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[Crónica] Viaje al Chile más violeta

Toda la obra de la hermana de Nicanor Parra —arte, texto y música—, parece hecha con las manos además de con la mente y el corazón, lo cual le permitió a la autora sudamericana actuar y grabar en muchos lugares de América y de Europa, y llegar inclusive a exponer sus creaciones plásticas en el Musée des Arts Décoratifs del Louvre, de la ciudad de París.

Por Claudio Rodríguez Fer

Publicado el 23.9.2025

La principal folclorista y cantautora chilena fue sin duda Violeta Parra, nacida en Santiago de Chile en 1917 y miembro de una familia de destacados artistas y escritores. Se inició cantando y tocando la guitarra con su hermana Hilda, con quien formó el dúo Hermanas Parra.

Violeta se casó dos veces y tuvo cuatro hijos, al tiempo que forjó una ideología comunista y cultivó múltiples actividades artísticas, como la pintura, la escultura y la cerámica. Como folclorista recopiló más de tres mil piezas, reunidas en el libro Cantos folclóricos chilenos, e interpretó algunas tan deliciosas como «Casamiento de negros» y «Pedro Urdemales».

También cantó poemas de su hermano Nicanor Parra («Cueca larga de los Meneses», «El Chuico y la Damajuana», «El hijo arrepentido», «Defensa de Violeta Parra», «La cueca de los poetas») y de Pablo Neruda («El pueblo»), además de componer «Verso por despedida a Gabriela Mistral».

«Defensa de Violeta Parra», decía mucho de ella: «Cuándo vas a acordarte de ti misma / Violeta Parra».

Actuó y grabó en muchos lugares de América y de Europa, instalándose un tiempo en París, donde hizo «Una chilena en París» (que cantó en francés) y «La carta» (que denuncia la represión en su país), donde grabó el nostálgico álbum Recordando a Chile y en el cual llegó a exponer su arte en el Musée des Arts Décoratifs del Louvre.

Guiado por la galicista María Lopo me acerqué hasta el primer local latino de París, L’Escale, donde cantó Parra, situado en la Rue Monsieur-le-Prince, calle en la que además vivió. En la misma línea nostálgica del álbum citado compuso también «Violeta ausente».

Su relación amorosa con el antropólogo suizo Gilbert Favré, con quien vivió en Chile, Bolivia y Ginebra, le inspiró hermosas canciones de amor y desamor como «Corazón maldito», «El gavilán, gavilán», «Qué he sacado con quererte» o «Run Run se fue pa’ l norte», muchas de ellas musicalmente muy étnicas. De hecho, su profunda formación folclórica propició que hiciera canciones tan excelentes como «El guillatún»: «Se juntan los indios en un corralón, / con los instrumentos rompió una canción».

Cuando regresó a Chile, montó un esperanzador centro de cultura folclórica bajo carpa en colaboración con sus hijos Ángel e Isabel Parra, entre otros artistas, pero no tuvo mucho éxito.

En este período se relacionó con el cantante chileno Pedro Messone y con el músico uruguayo Alberto Zapicán, quien le inspiró la divertida pieza «El albertío» y con quien cantó y grabó. Pero, tras reiteradas decepciones amorosas y tras varios intentos fallidos de quitarse la vida, se suicidó en 1967.

 

Una obra cantada por decenas de intérpretes

Buena parte de sus composiciones fueron contestatarias, como es el caso de «Hace falta un guerrillero», «Yo canto a la diferencia», «Por qué los pobres no tienen», «Miren cómo sonríen», «Arriba quemando el sol», «Arauco tiene una pena (Levántate, Huenchullán)» o «Qué dirá el Santo Padre» (también titulada «Julián Grimau» por estar inspirada en la ejecución franquista del citado comunista), denuncias por las que fue frecuentemente censurada por diversas dictaduras.

Particular querencia tuve siempre por la pieza «Un río de sangre» (titulada también «Rodríguez y Recabarren»), en la que se lloran las emblemáticas muertes de líderes populares como el congoleño Lumumba, el mexicano Zapata, el argentino Peñaloza y los chilenos Rodríguez y Recabarren, varios de ellos ejecutados, precedidos del también asesinado poeta español Federico García Lorca:

«Así el mundo quedó en duelo / y está llorando a porfía / por Federico García / con un doliente pañuelo; / no pueden hallar consuelo / las almas con tal hazaña. // ¡Qué luto para la España, / qué vergüenza en el planeta / de haber matado a un poeta / nacido de sus entrañas!».

Violeta, además, me entusiasmó con la deliciosa, lúdica y rupturista «Mazúrquica modérnica», que fue cantada también por sus hijos Isabel y Ángel Parra, por el uruguayo Daniel Viglietti, por los argentinos Claudina y Alberto Gambino y por el español Joan Manuel Serrat.

«Mazúrquica modérnica» está escrita con palabras esdrújulas deformadas no muy distantes del lúdico glíglico ensayado por Julio Cortázar en su novela Rayuela, y contiene una graciosísima ironía sobre la función de la canción protesta: «Me han preguntádico varias persónicas / si peligrósicas para las másicas / son las canciónicas agitadóricas: / ¡ay, qué pregúntica más infantílica!».

En el período final de su vida, Parra compuso maduras piezas de corte humanístico, como la muy versionada «Volver a los diecisiete»: «Volver a los diecisiete / después de vivir un siglo». Y, entre estas obras, se encuentra la famosísima nana «Gracias a la vida», positivo testamento vital, aunque acaso su tono pueda reflejar un estado depresivo de despedida, pues fue escrita un año antes de matarse.

Poco después fue versionada por su hija Isabel Parra, por la española Cecilia y por la argentina Mercedes Sosa, y más tarde por cantantes, tanto mujeres (Joan Baez, Chavela Vargas, Elis Regina, Nana Mouskouri, Arja Saijonmaa, Tania Libertad) como hombres (Plácido Domingo, Ángel Parra, Joan Manuel Serrat), de todo el mundo, aunque con algunas variaciones en la letra:

«Gracias a la vida que me ha dado tanto. / Me ha dado la risa y me ha dado el llanto. / Así yo distingo dicha de quebranto, / los dos materiales que forman mi canto / y el canto de ustedes que es el mismo canto, / y el canto de todos, que es mi propio canto».

Con todo, «Gracias a la vida» fue la canción que escogí para concluir mi poemario A muller sinfonía (Cancioneiro vital), pues de ella tomé el título de mi último poema en ese libro, el extenso catálogo poético «Grazas á vida», y su lema inicial:

«Gracias a la vida / que me ha dado tanto». La propia cantante figura inventariada junto a los géneros, las voces, los cantautores y las cantautoras que más me acompañaron o que más admiré en la vida, figurando así junto a tan «voces infinitas» de mujer como las de Miriam Makeba, Melina Mercouri, Om Kalsoum, Nina Simone, Joan Baez, Janis Joplin, Patti Smith, Nina Hagen y Sinéad O’ Connor.

La obra de Violeta Parra fue cantada por decenas de intérpretes de varios continentes y su legado mantenido y proseguido por sus hijos Ángel e Isabel Parra, ambos comprometidos con la izquierda y exiliados durante el régimen militar de Pinochet.

En efecto, la madre de Ángel e Isabel Parra fue objeto de muchos homenajes y tributos, entre ellos una xilografía del artista gallego Luís Seoane, y su vida fue llevada al teatro y al cine.

Por último, el poeta antipoeta Nicanor Parra pidió que en su funeral sonara la música de su hermana Violeta Parra, deseo que el personal asistente cumplió sin permiso eclesiástico en la Catedral de Santiago de Chile.

 

Con las manos además de con la mente y el corazón

En el terreno de las artes plásticas, Violeta Parra trabajó especialmente con estopa, bordando con gruesas telas rústicas escenas de la vida cotidiana, denuncias de la injusticia social y paisajes de su tierra.

Asimismo, con un estilo naíf muy influenciado por el arte popular, trató los mismos temas en pinturas al óleo y en collages de papel maché, como es el caso de la pieza titulada «Genocidio», sobre la represión de unas fuerzas armadas contra su pueblo.

En 1958 realizó un taller de arpillería en Isla Negra y en 1964 expuso su obra en París, pero su legado artístico tuvo continuidad en el colectivo Bordadoras de Isla Negra que fundó Leonor Sobrino de Vera y más tarde en el Taller de Arpilleras Violeta Parra de Quilicura.

Pablo Neruda le dedicó el poema «Elegía para cantar», pero además presentó con el escrito «Bordadoras de Isla Negra» la primera exposición de estas en 1969 y coleccionó varias de sus obras en su casa junto al océano, donde pude disfrutar de sus vivos colores y expresivas escenas junto a Adina Ioana Vladu, siempre amante de la artesanía textil, que practicaba su abuela en Transilvania.

Un gran y espectacular mural colectivo de las Bordadoras de Isla Negra fue hecho para el edificio levantado por el gobierno de la Unidad Popular que acabaría siendo el Centro Cultural Gabriela Mistral, pero durante el régimen cívico y militar liderado por Augusto Pinochet fue desechado y no pudo ser recuperado y restaurado hasta el regreso de la democracia.

En él se muestra Chile desde el océano a la cordillera a través de la vida trabajadora en el mar, en el campo, en la ciudad y en la mina, incluso con personajes reales, como el poeta Neruda cazando mariposas.

Sin ir más lejos, toda la obra de Violeta Parra, arte, texto y música, parece hecha con las manos además de con la mente y el corazón, que es como precisamente vi hacer, por ejemplo, la hermosa y deliciosa tartaleta de kiwi a mi amiga Soledad Villalobos Rodríguez en Potrero Grande, en el Maule, pero también es como trabajaban las Bordadoras de Isla Negra.

En Santiago de Chile me acerqué a la Sala Museo Violeta Parra, centro folclórico que preserva su legado en el Barrio Plaza Italia, en cuyo patio puede verse un mural con su retrato. El estallido social de 2019 en Chile provocó daños en el edificio que obligaron al traslado de sus fondos, actualmente expuestos en la sede en Quinta Normal del Museo de Arte Contemporáneo por un convenio con la Universidad de Chile.

No obstante, la efigie de Violeta Parra puede contemplarse en otros murales en exteriores e interiores que la homenajean en el misma Plaza Italia y también en el Barrio Lastarria en el que residí, lugares donde seguí sintiéndome «amante de las cantautoras de las voces infinitas» y, muy solidariamente, de la suya.

 

 

 

 

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Claudio Rodríguez Fer (Lugo, Galicia, España, 1956) es un poeta, narrador, autor teatral y ensayista en lengua gallega e hispanista en lengua castellana.

 

Claudio Rodríguez Fer

 

 

Imagen destacada: Claudio Rodríguez en un mural de Santiago de Chile.

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