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El arte es la revolución del sentido: Los lugares de la literatura en la sociedad, según Adorno y Bourdieu

El siguiente recorrido se propone pensar las instalaciones de la creación narrativa en una comunidad moderna, donde tales emplazamientos siempre representan algún tipo de función ideológica. Acá, entonces, desarrollados y comparados los imaginarios en torno al oficio artístico, que se observan tanto en las teorías del filósofo alemán Theodor Adorno, como en los postulados del pensador y sociólogo francés, Pierre Bourdieu.

Por Yanina Giglio

Publicado el 1.6.2018

Ambos autores se preguntan por el origen, por la génesis del arte en general y de lo literario en particular, para así abordar sus reflexiones sobre una especificidad o función empírica en relación a lo social. Hablar de lo originario será, para ambos, hablar desde un posicionamiento político y crítico sobre la autonomía y la libertad dentro del campo cultural (en Bourdieu) o de la esfera artística (según Adorno).

Adorno desde Teoría estética cuestionará el concepto de autonomía por tratarse de un contradicción en sí misma: el arte como una capacidad de representar sensiblemente lo absoluto se constituye en una esfera autónoma que, a lo largo de la historia, es dotada de una potencia de verdad que la diferencia del mundo cotidiano (un mundo cosificado, alienado, administrado, donde todo debe tener una finalidad, un propósito calculado).

Escribe expresamente Adorno: “…lo que se puede llamar relación productiva estética, todo aquello en lo que se encuentra integrada la fuerza productiva y en lo que se activa, son sedimentos o improntas de la fuerza productiva social. El carácter doble del arte en tanto que autónomo y en tanto que fait social se comunica sin cesar a la zona de su autonomía”.

Pero el arte en Adorno es pensado como un instante semiótico (respuesta a su propia pregunta que se convierte otra vez en pregunta) sin otra finalidad en particular (más que negarse a sí mismo a través de la crítica social) y así, al sustraerse, “ausentarse” de ese mundo de los objetos, adquiere una potencia utópica de no-intencionalidad que vuelve a la sociedad en forma de una espiral de negación. ¿Por qué? Porque la crítica social está depositada en la forma, y la forma tensará la obra en una dialéctica entre contenido y vaciamiento del sentido hegemónico imperante.

Continuando con Adorno, el arte nace de lo social pero no se reconcilia con lo social, lo contiene pero negadamente, porque el arte no es lo que es la sociedad. El arte es la revolución del sentido producido en sincronía y diacronía coyuntural. Es a través de una relación de agitación inconsciente mediada por la ley formal, por el antagonismo con la empiria, que el arte niega su origen social: surge de la empiria, del mundo social existente -cabe aclarar que en este punto Adorno y Bourdieu coinciden- porque lo artístico es irrevocablemente, determinantemente una producción histórica.

En el ámbito literario los materiales de un escritor son dados, históricos: la lengua y lo que los hombres hicieron con ella, los debates, las transformaciones sociales y de lo subjetivo, es decir, todo lo que constituye a la tradición literaria, le es ofrecido de antemano.

La tarea del artista será reconfigurar estos materiales con los que trabaja, establecer otro orden entre las partes, y no producir con la lógica del mercado: los libros-mercancía de Facundo Manes, por ejemplo (mercancía en tanto que ocultan las relaciones de su producción y su historia). Sólo algunos pocos sabemos que se escriben con ghostwriters que bajan a un lenguaje coloquial los pappers del neurocientífico argentino.

Bourdieu tiene una mirada sociológica, parte de una posición intermedia entre el estructuralismo y el cientificismo, debido a que sostiene que ninguna de estas corrientes logran explicar las transformaciones del mundo social.

Piensa en un sujeto estructurado a través de las instituciones con la introyección de valores, comportamientos, creencias (habitus); y en un sujeto estructurante, condicionado por las instituciones y al mismo tiempo, con una capacidad de reproducción del habitus. Será a partir de la misma condición de repetición -la capacidad performativa del habitus– que se podrá llegar a la transformación, al cambio social.

Para explicar el funcionamiento de lo social introduce la noción de campo: lo social queda estructurado así en territorios con sus propias leyes y su propia historia. El campo en general se muestra como indiferente a lo social, con sus propias dinámicas respecto de lo que sucede en la sociedad. El campo cultural incluye artistas, editores, productores y a todos aquellos quienes construyen el valor de la obra (periódicos, becas, certámenes, jurados, críticos de arte, etc).

Una forma de develar esta retroalimentación sería: hay demandas sociales que se le hacen a la literatura pero que nunca llegarán a este campo tal cual fueron formuladas. Entran al campo deformadas, a través de una operación no consciente de mediación o refracción –en tanto prisma, pasaje entre el mundo social o consumidor y el campo literario-. Este resultante va a ser tomado por el artista y transformado, restituído a la sociedad pero, en términos adornianos, negados.

Para aclarar las relaciones entre el campo y los consumidores y ese ida y vuelta o retroalimentación, detalla el funcionamiento interno de ese campo. Las pautas serán: admitir una lógica bélica, una lógica del domino, del poder, de la legitimación y del reconocimiento o consagración, que operan a partir de la discusión y del debate; o de la indiferencia, y que darán un posicionamiento particular en la esfera a la obra y a su autor.

Por eso, el intento de Bourdieu es desfetichizar (en términos marxistas quitarle su agenciamiento como mercancía) tanto obra y como escritor: al respecto dirá que no existe un creador increado. Una obra literaria es el resultado de la articulación de lo que sucede en el campo de la literatura: sujetos estructurados/estructurantes e instituciones que, desde un entramado de relaciones de poder, constituyen el valor artístico y literario de lo que se ha producido históricamente.

Ambos teóricos comparten el “desencantamiento del mundo social” porque tal vez, lo que esté en juego sea la propia supervivencia del arte. Un desencantamiento en relación a las vanguardias, al surrealismo, al dadaísmo, para advertirnos sobre la pérdida de la potencialidad crítica del arte (en un contexto donde surgían el pop art, la cultura de masas, y las industrias culturales se fortalecían y se multiplicaban con la radio y la televisión).

Entonces, podemos decir que tanto Bourdieu como Adorno sostienen una postura autonomista relativa, una lógica de sublimación anticapitalista, de un determinismo socioeconómico, y a la vez observan el arte como una forma de trascender esas condiciones materiales de existencia y de dominación.

 

El pensador y sociólogo francés Pierre-Félix Bourdieu (1930 – 2002)

 

 

Imagen destacada: El filósofo alemán de origen judío Theodor Ludwig Wiesengrund Adorno (1903 – 1969)

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