lo segundo cuando se acude a los distintos mercados, como el Marché de Tiléne que recorre la calle del mismo nombre, donde puedes encontrar de todo, desde improvisados toldos con frutas y verduras (en este tiempo, temporada de sandías) o simplemente en mantas, canastas, carritos de supermercado; hasta tiendas de accesorios para celulares, costuras, ropa usada, telas para confeccionar nuevas ropas, abarrotes, pastelerías, peluquerías.

 

Hasta reventar los parlantes

Ya he pasado varias semanas aquí, en Ziguinchor. Llegué en auto desde Cabo Skirring, donde se encuentra el aeropuerto más cercano (porque el aeropuerto de la ciudad se encuentra cerrado hasta nuevo aviso).

Me costó un poco habituarme al barrio (esas cosas tan sencillas como saber dónde comprar, qué comprar, o sea, qué es posible comprar, y a qué horarios, dado que algunos locales cierran por el salat, que son cinco al día), con su bullicio diario, entre gritos y cantos, porque al costado de la casa acostumbran a escuchar música a un volumen para nada discreto, sobre todo por las tardes, hasta reventar los parlantes. Probablemente exagero, pero África es fiesta y alegría, y acontece en la calle, en las casas, en cualquier lado.

También es fiesta mi rutina hoy por hoy. Esta consiste básicamente en leer, escribir, devorarme That ’70s Show, y ser esposo. Tengo por regla caminar casi todos los días, ya sea al minimarket cuando algún producto falta, o bien para acompañar a Alejandra, porque a veces almorzamos juntos cerca de su trabajo, vamos al mercado, a la Alianza Francesa o alguno que otro bar.

Me gusta caminar. Me gusta observar mientras camino. Me gusta escuchar música mientras observo. De hecho, gran parte de mis libros versan sobre desplazamientos (pienso en Las batallas por la Alameda, Desaparecer o algunos pasajes de El perfecto transitivo), los pequeños desplazamientos cotidianos, porque allí siempre se encuentra el alma de cualquier ciudad, en sus calles y recovecos, en las fachadas de sus edificios, en los rostros de los transeúntes, en los encuentros ocasionales, en las conversaciones ligeras.

Conmueve ver, eso sí, a muchos niños y niñas caminar por las calles, a veces solo de la mano de sus hermanos mayores, tampoco tan grandes. Algunos piden dinero, otros siguen trayectos y no pocos se pierden. No es de extrañar la habitualidad de los accidentes de tránsito y las razones que explican dicha habitualidad.

Hay cosas para nada románticas aquí, se habrá entendido.

 

 

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Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), periodista y magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) es profesor en la Universidad Andrés Bello y un prolífico escritor nacional, cuyas últimas publicaciones son el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018), el volumen experimental de El perfecto transitivo (Filacteria, 2019) y Aguante! (Filacteria, 2021).

Igualmente fue el director titular y responsable del Diario Cine y Literatura, entre agosto de 2017 y mayo de 2020.

 

Francisco Marín-Naritelli

 

 

Crédito de la imagen destacada: Francisco Marín-Naritelli.

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