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[Ensayo] «La vida simplemente»: El viaje parte en un prostíbulo y termina en una biblioteca

Es motivo de alegría volver a ver la obra de Óscar Castro en esta hermosa edición, ya que leer su novela hoy, puede permitirnos comprender el trayecto histórico por el que gravitó el autor rancagüino, al documentar la realidad social de su entorno, y quien en su corta vida publicó tanto narrativa como poesía.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 8.1.2024

La vida simplemente es la reciente publicación a cargo de Ediciones Alberto Hurtado para su colección de ficción.

Así, la reedición del clásico de Óscar Castro (1910 – 1947) incluye un prólogo de Cristián Donoso y resulta en un fascinante ejercicio crítico de reflexión, a la luz de los recientes debates sobre la cancelación de clásicos en la literatura universal, como viene ocurriendo hace años ya con textos de autores tan diversos como Flannery O’Connor, Isabel Allende, Mark Twain, Stephen King o Margaret Atwood.

La vida simplemente es una novela dividida en dos partes. Primero tenemos la jerarquía en el prostíbulo que es rápidamente delineada, desde «Jacintito», clásico ‘maricón del piano’, hasta «el loro» (encargado de avisar cuando hay peligro de fiscalización), representado por el Sacristán, Menegildo.

En la primera parte («La casa del farol azul») la voz narrativa, que corresponde a Roberto Lagos, se encarga de situar su lugar social, evadiendo datos clave, como la constitución de su propia familia. Solo revela que vive con su madre y tres hermanas, y destaca: «Me parecían cosas naturales el robar y trabar pendencia».

También, en el barrio está el conventillo, donde viven Rita, la lavandera, junto a Perico («un negrito de año y medio») y Berta, amor de infancia de Roberto, quien comparte su edad: diez años. Aunque en un inicio manifiesta cariño por Berta, a poco andar, dice no vacilar un segundo en traicionarla y, junto a sus amigos, se burla de su carta de amor, escrita pobremente.

La primera parte está plagada de aventuras, muchas en el plano de la violencia y la crueldad, y dan cuenta de lo sórdido del ambiente en torno al burdel. Roberto, quien: «recorría libremente los arrabales atando tarros al rabo de los perros, matando lagartijas con una varilla».

Roberto es un matón, agrede a un diarero con un piedrazo que le parte la cabeza, el dinero que consigue lo gasta en regalos para Rosa Hortensia (prostituta que reclama: «Una no debía haber nacido nunca» o «¡Vida de mierda!») y en chicha, que comparte con sus amigos, a pesar de que: «no había qué comer en casa y mis hermanas debían pasárselo con una mazmorra de harina cruda con azúcar para engañar al estómago. Pero ¡qué me importaba a mí tales cosas! Mi plata era mía…».

Progresivamente, dada su inteligencia y precocidad, Roberto avanza en su trayecto de aprendizaje, quemando etapas que, luego, evalúa críticamente, gracias a la educación de la que puede gozar: «La lectura de la historia sagrada se convirtió para mí en una obsesión que me apartaba poco a poco de la calle».

 

Un gesto estético de resistencia

Roberto deja atrás este mundo, crucialmente después del rechazo que sufre por mano de Rosa Hortensia, la prostituta que considera más atractiva. Él reflexiona: «después de mi rompimiento con Rosa Hortensia, las puertas del lenocinio fueron para mí cosa prohibida».

Aquí comienza la segunda parte («La vida tiene otros caminos»), que se inicia cuando se topa con la biblioteca, al estilo de «Dios existe, yo me lo encontré». Así, el viaje comienza en el prostíbulo y decanta en la biblioteca. Toda la pachorra con la que el infante domina las claves del burdel resulta inexistente al momento de enfrentar la biblioteca.

Entonces emerge su timidez, un sobrecogedor pudor, que refleja la idealización de este universo, que adopta las características de un templo: «El hombre hermético levantó la mirada», leemos. Este demiurgo lo hipnotiza y, rápidamente, Roberto ha sido bautizado en la conversación. El hombre le pregunta quién ha escrito los libros que Roberto ha leído y este responde: «La historia sagrada la escribió Dios».

Así, esta segunda parte, ya narrando con un tono de madurez, la tiene reservada Roberto para revelar secretos. Solo entonces nos enteramos de la presencia de un hermano hombre, Mauricio, y de un padre, un conflictivo arquetipo: «Quién sabe cuántos sueños, cuántas esperanzas e ilusiones pondría allí aquel ser que me es tan cercano y distante al mismo tiempo».

El padre es agresivo con la madre, ausente en cuanto a la familia, y, según la madre, tiene una teja corrida. Es muy relevante que la primera parte esté reservada principalmente para las mujeres, con el centro neurálgico del prostíbulo como símbolo, y que en la segunda parte aparezcan, con auras mitificadoras, hombres antes ocultos: el hermano, el padre y, principalmente, el escritor que Roberto encuentra en la biblioteca, que adopta el tono de un profeta salvador.

Con todo, esta reedición puede verse como un gesto de resistencia ante la tendencia que vemos hoy por cancelar, editar, censurar, edulcorar ficciones concebidas bajo un contexto histórico que resulta condenable a la hora de practicar contrastes con los sensibles anteojos de una actualidad donde se cruzan agendas religiosas, políticas, ideológicas, apoyadas por un mercado que se esfuerza por satisfacer los gustos de todos los consumidores.

La novela de Castro sí que contiene alarmantes signos, tentadores anzuelos: Roberto siente rabia por la cobardía de el Lalo, quien «grita como un marica»; en otro momento, comenta, con tono de elogio: «Yo ignoro qué arte milagroso poseen ciertas madres para alimentar a sus hijos con casi nada… El dinero adquiere en manos de estas mujeres un poder sobrenatural que la mayoría de los seres bien alimentados desconocen». Esta idealización condescendiente habla por sí misma, al igual que llamar «negrito» a una persona de raza negra.

Así y todo, es motivo de alegría volver a ver la obra de Castro en esta hermosa edición. Leer su novela hoy puede permitirnos comprender el trayecto histórico por el que gravitó el autor rancagüino, documentando la realidad social de su entorno, quien en su corta vida publicó tanto narrativa como poesía.

La censura que amenaza con silenciar cierta evolución estética, histórica, un imaginario completo, jamás consideraría el color y el sabor lingüístico que tiñen La vida simplemente y que resulta entrañable, notable incluso cuando leemos descripciones o epítetos que ya nadie duda en condenar, pues, como apunta Cristián Donoso en el prólogo a la edición: «esta novela invita a pensar qué ha cambiado y qué se mantiene en el ordenamiento social que nos ofrece».

 

 

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio y Succión, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«La vida simplemente», de Óscar Castro (UAH, 2023)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Óscar Castro.

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