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«El padrino», de Francis Ford Coppola: La unión hace la fuerza

El largometraje que analizamos se trata de una obra audiovisual monumental, la cual logró unir aristas estéticas que no siempre coinciden: cine masivo con personificaciones memorables. Y como toda pieza mayor, son múltiples las interpretaciones que se pueden hacer a partir de ella. Este texto intentará con audacia indagar en torno a uno de esos caminos, a la vez simbólico y artístico: la manera en que la familia es retratada como una forma de poder político, histórico y social.

Por Juan José Jordán Colzani

Publicado el 26.6.2018

Cada cierto tiempo hace bien revisitar a los clásicos, como esos lugares de la niñez a los que se les tiene cariño. El padrino (1972), de Francis Ford Coppola (Detroit, 1939) es una obra monumental que logró unir aristas que no siempre coinciden: cine masivo con interpretaciones memorables. Y no solo en lo que respecta a aquel memorable Vito Corleone, con ese eficaz modo de dar una vuelta de tuerca al concepto del mafioso, al punto de no necesitar utilizar sus puños o tan siquiera levantar la voz para que no quepa la menor de duda que si quiere, es alguien de temer: cada uno de los personajes está muy bien delineado y su relación con el todo es coherente.

Como toda obra mayor, son múltiples las interpretaciones que se pueden hacer a partir de ella. Este texto intentará indagar en torno a una de ellas.

La película forma parte de las obras que retratan a grandes conglomerados. Quizás no de la forma en que lo hizo El acorazado Potemkin (1925), porque ahí la gran mayoría de los personajes aparecen y luego se olvidan: el gran mar de nn que conforma la historia humana (aunque la escena cuando Vito Corleone llega como niño huérfano a Estados Unidos en El Padrino II, con toda esa marea humana haciendo cola en la aduana, calificaría en dicho grupo). No es casual en este sentido que se haya decidido comenzar con el matrimonio de Connie, la hija. La diferencia, claro, es que acá, a diferencia de la obra de Eisenstein, todas esas personas tienen algún tipo de relación: ya sea sanguíneo, ya sea de negocios, lo que se puede dividir a su vez en aliados o en aquellos sentenciados a una inevitable pronta muerte.

Y es en este punto en el que quisiera detenerme: la forma en que la familia es retratada como una forma de poder.

Existen mil y una frases que dan vueltas por todos lados desde antes de nacer que hablan de la importancia de la unión: ya en La Biblia se habla que el hombre no debe estar solo y un poco más cerca en el tiempo, emblemas como “la unión hace en la fuerza” o el coro de la gregaria canción de Los Jaivas “Todos Juntos” (“… todos juntos vamos a triunfar”) y otros miles de ejemplos más, hacen que el hombre se vea en la apremiante necesidad de buscar refugio en la comunión con los demás como forma instintiva de supervivencia.

Pero entonces, surge el pavor: ¿qué pasa con el hombre solo?

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Cada uno de los hijos de la familia Corleone extiende el poder, ramificándolo en sus respectivos hogares. Pero uno de ellos no sigue esta regla implícita: Fredo (John Cazale). Las relaciones que tiene con mujeres son insignificantes (como la rubia que le grita delante de todos en el bautizo de su sobrino, que no eres un hombre de verdad, cuando intentan calmarla producto de un escándalo desaforado) por lo que no logra el objetivo de formar una propia familia.

Desafía las reglas y moral de la Famiglia. En un momento complejo, no manifiesta de forma clara cuales son sus preferencias y lealtades, mostrándose ambiguo. Ahora, claro, uno debería poder cambiar de opinión: el apoyo ciego y total no necesariamente es síntoma de algo encomiable. Pero así son las cosas. Simplemente no le parece correcto que Michael llegue al casino de Moe Greene, en donde Fredo desempeña algún cargo de asesor, para ofrecer comprar su parte del negocio. A Moe le gusta el casino, ¿porqué estaría dispuesto a venderlo?, opina Fredo. Para Michael eso huele a traición: “Fredo, eres mi hermano y te quiero. Pero nunca más tomes partido contra la familia.” ¿Tomó partido contra la familia? Según la lógica del “están conmigo o están contra mi”, claro, es una traición. Desde otra óptica, su posición no deja de ser atendible: es amigo de Moe y sabe lo que le costó formar el casino desde cero.

Más allá de esta falta a la ética, propia de la Cosa Nostra, ¿Hubiera sido diferente su destino si su situación hubiera sido otra? ¿Si, digamos, hubiera sido alguien despierto, con una fortaleza a su espalda? Una fortaleza, una familia, que en resumidas cuentas le hubiera permitido contar con más voz y presencia en su hogar y que su padre lo mirara con otros ojos. Estás haciendo las cosas bien hijo. Sigue así. La familia no debe morir y eso es lo que estás haciendo.

La competencia de los peques. ¿A quién quieres más papi, a mi o a mis hermanos? Competencia que en cierto modo Michael ganó desde antes de nacer.

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Perdido en delirios de poder y laberintos de paranoia, Michael (Al Pacino) asegura que una multitud de enemigos estuvo involucrada en el ataque sorpresa cuando estaba en el dormitorio con su mujer. Ataque maletero y mala leche, eso no se cuestiona. Se acerca a Uno, le asegura que fue Tal, se acerca a Tal, le asegura que Uno. Intrigas, el viejo sacar verdad por mentira, crear enredos. En el momento de mandar ejecutar la muerte de su hermano, está complemente seguro que fue él. Pero a uno no le queda tan claro. Sabemos que ha mantenido conversaciones con miembros de la banda rival, pero nada hace pensar que haya colaborado en un acto de tal frialdad. Por lo demás, no todos tienen la misma sangre fría de mandar a matar y conversar después con el sobrino como si nada, sin que se le mueva un músculo, así como cuando Michael bautiza a su hijo al tiempo que se están liquidando a los líderes de las bandas rivales por mandato suyo.

No es fácil encontrar el lugar que ocupa el afecto en un mundo de códigos, en donde siempre hay que pensar siete jugadas por adelantado. Porque todo se reduce a algo práctico: mantener el poder, hacer alianzas que permitan que lo que se tiene se multiplique. El perdón, el gesto desinteresado, resultan actitudes fuera de tono. Por lo mismo, las pocas veces que los personajes se muestran como son, hablando desde lo más profundo de sí mismos, resulta conmovedor. Como cuando Fredo habla con su hermano en El padrino II y le cuenta como fue el trato que hizo con Johnny Ola, cabecilla de una banda rival, explicando que la idea era que él intercediera en un negocio entre ellos y la familia para ayudar a cerrarlo pronto, que habría luego una cantidad para él. Asegura que nunca supo que planeaban un atentado. Uno podría pensar que fue por el dinero, un vulgar acto de codicia, pero no: tiene que ver con el continuo ninguneo, con ser tratado como el eterno tontito de la familia. Ve en la oferta la forma para limpiar su nombre, como le dice a su hermano: “¡No soy estúpido como todos dicen! ¡Soy inteligente y merezco respeto!”. Una actuación impresionante que sirve para recordar el tremendo actor que fue Jhon Cazale, muerto demasiado joven de cáncer al pulmón, a los 42 años.

Tampoco es que no exista el cariño: las escenas en que vemos compartir a Vito con su hijo Michael se aprecia algo que perfectamente se podría entender de ese modo. Pero siempre supeditado a algo mayor: enseñarle al hijo como moverse, aprender a no dejarse engañar por las apariencias, en pocas palabras: entender que son ellos o los enemigos. Y es que a pesar de llevar ternos y demostrar modos pulcros, su comportamiento se puede concebir según el himno del bajo hampa: “pa los amigos abrazo, pa los gile’ balazo’ ”.

En este sentido la vida de una persona, más aun cuando se trata de alguien de vida errática, es muchísimo menos relevante que mantener el imperio de delito que se ha logrado construir. Por lo mismo, si las circunstancias así lo exigen, un líder no se dejará ablandar por inútiles sentimentalismos y hará lo correcto. Porque un líder siempre será el que está arriba y no el que es mandado a morir. Quien maneja los hilos y supo como moverse.

Pero claro: para vivir de ese modo hay que obligarse a cumplir las funciones que el rol exige, reprimiendo cualquier atisbo de sentimiento que interfiera con lo que está predispuesto. El problema es que no hacerse cargo de la propia humanidad tarde o temprano pasa la cuenta y ni Michael está libre está libre de eso.

 

 

 

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