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[Crónica] Una tienda de campaña golpeada por la lluvia

Estoy habitando en «El jardín de los Finzi-Contini», con sus frutales de Ferrara, el golpeteo de la pelota de tenis a lo lejos, hay un joven enamorado que rumia su angustia, se siente el olor a la merienda que llega en la bandeja: la dicha, el arrebato delicioso, casi un éxtasis.

Por Juan Ignacio Izquierdo Hübner

Publicado el 6.3.2022

Para sobrevivir a la voracidad de la vida moderna, todavía nos queda la literatura. Pero es un refugio que está perdiendo capacidad protectora: si antes se parecía a un amplio castillo en la montaña, ahora se asemeja más a una tienda de campaña golpeteada por la lluvia. Aquello que complica la experiencia de la lectura es nuestra permanente disponibilidad para ser interrumpidos, desde cualquier lugar del mundo, a cualquier hora y por notificaciones poco urgentes.

Viernes por la noche, hemos cenado después de un día intenso de estudio en la Universidad. En el Colegio Mayor de Pamplona hay todo tipo de intereses: unos salen, otros prefieren seguir la serie, mientras que un amigo y yo nos quedamos en la sala de estar. Cerramos la puerta, encendemos algunas luces y nos disponemos a leer.

Una línea, un párrafo. Vuelta a empezar, todavía hay pendientes del día que revolotean en mi interior. Una línea, un párrafo, una página, un capítulo: los confines de la sala se difuminan, las conversaciones y los automóviles que todavía circulan por la calle se pierden.

Estoy habitando en El jardín de los Finzi-Contini, con sus frutales de Ferrara, el golpeteo de la pelota de tenis a lo lejos, hay un joven enamorado que rumia su angustia, se siente el olor a la merienda que llega en la bandeja; la dicha, el arrebato delicioso, casi un éxtasis, ¡qué gusto me da leer!, ¡qué…

¡Prrrt!

Aterrizo sobresaltado en la sala de estar del Colegio Mayor. Reaparecen las paredes y el ruido de los coches. Levanto la mirada del libro, pues el instinto me obliga a indagar el motivo de la interrupción. De la «grosera interrupción», como decía un viejo profesor de mi colegio.

¿Qué se creen que era? No fue un estornudo ni un sonar de nariz, hoy tan temidos; tampoco un llanto, hoy tan desprestigiados. Fue una banalidad. Mi amigo recibió un mensaje en su móvil y él, adiestrado como estamos, dejó el libro a un lado, abierto contra la mesilla por no tener marcador a mano, y con un intercambio automático, trasladó su atención al aparato.

Sonrió ante la pantalla, respondió algo con un tecleo ágil y volvió tranquilamente al libro. Como si nada, recuperó esa novela leal y humilde que se dejó postergar por otro sin lamentar su despecho.

¿Qué había sucedido?, ¿fue un llamado trivial de algún amigo o un allanamiento de morada?

Ya pasó, tampoco es para ponernos trágicos, pero la inquietud había vuelto a mi interior. Las asociaciones que hizo mi cerebro con esa vibración me infundieron un ligero deseo de volver a las redes sociales, ¿habrá reaccionado alguien a mi último tweet?, ¿se habrán reído en el grupo de WhatsApp con la bromita que envié antes de cenar?

Fue como si alguien hubiera encendido otra vez las luces del circo y unos clientes me pidieran entrar, ¿cómo dejarlos fuera? ¿O se trataba, quizá, de un saludo de Pandora? Basta.

Me serené y repetí los pasos para volver a entrar en la novela, aunque con el secreto desasosiego de saber que en cualquier momento podría sobrevenir otra interrupción desde el bolsillo de mi amigo.

Empecé a disfrutar otra vez con los paisajes y emociones del relato de Giorgio Bassani, cuando el móvil vibró nuevamente. Me levanté enfadado, dispuesto a protestar; sin embargo, de pronto, me reí, pues el móvil que había gruñido esta vez era el mío.

Para pasar de la tienda golpeteada por la lluvia al castillo en la montaña basta activar el modo avión. Que me perdonen mis amigos por las respuestas diferidas, sin embargo: ¿qué voy a responder si me voy vaciando de contenidos valiosos para compartir, si no protejo espacios para la inspiración, si me transformo en agua de cascada que no llega nunca al mar?

Levantemos las pancartas.

 

***

Juan Ignacio Izquierdo Hübner es abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile, licenciado en teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma) y alumno del máster en teología de la Universidad de Navarra (España).

 

Edición de «El jardín de los Finzi-Contini», de Giorgio Bassani

 

 

Juan Ignacio Izquierdo Hübner

 

 

Imagen destacada: Filme El jardín de los Finzi Contini (1970).

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