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[Ensayo] «Disclinaciones»: La forma óptima de la materia

Este poemario del autor y psiquiatra español Luis Miguel Iruela Cuadrado corresponde a un libro acerado, lúcido, pesimista, realistamente informado, pero bello e inteligente, y el cual constituye en su conjunto a un festín para el pensamiento y para la sensibilidad.

Por Ángel García Galiano

Publicado el 2.11.2025

Si crear, como dice Henri Poincaré, consiste en no hacer combinaciones inútiles, entonces estas Disclinaciones de Luis Miguel Iruela son pura creatividad. En otro libro anterior, Tiempo diamante, el autor sostiene que la poesía es la forma óptima de la materia, una materia que, como pensaba Lucrecio, despliega su clinamen, su disclinación, y se abre al infinito vuelo del ser en iridiscencias de creciente complejidad.

En efecto, creo que el título de su nuevo libro habla también de estos desvíos, de estas parénklisis atómicas que el filosofo epicúreo tradujo al latín como clinamen en su De rerum natura. En concreto, Iruela extrae el término no de la cristalografía sino de la oftalmología: la disclinación consiste en una distorsión reticular en la malla cristalina, una suerte de compensación axial de equilibrio ocular (Disclinación).

Con todo, en critalografía consistiría en un defecto de línea en que se viola la simetría rotacional. El gran Georges Perec, en una conferencia pronunciada en la Universidad de Copenhague en 1981 define así el término propuesto por Lucrecio:

«Contamos con una palabra para la libertad que se llama el clinamen, que es la variación que se hace pasar a una obligación… [Por ejemplo], en uno de los capítulos La vida modo de empleo, era necesario que fuera cuestión de linóleo, era preciso que en el suelo hubiera linóleo, y esto me molestaba, que hubiera linóleo. Así que he llamado a un personaje Lino —como Lino Ventura—. Le ha dado como nombre Lino y esto lleno para mí la cabaña Linóleo. ¿El hecho de engañar con respecto a una regla? En esto yo sería completamente pretencioso: hay una frase de Paul Klee que amo enormemente, la cual es: El genio es el error en el sistema.»

Pues bien, de ese genial o monstruoso error en el sistema habla este libro.

Dislocación, inclinación, disclinación, el poeta busca la manera en que las palabras se relacionan con el mundo, con sus mundos, el de la mente extraviada, en el que trabaja, pero también el de la ciencia positiva y sus múltiples metáforas de concreción apabullante.

 

En la intensidad de la contemplación

Antes de comenzar a leer estos poemas acerados, filosos, contundentes en su precisión técnica, observemos con entusiasmo lo bien que comienza el libro, nada menos que con una cita del gran Paul Chauchard, el neurofisiólogo frances, discípulo de Teilhard de Chardin, estudioso de la sexualidad, del cerebro humano, y autor de una veintena de libros científicos extraordinarios, uno de los últimos titulado Zen y cerebro, fruto del encuentro entre un hombre de ciencias, el propio Chauchard, y un maestro Zen, Taisen Deshimaru. Acaso de ese fértil encuentro pudo nacer este verso:

«El pensamiento es/ deformación del mundo» (Solución y frontera). Chauchard se plantea en la cita que incoa este poemario si: «acaso no es siempre uno el monstruo de alguien».

Y de eso habla, sobre todo, este libro, de los luminosos monstruos diamantinos que en su deforme torsión absorben belleza. Monstruosidad y belleza, como define Dámaso Alonso el gran poema de Góngora, la «Fábula de Polifemo y Galatea», nuestra incapacidad para distinguir un gesto de una mueca, Frankestein, un abrazo de un zarpazo, o un piropo de un rebuzno, como en El asno de oro de Apuleyo.

Pero abramos ya el libro y zambullámonos en su prodigiosa panoplia de símbolos e imágenes: el diamante, la luz, el cristal, figuras geométricas, bosques de laurisilva, cedro o sargazos, enfermedades óseas, calcificaciones, azares ásperos, se abrazan en una danza cósmica con figuras mitológicas.

El Minotauro, el gigante Atlas, los citados Frankestein, Polifemo y Galatea o el fundidor de almas de Peer Gynt, ese que «convierte la lírica en botones metálicos» (Cosa entre las cosas) o el monstruo Humbaba, del Poema de Gilganesh, guardián del bosque de los cedros, monstruo decapitado: «en el Bosque de la Vida, como un trofeo de fealdad» (Humbaba).

Con todo, el monstruo necesario y su soledad de páramo helado anhelante de belleza como reflejo deforme de la perfección y una inquietante pregunta: «¿debe morir lo anómalo/ víctima de tales sevicias?»:

¿Qué es el monstruo en sí?

¿El efecto de unos planos

levógiros?

¿Un escorzo de los ácidos

nucléicos?

Y concluye («Deshace el rostro»): «Quizá el monstruo / no tenga ontología». Análogamente, en otro poema, «Tan fácil», alude a la facilidad con que podemos desbarrancar en monstruos refinados, esa crueldad de los falsos pacíficos, epidérmicamente bondadosos en sus maneras melifluas e hipócritas, pero poseídos por un alma acerada e implacable, como de juez veterotestamentario.

A esos verdugos desalmados se dedican los más terribles versos del libro: «el soldado que fusila al amanecer solo piensa en volver pronto a la cama», se nos dice en «Sueño».

Hasta un niño víctima de la tosferina puede perder su condición angélica y trocarse, con torsión del eje ocular, en alarmante fealdad, como se nos expresa magistralmente en «Ración de leche».

O esa anciana cifótica, con la columna vertebral doblada que apenas puede forzar el cuello en busca del cielo, del poema «Horizonte en tierra», niño y anciana, nieto y bisabuela hermanados en su vecindad libresca y atormentada.

Pero el poeta no se engaña porque observa que también hay fealdad en la excesiva belleza, como sugerirá en «La perfección maculada».

Otros poemas apelan al silencio, a la imagen que pueda lucir en sus fosfenos durante el conticinio, el silencio nocturno, la hora violeta, esa que yo experimenté una vez en la selva ecuatorial, cuando cesan de súbito los ruidos de la noche y durante apenas milésimas, pero eternas en la intensidad de la contemplación, aún no han explotado los fragores de la mañana.

Aquí, otro poema, «El peso»:

Transfixión
del mnemonista:
soportar que el peso inútil
del mundo y de la historia
lo atraviese
ebrio de enormidad
y negación del tiempo.

Se llama transfixión al dolor de la Virgen ante la muerte de su hijo, como una lanza que atravesara su corazón de parte a parte. Ese sería el dolor de este memorioso Funes acarreando en su mente el peso todo de este mundo, este Kim Peek ebrio de enormidad, condenado hombre de la lluvia a soportar el aguacero infernal de la maldad humana.

Termino: el poeta propone conjeturar al otro pero evitando la empatía, para huir del velo de Maya y no tener que sufrir bajo la noche helada. El poeta, que trabaja diariamente con los sueños de la razón y su producción de disclinaciones, arguye que: «al final, solo se sabe que/ venimos de penumbras/ y que algo en nosotros/ anuncia crueldad» («Por un segundo»).

Este es el terrible corolario de un libro acerado, lúcido, pesimista, o realista informado, bello e inteligente. Un festín para el pensamiento y para la sensibilidad.

No querría dejar este regusto de agror en mis palabras y para enjugarlo voy a recitar uno de los poemas más hermosos y optimistas del libro, «Flamencos», y lo voy a poner humildemente a dialogar con uno mío de idéntico tema, «Lago Nakuru», de mi libro Geofanías, sabiendo que ambos se han publicado casi al mismo tiempo:

¡Qué asombro
el ballet de los flamencos,
cuya extensión rosada
tiñe el mar!
Como solo lo hace
el amanecer,
el comienzo resucitado
del mundo
que abre un camino
sobre las aguas
desde la curva planicie
del horizonte.
¡Qué asombro el de estas
aves extravagantes
recién venidas del rosicler!

 

Ahora, «Lago Nakuru»:

Solemnemente me embargaste:
al filo de los tiempos
en trance de creación,
un halo malvarrosa,
hermosa pluma de flamenco,
se resbaló de los dedos de Dios,
de entre sus manos alfareras
y dio a parar en estas aguas.

 

 

 

 

***

Ángel García Galiano es profesor contratado en la categoría de doctor del Departamento de Lengua y Teoría de la Literatura en la Universidad Complutense de Madrid (España).

 

«Disclinaciones», de Luis Miguel Iruela Cuadrado (Colección Cuadrá-Tú de Hebel Ediciones, 2022)

 

 

 

Ángel García Galiano

 

 

Imagen destacada: Luis Miguel Iruela Cuadrado.

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