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«El desperfecto», de Friedrich Dürrenmatt: Derecho a no aparentar

Hace un par de días, escuché el clamor de algunos jueces de la Región de O’Higgins por justicia: no fue un contrasentido ni una paradoja, es la respuesta natural de quien no puede ser juez en su propia causa. Alfredo Traps, protagonista, en «El desperfecto», tampoco sabía esa verdad y sucumbió ante él mismo, porque no se puede dictar sentencia y ser parte al mismo tiempo.

Por Víctor Ilich

Publicado el 4.5.2019

Todo comenzó como un juego. Un juez, un fiscal y un defensor. Los límites eran y muchas veces son claros, pero si se está confundido, estos se difuminan y la opacidad prima. Cuando la sal pierde su sazón y la luz su deseo de alumbrar, ¿qué se podría cosechar?, ¿algo de dulzor?,¿acaso una estrella en el corazón?

El desperfecto (1956) obra del autor suizo en lengua alemana, Friedrich Dürrenmatt (1921 – 1990), da cuenta del camino o trayecto desde no tener conciencia de haber cometido mal alguno hasta la culpa que se despierta y de la duda que se cierne y luego se disipa sobre ella. Lo he dicho otras veces: intachable es una palabra fácil de ensuciar e integridad, un castillo que se levanta día tras día, lo que puede tomar toda una vida.

Y derribar las propias defensas de esa autoconstrucción implicaría volver a reconstruirlas. Vivir bien toma tiempo y tiempo es del que carecemos, porque no sabemos a ciencia cierta qué plazo tenemos, por eso los atajos a veces pueden ser atractivos, una tentación y si caer en la tentación es una deuda, vivir endeudados puede pasar a ser otra forma de esclavitud.

No tan solo endeudados por los créditos en el ámbito de las finanzas, sino también deudores por no otorgar respeto a quien se lo merece, honra a quien sea digno de ella, lealtad y fidelidad con quien se haya comprometido a construir un vínculo. A raíz de esto, otros aseguran que todo buen autogobierno comienza siendo fiel en lo poco, que el camino es angosto y que no hay atajos para la verdad.

En otras palabras, si pagaran por aparentar, habría muchos más millonarios. La sed de prestigio pareciera que no es más que otra vertiente de la necesidad de aprobación.

Si el protagonista de la obra de Dürrenmatt hubiese conocido con claridad sus límites, si hubiese tenido conciencia de sus culpas y ocultas fechorías. Si realmente hubiese tenido la oportunidad de conocer ese proverbio que dice que de la abundancia del corazón habla la boca, o atesorado saber que un poco de levadura tiene el poder de leudar toda la masa. Y que adentrarse, poco a poco, en la oscuridad puede ser en principio emocionante, adrenalínico, incluso atractivo, pero luego tener un punto de no retorno. Quizás hoy ese protagonista estaría entre nosotros. Cualquier semejanza con la realidad, no es mera coincidencia, dicen algunos que no existen las coincidencias, solo el reflejo en el espejo.

Y cobra sentido ejercer el derecho a no aparentar, cuando se trata de enfrentar nuestra verdad, no la abstracta, la propia, la personal y concreta realidad que nos toca vivir, aquella que también responde a qué clase de persona soy y en qué clase de persona me podría convertir. Ese tipo de verdad que se expone en la intimidad de la confianza, donde no se puede ocultar lo agrio o dulce de lo sembrado. Y si no se está dispuesto a conocer la verdad, aceptarla y ajustar el curso de acción a ella, es posible y válido vivir como un ciego; y si conociendo la verdad nada se hace, el reino de la hipocresía recluta a sus súbditos y se propaga. También hay libertad para ese derrotero.

Quien quiera hoy conocer la verdad, dicen los entendidos que no le será suficiente informarse por los medios de comunicación y los periódicos, ya que el que llega primero con su aparente verdad busca ganarle a su competencia, y quien llega último vende menos. Ese parece ser otro desperfecto.

Y recordé que hace un par de días, escuché el clamor de algunos jueces de la Región de O’Higgins por justicia: no fue un contrasentido ni una paradoja, es la respuesta natural de quien no puede ser juez en su propia causa.

Alfredo Traps, protagonista, en El desperfecto tampoco sabía esa verdad y sucumbió ante él mismo, porque no se puede ser juez y parte al mismo tiempo.

 

Víctor Ilich (Santiago de Chile, 1978). Egresado del Instituto Nacional «General José Miguel Carrera» y de la escuela de derecho de la Universidad Finis Terrae (Chile), en la cual estudió becado. Es abogado y juez titular de un juzgado de garantía en la Región de O’Higgins.

Es autor de más de una docena de obras literarias, tanto reflexivas como poéticas, entre ellas se pueden destacar La letra mata, Disparates, Cada día tiene su afán y El silencio de los jueces.

Durante el año 2018 dirigió el taller literario “Ni tan exacto ni tan literal”, impartido a otros jueces penales y como fruto de ese trabajo se editó el libro Duda, un conjunto de relatos breves escritos desde la perspectiva de la duda, que buscan la reflexión en el ámbito judicial.

Actualmente, es columnista en el Diario El Heraldo de Linares, de la Séptima Región del Maule.

 

La edición alemana de la novela «El desperfecto» («Die Panne», 1956)

 

 

El escritor y juez chileno Víctor Ilich

 

 

Imagen destacada: El pintor y escritor suizo en lengua alemana Friedrich Dürrenmatt (1921 – 1990).

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