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«El viaje vertical», de Enrique Vila-Matas: Descenso sin retorno a la frustración

Sin duda esta es una gran novela, una de esas ficciones que atrapan de principio a fin. Trata sobre la frustración en los hombres, concretamente la sensación de fracaso que se esconde tras el “éxito”. Federico Mayol es un empresario barcelonés hecho a sí mismo de fuertes convicciones nacionalistas catalanas y católico-apostólicas. Está jubilado y su mujer lo ha echado de casa. Inicia entonces un trayecto que le llevará por tierras portuguesas y que finalizará en la isla de Madeira. Un desplazamiento que le devolverá a su adolescencia truncada por la Guerra Civil, un salvoconducto en el cual conocerá a otros hombres solos, un moverse en el que en su engreimiento no querrá verse. Con singular inteligencia y toques de buen humor Vila-Matas «des-nuda» a un adulto mayor que como tantos quiso creer que el sentido de su vida era el altivo «triunfo».

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 26.6.2019

 

«La travesía, la peregrinación, el paso, la navegación… son formas diversas de expresar el avance desde un estado natural hasta un estado de conciencia. La travesía como símbolo del esfuerzo de superación y la conciencia que lo acompaña».

«Cuando viajas con alguien siempre tiendes a mirar lo que te rodea con extrañeza mientras que, cuando viajas solo, el extraño eres tú».
Enrique Vila-Matas

 

Soledad, soledades

Mayol (así le llaman todos, la distancia del apellido) queda totalmente descolocado ante el repentino empoderamiento de “su” mujer. Deambula por las calles y bares de Barcelona buscando una salida airosa a su situación, él es un señor que no se merece semejante trato. Acude a sus tres hijos, el favorito que sigue su próspero negocio de seguros (seguros, ya nada es seguro para él, la supuesta seguridad alcanzada se derrumba), la hija a la que repudia por serle infiel a su esposo y Julián el hijo artista al que tanto detesta; ninguno puede ayudarle, todos respetan e incluso entienden la decisión de su madre. La separación es ya su realidad.

La situación lo tensa, su carácter engreído se evidencia, su propensión a la bebida también. Bebe vino oporto sin parar para ahogar sus penas y acusa de ser bebedor a Julián sin fundamento alguno, acusa-critica en los demás lo que no quiere ver en sí. Así, no duda en expulsar a todos los que le reflejan la verdad de sí mismo que no quiere-puede-sabe ver. Su actitud es la de proyectar en los otros (especialmente los hombres) su rabia, su re-sentimiento (bucle de sentimientos negativos), su impotencia, su engreimiento…

En Mayol está la incapacidad de verse en los aspectos que no encajan con el personaje de gran señor que se ha construido con esfuerzo durante toda su vida. Una construcción que apartó las aspiraciones y deseos del joven que fue. “Se había pasado casi toda la vida teniendo ataques suaves de sentido común y reprimiendo su capacidad innata para imaginar mundos y culturas distintos e inventados, y había obrado así en aras de algo que le parecía ya distante, casi irreal y en cualquiera de los casos estúpido: el bienestar económico de su familia”, se nos dice en el libro. Mayol hubiera querido ser un hombre culto y artista como es Julián, y en su egoísta dolor lo envidia y detesta. Mayol es la patética antítesis del padre amoroso que antepone al hijo, que se alegra por la felicidad del hijo y la vivencia como propia.

Y encuentra una salida a su desazón en el viajar a un lugar conocido tal y como le aconseja un amigo, un lugar conocido porque en el desconocido podría perderse le dice él. El miedo a descubrir, el miedo a descubrirse.

En su viaje a Portugal que inicia en Oporto (la tierra de su vino preferido), Mayol se encuentra con otros hombres solos, otros hombres encerrados en sí mismos. La soledad de tanta gente que han sido abandonados o no han sabido relacionarse con la necesaria empatía con los demás. Se evidencia en Mayol una incapacidad para ponerse en la piel del otro, incluso cuando el otro es alguien muy próximo y querido.

Ya en Barcelona al descubrir que su hijo preferido (el que sigue su negocio) está en crisis y se replantea su relación de pareja y su papel de heredero en la empresa de seguros que dirige, Mayol se lo toma como un nuevo ataque personal (como la rotura provocada por su mujer o la pasión artística de Julián) y no sale de allí. No quiere ver el sufrimiento de su hijo adorado y se aparta de él como si fuera un apestado.

Lo mismo le ocurre con otros hombres como el taxista que le acompaña a una ruta turística por los alrededores de Lisboa o su sobrino Pablo a quien encuentra en Madeira y que está hundido porque su mujer le ha abandonado por otro hombre, su amigo Pedro. La reacción lejos de ser empática es de profundo desprecio, los califica de insoportables. Mayol no duda en abandonar al taxista cuando le pide ayuda con el problema que tiene con su hermano.

Y Mayol es tremendamente cruel con Pablo, Pablo que tanto le recuerda a su detestado Julián, Pablo que en su hundimiento se refugia en el alcohol. Ahora sí Mayol puede descargar su frustración alcohólica de vino oporto en él (no como le ocurrió con Julián) y lo hace sin atisbo de piedad. Pablo creyó como su salvación el reencuentro con su tío pero Mayol no está por la labor de salvar a nadie, no lo está ni para salvarse a sí mismo que sería lo primero. Nuestro protagonista lamentablemente empieza a encontrar placer en su hundimiento, en su soledad. Como se cita en el libro: “Sentirse un viejo cada día más hundido le proporcionaba una saludable y extraña felicidad, como si su proyecto deliberado de hundirse en el fondo de su propio abismo estuviera dando por fin un sentido altivo a su vida”. Altivo, siempre altivo el señor Mayol.

 

Islas

Vila-Matas juega con los simbolismos y utiliza la isla como rica imagen de múltiples significados. La isla de Madeira que es el destino final del viaje vertical de Mayol, y en esa isla unas jornadas en donde se habla de islas y mitología. Jornadas a las que asiste Mayol en su voluntad de recuperar su adolescencia truncada, en su afán por culturizarse.

Madeira o la isla paradisíaca deshabitada hasta ser descubierta por los portugueses. Los descubridores, los navegantes audaces que se lanzan a la aventura de descubrir nuevas islas, nuevos mundos. Todo un símbolo de lo que somos cada uno de nosotros, mundos distintos que a menudo por exceso de autoprotección se convierten en mundos solitarios casi deshabitados. Mundos de los que tememos salir para descubrir otras islas por miedo a naufragar en la travesía a lo desconocido. Y mundos que convertimos en casi inaccesibles a los demás por miedo a su temida “invasión”; pero el que tiene el valor de arribar a nuestra costa, de apreciar la belleza diferencial que somos, quizás logre conquistarnos (en el sentido no posesivo de la palabra que abre la puerta a la liberación de nuestras cadenas de miedo).

Mayol sueña que es una isla desierta, se reconoce solo y es incapaz de encontrar solución. Lamentablemente ni sale a la travesía de los otros ni facilita que los otros arriben a su costa.

Un profesor en su conferencia habla sobre el mito de las islas afortunadas: “El hombre nunca ha deseado un paraíso fuera de la tierra y cuyo tipo de bienaventuranza no lograra imaginar. Siempre ha estado convencido más o menos conscientemente de que el paraíso podía estar en esta tierra, si fuera posible vivir en alguna parte sin los aspectos tristes y dolorosos de la existencia”. El desear vivir en paz ahora y aquí en lo mucho de bueno que hay en esta tierra superando tanto dolor, el recuerdo del paraíso perdido que resuena en nosotros.

Pero de momento en esta tierra a menudo extraña aún existe el dolor y la tristeza. Cada cual elige qué hacer con ello. Podemos aceptarlo e intentar vivir lo mejor posible. O podemos probar de evitarlo protegiéndonos no dejando desembarcar a otros en nuestras playas. O incluso podemos hundirnos en el fondo de los océanos del dolor para desaparecer y no ser vistos ni tocados, como la mítica Atlántida de la que habla otro conferenciante. Es nuestra elección.

La conferencia sobre la gran isla hundida le toca especialmente a Mayol al interpretarla como un oráculo que le remite a su detestado hijo quien siempre se ha sentido hijo de la Atlántida. Y acaba interpretando que es una señal, una señal de salida de un mundo que no le entiende, un mundo que lo rechaza, un mundo que no le toca amorosamente. Se auto-convence de que es él un habitante de la Atlántida, no su hijo, y decide hundirse definitivamente en los océanos esperando encontrar la ansiada paz del paraíso perdido en la muerte.

Así se lo explica a Pedro quien escribirá una novela sobre él, una novela que es precisamente El viaje vertical , le comenta la carta que mandará a Julián para decirle que: “su padre sí era realmente de la Atlántida y que tenía proyectado valiéndose de su excepcional capacidad para hundirse, regresar a la patria hundida de la que nunca debió haber salido”.

Pedro encuentra en la peculiar figura de Mayol la inspiración para escribir la novela que desde hacía tiempo quería escribir. A Pedro le fascina ese señor de Barcelona hundido y solo, ese señor que se hunde más y más por su no querer verse y por su necesidad altiva de figurar. Él siempre tiene que ser el mejor, así lo hace con un grupo de tertulianos cultos al que pertenecen Pedro y Pablo; ante todos ellos finge ser lo que no es, se auto-convence de que por asistir a unas conferencias ya es un hombre tan culto o más que los demás.

Mayol en las conferencias sobre mitología escucha sabias palabras pero no las entiende y las compone-interpreta a su antojo. Lo que más le satisface es imaginarse que pensaría su familia si lo vieran, en especial Julián (“tan culto él”, la envidia que le domina por esa educación que no pudo completar por la guerra).

Se reinventa como un gran señor de la cultura, un nuevo disfraz, un nuevo falso éxito que le lleva al definitivo hundimiento cuando es humillado por un tertuliano. Pedro lo tiene claro al definir su obra como: “novela de formación cuyo protagonista tiene una edad en la que generalmente ya nadie se forma”, triste realidad de demasiados humanos tanto hombres como mujeres.

 

Azar y oráculo

Mención especial merece el protagonismo del azar en la novela. La gran importancia que concede Vila-Matas al “azar de las calles” tal y como él lo denomina. Ese azar, esos hilos que parecen determinar nuestras vidas a pesar de nuestra habitual ceguera. Ese azar que nos hace perder un avión que luego se estrella, o que hace que un gran actor confiese que se hizo intérprete siguiendo a una atractiva mujer que resultó ser actriz… Ese azar que es la sal de la vida, que forma parte del misterio del vivir, que abre puertas a paisajes insospechado.

Ese azar se pasea al lado de Mayol pero a veces tal y como nos dice el autor parece estar en huelga, por ejemplo cuando casi se encuentra con su sobrino en repetidas ocasiones antes de que finalmente suceda. Y yo me pregunto si a veces el azar está en huelga o somos nosotros los que a menudo estamos en huelga de capacidades para apreciar el azar de la vida.

Y el oráculo también está muy presente en esta gran novela. Mayol entiende como un vaticinio el mensaje de los otros que sin ser dirigidos específicamente a él parecen serle tan significativos. Así, busca mensajes en lo cotidiano, por ejemplo en los programas de televisión en la habitación de su hotel. Del mismo modo, tal y como ya se ha comentado, en la “casual” conferencia sobre la Atlántida a la que asiste que le llevará a su triste final. Triste final para él y para todos los que le quieren “a pesar” de sus desafortunadas formas.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«El viaje vertical» (Anagrama, 1999)

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: El escritor catalán Enrique Vila-Matas.

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