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«Del oasis a la majamama»: La segunda independencia de Chile y su gesta pendiente

Jamás el saqueo de las riquezas del país alcanzó tanta virulencia, desparpajo y magnitud, hasta llegar al escándalo, como luego del 11 de septiembre de 1973: las empresas estratégicas de la nación se ofrecieron por una bicoca y desde luego, para beneficiar a quienes habían financiado el golpe de Estado.

Por Walter Garib

Publicado el 23.3.2020

Mientras permanezco en cuarentena en mi departamento, como si fuese un ilota, es legítimo recordar el pasado. La época de nuestra niñez, la agitada pubertad seguida de la madurez, y los días posteriores, cuando Chile se encaminaba a su verdadera independencia. Parecía un sueño. De súbito, se oscurecía el país como si mil pestes lo atacaran y el virus ponzoñoso de la dictadura, el más dañino y mortal de todos, nos obligaba a mantener una cuarentena de 17 años.

Surgía el monstruo dedicado a matar, censurar, torturar y el silencio barría al país, sin dejar huellas de su independencia. Nadie me tiene en arresto domiciliario, por escribir y pensar en el futuro de la patria, sin embargo, uno siente haber cometido un delito. Sí, acaso el mayor de los delitos. Denunciar las injusticias, el abuso flagrante, a quienes se han burlado del pueblo hasta el delirio. A esa casta de privilegiados, amigos de la usura desenfrenada. A la horda de ladrones enquistados en el poder, cuyas afiladas uñas de felino, no dejan escapar ni el aire.

Jamás el saqueo de las riquezas del país, había alcanzado tanta virulencia, desparpajo y magnitud, hasta llegar al escándalo. Las empresas estratégicas del país se ofrecían por una bicoca y desde luego, para beneficiar a quienes habían financiado el golpe de Estado. Gracias a ellos, el país volvía a ser de un puñado del uno por ciento que hoy tiene como base, ingresos mensuales por un millón de los dólares. Evito utilizar las cifras en pesos, pues los ceros marearían a quienes nos leen.

En estos días, si cualquier observador extranjero apareciera en Chile, después de burlar el cierre de las fronteras, diría: “¿Y quien dejó esta majamama?”. Según Manuel A. Román, majamama es una voz humorística formada por majar (majadero) y mamar. En nuestro idioma tiene una vieja data, y de pronto se actualiza, como todo en la vida, luego de haber dormido por años. Se une a esta majamama el lenguaje cotidiano, donde los ministros y la clase política, hablan de ponerse las pilas, de rayar la cancha, evitar los autogoles, entre otras expresiones provistas de una extrema vulgaridad, que debería enrojecerlos. Incluso, hablan con faltas de ortografía y ni siquiera se sonrojan.

No sigo, para evitar contagiarme con los defensores de esta cultura. ¿Leen o se dedican a leer los panfletos que se distribuyen en las calles, anunciando liquidaciones de las grandes tiendas, comida chatarra, venta de automóviles y viviendas en los balnearios? No digo que sean analfabetos. Casi sería un elogio. Respeto y admiro a los genuinos analfabetos, aquellos que nunca lograron aprender a escribir y leer, porque las oportunidades les resultaron adversas. Ellos poseen cultura y no se expresarían a través de la liviandad y la pobreza de ideas.

Vivir en permanente majamama es un esfuerzo significativo, si usted quiere, vinculado a nuestra idiosincrasia, sin embargo, así es la realidad del país. Realidad que se tejió y se construyó al amparo del abuso, desprecio por la cultura vinculada a nuestras tradiciones, las cuales grupos interesados en arrojar sombras, se empeñaron en borrar de la memoria. A cambio, había que construir una sociedad amante del lujo, del goce de los bienes materiales, ansiosa del desenfrenado consumismo, como si fuese una panacea.

La obligada cuarentena, que significa mantener 40 días aislados a los infectados de una peste, nos obliga a pensar. Acordarse del pretérito, como lo hizo el aventurero, escritor, poeta Vicente Pérez Rosales, segundo presidente y creador de la Sofofa, en su libro Recuerdos del pasado que tanto elogiara Miguel de Unamuno.

Ahora, asistimos a las consecuencias. Se perdió el pudor, la sobriedad tan propia de nuestra idiosincrasia. De una plumada se desdibujó el país y “la copia feliz del edén” se ha convertido en adorno. Como dar un paso en el vacío. Pese a todo, aun existe la actitud solidaria a flor de piel de nuestro pueblo, la generosidad que se ha acrecentado en estos aciagos días. Ahora, escribo con el estómago medio vacío por exigencias de la cuarentena. Nadie puede escribir una buena prosa con el estómago lleno.

Este jueves 19 de marzo Chile bajó del lugar 26 al 39 de acuerdo al informe mundial sobre la felicidad, elaborado por la ONU. Aguardemos con entereza el fin de la cuarentena y en septiembre o antes, urge regresar a la calle.

 

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Walter Garib Chomalí (Requínoa, 1933) es un periodista y escritor chileno que entre otros galardones obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 1989 por su novela De cómo fue el destierro de Lázaro Carvajal.

 

Walter Garib Chomalí

 

 

Imagen destacada: Salvador Allende, Presidente electo de Chile, el 4 de septiembre de 1970.

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