Icono del sitio Cine y Literatura

[Crónica] Viaje al Chile más literario

Yo sabía del país andino y sureño contado en las exitosas novelas de José Donoso, Jorge Edwards, Isabel Allende, Luis Sepúlveda, Roberto Bolaño o Enrique Lafourcade, incluso a través de las obras de los anarquistas Manuel Rojas y José Santos González Vera, pero desconocía a esa geografía afectiva y creativa que se podía vivir al rememorar cada uno de los encuentros acaecidos durante mi visita.

Por Claudio Rodríguez Fer

Publicado el 25.7.2025 

La poesía chilena tuvo una importancia especial en todas las etapas de mi vida desde que descubrí, en la infancia, a Gabriela Mistral; en la adolescencia, a Pablo Neruda; en la juventud, a Vicente Huidobro, y también, a partir de entonces, muchas otras obras poéticas de interés para mí, como las de Pablo de Rokha, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas o Jorge Teillier.

Además, en el ámbito de la cátedra José Ángel Valente de Poesía y Estética que dirijo en la Universidad de Santiago de Compostela, recibí a la poeta chilena Paulina Valente Uribe, sobrina de Valente y de Armando Uribe Arce, quien a través de ella me envió algún poemario y alguna dedicatoria.

Y a esto pueden agregarse más poetas de Chile que traté personalmente, como Raúl Zurita, a quien conocí en un recital poético que ofreció en la New York University durante una de mis estancias neoyorquinas, así como otros y otras que muy cordialmente se me acercaron con motivo del recital poético que ofrecí yo mismo en Santiago de Chile en el año 2025.

Durante esta estancia santiaguina tuve ocasión de comprobar la enorme presencia que sigue teniendo en Chile la primera mujer Premio Nobel de América Latina, Gabriela Mistral, acaso últimamente acrecentada por la mayor valoración social y cultural que se tiene de las mujeres de proyección pública e incluso por la puesta en evidencia de su lesbianismo, que si antes se ocultaba como un estigma, ahora se reivindica incluso como un ejemplo.

En cualquier caso, encontré su nombre y su efigie en recintos institucionales y en locales privados y tanto en las alturas como en los subterráneos.

Lo primero que llama la atención sobre ella en la capital de Chile es el Centro Cultural Gabriela Mistral, enorme complejo compuesto por dos edificios con numerosas salas para espectáculos, exposiciones, ferias y encuentros culturales de todo tipo, además de contar con biblioteca, fonoteca, estudio de grabación, espacios para reuniones, locales de estudio, cafetería, restaurante, tienda cultural, numerosas obras de arte y amplios y altos recintos al aire libre.

En el patio central cuelgan del techo dos grandes retratos fotográficos de la poeta y en los muros exteriores se encuentra un gran panel identificador del llamado GAM que lleva su nombre y otro menor pero muy sugestivo en el que Gabriela Mistral aparece retratada con su amante y compañera hasta el fin de su vida, la escritora y traductora estadounidense Doris Dana, bajo una significativa y vindicativa cita de autoafirmación en la diversidad: «De nada podemos estar más orgullosos que de la independencia de nuestro corazón».

Con todo, este centro fue proyectado e inaugurado por el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende con una intención cultural de carácter educativo y social, pues, como declaró el propio presidente socialista: «queremos que la cultura no sea el patrimonio de una élite, sino que a ella tengan acceso —y legítimo— las grandes masas preteridas y postergadas hasta ahora».

En consecuencia, fue un honor para mí frecuentarlo, pues además se encuentra en la Alameda de las Delicias de la Avenida Libertador General Bernardo O’Higgins, muy próximo a mi alojamiento en Santiago de Chile.

 

La gran poeta humanista

Sobre el mayor patio colgaba la llamativa figura de un cachalote albino alusivo a la obra teatral Mocha Dick, que remite al mito chileno, localizado en el entorno de la Isla Mocha, sagrada para los mapuches, que inspiró la famosa novela de Melville sobre la caza de la ballena blanca Moby Dick, pero en este caso presentando a un joven indígena que intenta salvar al cetáceo.

En el subterráneo, me encantó ver la exposición allí instalada del Museo de Arte Popular Americano de la Universidad de Chile. Cerca de este centro hay un entrañable mercado al aire libre de artesanía, libros y postales, donde compré varios recuerdos.

Lamentablemente, inutilizado en 1973 el presidencial Palacio de La Moneda por el bombardeo de los militares, estos establecieron durante varios años la sede del gobierno y otras dependencias oficiales en este complejo.

Restaurada la democracia y tras un destructivo incendio, el gobierno de la presidenta socialista Michelle Bachelet modernizó el edificio y el proyecto, dándole su actual y afortunado nombre.

Pero la figura de Gabriela Mistral me acompañó en muy diversos espacios culturales de Santiago de Chile en los que tuve el placer de estar, como la gran Sala Gabriela Mistral para consulta de los fondos de la Biblioteca Nacional de Chile, que tiene su retrato en la entrada; la Sala Museo Gabriela Mistral en la Casa Central de la Universidad de Chile, que custodia un retrato y documentación universitaria relacionada con ella, o la más íntima Sala Gabriela Mistral de la Casa del Escritor, que tiene su retrato en el interior y en la que ofrecí mi recital poético.

Además, pude ver reiteradamente la interesante exposición sobre su vida y su obra «El legado de las palabras: Gabriela Mistral en cinco dimensiones» en la Estación de Metro Plaza de Armas. Y su imagen y su nombre ilustran la fachada del no casualmente llamado, pues se trata de una gran maestra y educadora, Museo de la Educación Gabriela Mistral.

Pero también es frecuente ver el rostro de Gabriela Mistral en murales oficiales, como el cerámico «Homenaje de la ciudad de Santiago a Gabriela Mistral», o populares, pintados al aire libre o incluso en interiores de establecimientos varios, como pude comprobar, en el Barrio Italia de Santiago de Chile, en un restaurante vegetariano descubierto por la animalista Adina Ioana Vladu, quien tan poética como solidariamente no come «nada que tenga ojos o madre».

Más allá de su prestigio como canon de la poesía latinoamericana de mujer y como internacional Premio Nobel de Literatura, su tradicional imagen conservadora de una especie de madre de la patria, protectora de la infancia, asexuada, ruralista y religiosa, potenciada por el pinochetismo, diverge y converge ahora con una renovada imagen progresista como hija de la democracia, defensora de los derechos humanos, lesbiana, cosmopolita y librepensadora, potenciada por el feminismo, por lo que su omnipresencia parece estar tan asegurada en Chile como en Galicia la de Rosalía de Castro, también supuestamente canonizada en doble dimensión ideológica.

La temática solidaria y sensual abierta a la unión universal y al amor libre de orientación lésbica de un poema como «Dame la mano» no excluye el concepto dominante desde el título del libro donde apareció: Ternura.

Pero independientemente de las cambiantes consideraciones extrapoéticas, el caso es que Gabriela Mistral es una gran poeta humanista que fue, que es y que seguirá siendo leída, valorada y sentida como poeta por quien pueda y quiera disfrutar y aprender de la poesía.

 

Revivir en cada encuentro

Tal es el caso, por ejemplo, del autor chileno Luis Cruz-Villalobos, quien musicó con sensibilidad verdaderamente lírica algunos de sus poemas y quien me cantó acompañado de su guitarra fragmentos del titulado «El aire» en su estancia de Potrero Grande de la comuna de Curicó.

Seguramente, este lugar del Maule comparte paz y poesía con el Museo Gabriela Mistral establecido en la Vicuña natal de la poeta, situado en la región de Coquimbo, en cuya plaza central se eleva del suelo un gran rostro acostado de la poeta, y con las casas que aquella compartió con su familia musealizadas en su idílico y amado Valle del río Elqui en la misma región: la Casa-Escuela en Montegrande y la Casa-Museo en Las Compañías (La Serena).

Aparte de Neruda, a cuya huella en Chile dedicaré una crónica específica, el poeta chileno del tiempo de las vanguardias que más he leído fue Vicente Huidobro, de quien existe una casa familiar convertida en museo literario en la Cartagena de la Región de Valparaíso.

La verdad es que expliqué constantemente su obra desde que comencé a dar clase y tengo que decir que su recepción fue muy satisfactoria, cuando no entusiasta, pues siempre interesó a mi alumnado de diversos niveles, edades y países su creacionismo teórico, su técnica cubista y su lúdico neologismo.

Por eso acudí con gusto a ver la exposición «Huidobro en ruta» sobre los viajes del cosmopolita autor de Altazor o el viaje en paracaídas y el impacto que tuvieron en su obra, exhibida precisamente en la Sala Vicente Huidobro de la Universidad Católica de Chile.

Allí se ilustraba sobre el plano de París que vivió y mantuvo tertulia en el barrio de Montmartre, pero también en el de Montparnasse, donde tantas veces me alojé yo.

Menor presencia urbana encontré de los poetas desgarrados más entregados a distintas vertientes de la antipoesía, como Pablo de Rokha, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas y Armando Uribe Arce, así como del felizmente vivo Raúl Zurita.

En cambio, encontré la del lírico lárico Jorge Teillier, pues el también poeta Edmundo Moure me condujo a su antiguo lugar de tertulia en el Rincón de los Poetas del Bar Unión, establecimiento conocido como Unión Chica en contraposición al cercano Club de la Unión, este tradicionalmente frecuentado por la oligarquía chilena.

Así, en ese rincón se exhiben fotos y recortes de prensa de Teillier, pero también hay presencia de otros poetas, como su íntimo amigo Ricardo Cárdenas o el represaliado por el pinochetismo, en la adolescencia, Aristóteles España.

El propio Moure convocó a un grupo de poetas, músicos y artistas que me agasajaron con un almuerzo en la Unión Chica antes de mi recital en la Casa del Escritor de la Sociedad de Escritoras y Escritores de Chile, donde me presentó a más creadores culturales chilenos.

Allí conocí a la poeta Isabel Gómez, presidenta de la SECH, Premio Pablo Neruda y antóloga de la poesía de la memoria histórica, y a la escritora Claudia Reyes, publicista de Gabriela Mistral.

Tres de estos escritores, Luis Hachim Lara, Víctor Escobar y Gamalier Bravo formaron junto con el citado Edmundo Moure la Editorial Unión del Sur, y me obsequiaron con sus libros y dedicatorias, como también lo hizo el poeta Salvador Pastore.

Antes departí sobre la filosofía de Cioran con Adina Ioana Vladu y Tomás Pablo Bascuñán y después sobre la creación poética con el vate Víctor Hugo Díaz. Pero en general con todos ellos compartí plena y solidariamente la pasión por la literatura libre y el compromiso contra el fascismo, contra el capitalismo y contra el imperialismo.

Alguno de los citados es asimismo colega en la docencia y en la investigación universitaria, como también el académico Cristián Montes Capó, de origen gallego, que participó en la tertulia del almuerzo.

A este encuentro asistieron el cantautor Eduardo Peralta, autor de letras en la línea del por ambos admirado Brassens, y el artista plástico Guillermo Martínez Wilson, que estuvo exiliado en Suecia durante la dictadura pinochetista y que se hizo escritor al volver.

Del mundo del arte proceden igualmente dos amigas, ambas poetas, que ya conocía: la chilena Magdalena Benavente, con quien me encontré por primera vez exponiendo los dos en la Fundación Granell de Santiago de Compostela, y la peruana Verónica Cabanillas, directoras conjuntas de la revista surrealista Honidi Magazine, en la que me invitaron a colaborar en su primer número, de 2022, con poesía verbal y visual.

Yo sabía del Chile contado en las exitosas novelas de José Donoso, Jorge Edwards, Isabel Allende, Luis Sepúlveda, Roberto Bolaño o Alejandro Zambra, incluso en las de los anarquistas Manuel Rojas y José Santos González Vera, pero no del que se podía vivir reviviendo en cada encuentro.

 

 

 

 

***

Claudio Rodríguez Fer (Lugo, Galicia, España, 1956) es un poeta, narrador, autor teatral y ensayista en lengua gallega e hispanista en lengua castellana.

 

Claudio Rodríguez Fer

 

 

Imagen destacada: Edmundo Moure Rojas y Claudio Rodríguez Fer.

Salir de la versión móvil