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[Ensayo] «Austerlitz»: La orfandad histórica de Europa

La obra literaria del desaparecido autor alemán W. G. Sebald tiene el encanto de una bibliografía que se debate entre la hibridez de los géneros y que cuestiona al concepto de memoria desde un visceral y existencialista desarraigo, padecido por personajes cultos, cosmopolitas y melancólicos.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 17.7.2022

La novela Austerlitz (2001) del escritor alemán, W. G. Sebald (1944 – 2001) es un viaje, un descubrimiento, una develación y un tormento. De partida, el mismo autor en una entrevista no se refería a su libro como novela. Solía hablar de «artefacto narrativo». Una suerte de distintos medios que concurren en dar cuenta de una historia. Una historia que parece brotar de otros elementos que no son propiamente narrativos.

La anécdota del relato es mínima. Un narrador, que perfectamente se puede asociar con Sebald, aunque no se mencione, deambula por la ciudad de Amberes en Bélgica, hasta llegar a una estación de ferrocarril. Allí, un hombre atrae su atención. Esta persona, que después sabremos que es Jacquot Austerlitz, despierta el interés del narrador por su aspecto y actitud.

Comienza su conversación que versará sobre arquitectura e historia, de la que el personaje resulta ser un experto. El diálogo paulatinamente continúa en distintos momentos, en distintos lugares y hacia el final del libro, desde el primer encuentro en la estación de trenes en 1967 hasta el último 1996, transcurrirán casi tres décadas.

Pareciera que el diálogo fuera uno solo durante todo este tiempo. La forma en que está escrito el texto es de un solo impulso. Un inicio y después de 296 páginas, un fin. No hay puntos apartes, no hay párrafos, no hay capítulos. Una narrador que reproduce la voz del otro, Austerlitz, por lo que gran parte del libro, el que habla es Austerlitz. El narrador está ahí para ser testigo de lo que dice el personaje. La forma de narrar (o hablar) es abigarrada, compleja y un tanto enigmática. Su manera de llegar a lo importante es elusiva y pausada:

«Desde el principio me asombró cómo elaboraba Austerlitz sus ideas mientras hablaba; cómo, por decirlo así, partiendo desde la distracción. Podía desarrollar las frases más equilibradas, y cómo, para él, la transmisión narrativa de sus conocimientos especializados en una aproximación gradual a una especie de metafísica de la historia, en lo que lo recordado cobra vida de nuevo».

 

Una existencia perdida (o arrebatada)

Con los comentarios sobre la arquitectura y los espacios urbanísticos, Austerlitz y el narrador, repasan la historia europea de los últimos siglos. Desde las divagaciones relacionadas al tema de las construcciones arquitectónicas, perciben señales de la mentalidad e ideología que hay detrás de los constructores. Y en un rizo especular, tejen señales de la construcción de ellos como sujetos y de la narración misma.

Junto con esas digresiones arquitectónicas, emerge la verdadera historia que se toma el libro, la historia de Austerlitz. Un sujeto desarraigado que se mueve en una tierra que se ha empeñado en borrar sus huellas.

Y es en este punto que la voz de Austerlitz se posesiona totalmente de la narración, de manera firme y medida, para entregar la historia de una búsqueda, en distintos territorios y en diferentes tiempos, los indicios de una existencia perdida (o arrebatada).

Al ir atravesando el tiempo, las piezas que va encontrando de a poco van encajando en este misterio. La voz de Austerlitz (y del narrador que da cuenta del testimonio) se convierte en prueba de una memoria, la del misterioso protagonista, que brota lentamente de los detalles que van surgiendo.

Una calle, una estación de trenes, una puerta, un vidrio permite a Austerlitz conectarse con una vida que no fue, pero de la cual quedan vestigios en algún rincón de sus precarios recuerdos. Un camino laberíntico que termina encontrando un hilo. Y cuando logra encontrar el curso de lo que fue, la memoria individual se engarza con la memoria histórica:

«No parece, dijo Austerlitz, que comprendamos las leyes que rigen el retorno del pasado, pero cada vez me parece más como si no hubiera tiempo, sino diversos espacios, imbricadamente entre sí, entre los que encontramos con vida, a los ojos de los muertos somos muy irreales y sólo a veces, en determinadas condiciones de luz y de requisitos atmosféricos, resultamos visibles».

 

La memoria de las imágenes

En el texto, Austerlitz se reencuentra con vivos y muertos. Como si el pasado estuviera siempre presente y una amnesia particular lo tratara de esconder. Esa amnesia particular, que atormenta a Austerlitz, se irá disipando por su empeño en recordar (o reconocer) lo que en algún momento fue (o que pudo ser).

De esta manera, el libro lo configura como el hombre errante, el hombre sin raíces que vaga en pos de sus orígenes y, en última instancia, su identidad. Por esto, los lugares de encuentro de Austerlitz con el narrador son las estaciones, los cafés, los restoranes, las terrazas, etcétera. No hay hogar, no hay lugar para la tragedia de Austerlitz y la tragedia de Europa en general.

El otro medio del que se vale el narrador para complementar la historia de Austelitz, son las fotografías. Estas imágenes son de lugares, cosas o personas. Actuales o antiguas. Las fotos dan un carácter documental al texto a la vez que se pueden entender como una manera de ilustrar lo que el narrador relata.

Esto da otra dimensión al complejo entramado de lo que el autor está exponiendo. Sin embargo, en un momento, se menciona que las imágenes tienen su «propia memoria». Hay algo en las fotos que interpelan a Austerlitz:

«Como si las imágenes tuvieran su propia memoria y se acordaran de nosotros, de cómo fuimos nosotros ante nosotros, los supervivientes, y los que no están ya ante nosotros».

Las fotografías no solo sirven para ser contempladas, sino que exhortan al personaje, lo miran desde la certeza de que existió ese pasado que a él le es esquivo. Otro juego especular que utiliza el libro.

Austerlitz es una narración muy poco común, que demandará del lector un trabajo especial, como toda gran obra, pues nada está definido de antemano. Las múltiples lecturas que se han hecho del texto solo comprueban los distintos niveles que toca la historia. Un libro que se quedará pegado a la memoria del lector, quien se perderá en esta prosa depurada, hipnótica y melancólica.

Un verdadero desafío.

Y un deleite, también.

 

 

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Cristian Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.

También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.

 

«Austerlitz», de W. G. Sebald (Editorial Anagrama, 2002)

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: W. G. Sebald.

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