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[Ensayo] «Alcarràs»: La tierra que habitamos y somos

Protagonizado por un elenco amateur, el nuevo filme de la realizadora catalana Carla Simón acaba de ser estrenado en España, luego de haber sido galardonado, a principios de esta temporada, con el Oso de Oro destinado a la mejor película en la Berlinale 2022.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 12.5.2022

Soy como el sauce
un brote que mana de la tierra
bailando con el viento de los sentimientos
que nacen y mueren cada instante.

Soy la fruta que reverdece
bebiendo la savia de la alegría y el dolor,
y madura en cada hoja, en cada lágrima,
en las amargas heridas.
B.Lertxundi/L.Shahar

 

Terra ferma

Alcarràs es el retrato de una familia de payeses de la fértil «terra ferma» (que significa tierra extensa y así mismo tierra segura) leridana que es un vasto valle regado por el rio Segre. Un retrato de presente que es evocación y denuncia de un mundo —el suyo pero también el de todos— que parece condenado a desaparecer.

Tres generaciones conviven en la casa de campo rodeada de plantaciones de árboles frutales que fueron y aún son su sustento. El abuelo y la abuela en su día recibieron esas tierras de un latifundista local, y en ellas construyeron su humilde caserío que alberga ahora también a hijos y a nietos.

La acción se sitúa en verano, un tiempo tradicionalmente de duro trabajo y así mismo de refrescante diversión. Y ese verano actual, además, es un tiempo de cambios radicales no deseados por todos.

La realizadora barcelonesa nos introduce en su ficción realista con una simbólica imagen del pasado que desaparece de golpe, vemos a los más pequeños de la familia jugando en el interior de un viejo Citröen 2CV y como de repente han de salir de allí porque el mítico vehículo es retirado por una excavadora. O lo viejo ya no vale y hay que erradicarlo para dar paso a lo nuevo.

Las mismas excavadoras que —veremos— están arrasando los campos vecinos de árboles frutales para convertirlos en los más rentables campos de placas solares.

Y comprenderemos por qué es así, se nos muestran las dificultades de los payeses para vender sus productos a precios justos por la presión que ejercen las grandes cadenas de distribución. Y de cómo en esos márgenes asfixiantes contratan inmigrantes temporeros con salarios —sabemos— de miseria.

Personas estas que poco se relacionan con los lugareños, sólo vemos a uno de ellos junto a la pequeña Iris (la líder de esos pequeños del 2CV), la ayuda y la apoya en su actitud de respeto ante un conejo muerto a tiros en las recurrentes cacerías para proteger los cultivos. Ese crudo instante —entiendo— como modo de mostrar y denunciar la prepotencia de nuestra raza, el todo vale ciego que amenaza la naturaleza Tierra y nuestra propia naturaleza tan ligada a ella.

Un mostrar —como toda la película— casi documental en el cual priva la belleza y la contundencia de las imágenes más que las palabras que son pocas y a menudo en voz baja, todo quizás como forma de evidenciar la poca voz de la gente del campo —locales y foráneos— en un mundo hecho cada vez más a medida del desconectado urbanita que apenas pisa el barro.

 

Familia

Pero más allá de la necesaria denuncia, del interrogarse sobre qué estamos haciendo con la naturaleza Tierra en la que habitamos y con la naturaleza Tierra que somos, Simón nos ofrece un retrato empático de esa familia que entiendo como reflexión de la condición humana, de las contradicciones que encarnamos todos y que parecen más a flor de piel en un tiempo, el nuestro, de cambios acelerados.

Por un lado se nos muestra el amor que une a esa familia pese a sus diferencias, especialmente el amor entre nietos y abuelos con bellas escenas de historias y canciones (la del abuelo y su vibrante evocación a ese cachito catalán de la madre tierra: «meva terra, terra ferma, casa mare» que los niños saben y sienten en propia piel) bajo la acogedora sombra de los árboles o al fresco de las luminosas noches celestes del campo.

Y especialmente bella es la escena de toda la familia bañándose en la piscina tras recolectar la fruta, una escena en la que los niños del 2CV —siempre jugando en cualquier rincón, Simón nos reconforta enfocándolos a menudo— sonríen al ver jugar a los adultos quienes ni por un segundo se reconocen también niños.

El amor y la diversión del niño sin edad que une pero también el foco en el conflicto que aleja. Concretamente, el conflicto generacional que tiene a Quimet (Jordi Pujol, quizás la mejor interpretación de todas de las del excelente reparto formado por actores no profesionales) como eje puesto que es él quien más se resiste al cambio en una mezcla de orgullo por su ser payés y al mismo tiempo de temor a lo nuevo.

Quimet está molesto con su padre por no formalizar en papeles la cesión que en su día le hiciera el terrateniente, y se muestra muy duro con Roger su joven hijo a quien nunca reconoce su dedicación y valía en los trabajos, y en esa actitud de ninguneo le acrecienta innecesariamente su natural y sana rebeldía.

Por todo ello vemos a Quimet renegando a menudo en su rabia —al padre que fundó, al hijo que espera relevar y en el fondo a sí mismo— que acumula en tensión, tensión que concentra en su castigada espalda de hombre acostumbrado al trabajo duro del campo.

Y en el retrato familiar, Simón nos muestra también «pinceladas» del empoderamiento femenino en una sociedad aún muy patriarcal: las mujeres que reivindican el poder recoger la fruta ante el proteccionismo discriminador de sus hombres, también la bofetada de rabia que Dolors (cuánta carga en el nombre, sintomáticamente sólo las mujeres son nombradas con este tipo de nombres) la mujer de Quimet le da a su marido y a Roger ante la tontuna de ambos que tanto sufren ella y las hijas (els dolors, los dolores de las silenciosas y ninguneadas mujeres que definen al patriarcado que tanto se resiste a ceder en igualdad).

Es en esa rabia a la tontuna de los hombres de la casa, Mariona —la hermana adolescente de Roger— renuncia a actuar en las fiestas del pueblo: «La festa major» o los días en la que todos se relajan y disfruta en comunidad de «terra ferma».

Querer y doler, amor versus odio como expresión de las dos caras del «me importas» o la dualidad que encarnamos en constante danza (o lucha, según se mire).

 

La Catalunya vaciada

No voy a desvelar el brillante final que demuestra —aún más si cabe— la grandeza de Simón, una grandeza que se evidencia en todo el metraje y que puede resumirse en:

La humilde belleza de sus deslumbrantes imágenes, todas ellas y especialmente las ya comentadas a las que añadiría la escena en la cual vemos al abuelo paseando por los frutales poco antes del amanecer a la luz de la luna llena hasta llegar junto a las placas solares vecinas al tiempo que empieza a alzarse el astro rey.

El haber conseguido tan buenas interpretaciones en gentes que no son actores profesionales.

El mostrar y denunciar la vida de la Catalunya vaciada, una muestra más de la España vaciada de la que tanto se habla y tan poco se actúa.

Por todo lo expuesto, mi recomendación es que no se pierdan esta joya cinematográfica que ha sido aclamada por el público y la crítica, y que ha obtenido importantes galardones tales como el Oso de Oro en la Berlinale de este mismo año 2022.

 

***

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Alcarràs (2022).

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