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[Ensayo] «Melancolía»: Ficción a partir de una intimidad trizada

La narrativa de Jon Fosse va sobre la acción interior, aunque la exterior la sustenta, es lo que pasa dentro lo que más le importa tratar de replicar. Esa dimensión silenciosa que cada uno de nosotros lleva oculta, donde se debaten la luz y la oscuridad, tal como en los cuadros del pintor noruego Lars Hertervig.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 11.3.2024

Cielos borrascosos, archipiélagos de nubes con texturas grises y blancas, agujeros de cielo azul, las piedras, el mar revuelto, las islas y los fiordos, pero, sobre todo, la luz, la luz que se abre paso entre la oscuridad, a la distancia, en algún lugar de los cuadros siempre hay luz, una luz que habla un idioma propio y misterioso. El idioma de la melancolía.

Esa es la sensación que provocan los cuadros paisajísticos del pintor noruego Lars Hertervig (1830 – 1902), un maestro de la pintura que, como Van Gogh, estuvo oscilando entre la soledad y la locura, entre la belleza y el desamparo de esa enfermedad antigua y silenciosa que es el humor melancólico.

Así, este pintor es el protagonista de una de las grandes novelas del escritor noruego Jon Fosse (1959), reciente premio Nobel de Literatura, que también parece tocado por la fascinación de la luz y el azul, por la soledad de los fiordos y esa vastedad de los paisajes que nos hace sentir distantes de todos, pero también tan dentro, tan cerca de la intimidad escurridiza de los otros.

Esa novela lleva por título Melancolía, y está editada por Random House.

 

El discurso mudo de una mente

Los iniciados en la prosa de Fosse sabrán que entrar en sus libros es como ingresar en una cámara de resonancia y luminosidad, en una suerte de mantra que nos arrulla y hace entrar en trance.

Y uno de esos mantras aquí es el que enuncia Hertervig mientras se debate entre un bar de Dusseldorf donde lo mofan otros pintores noruegos y la casa donde vive su amada Helene, en la cual vivía como inquilino hasta que lo echaron por su manera indecorosa de relacionarse con la muchacha de quince años.

Vagabundeando entre uno y otro lugar, entre las borrascas de su mente y las alucinaciones repentinas, se repite:  «todos tienen que estar en algún lugar».

Aunque parezca imposible casi la mitad de la novela transcurre en ese vaivén de espacios. Lo que ocurre afuera importa menos que lo que ocurre en el discurso mudo que es la mente de Hertervig, un joven pintor prodigioso pero inestable que ha llegado a Dusseldorf para estudiar con otros artistas visuales, pero que no halla pie en esta realidad. Vive entre las nubes que pinta, la luz y el azul, y el amor desbocado e irracional que siente por Helene.

Eso hasta que no da más, hasta que no encuentra lugar para pasar la noche y se lo llevan a un sanatorio mental. Lo que hace Fosse es reconstruir la historia exterior de Hertervig, pero a la vez penetrar en las mareas de su mente, creando ficción a partir de una intimidad trizada, atravesada por la melancolía de los nacidos bajo el signo de Saturno.

De esta forma, es la oscuridad y lo desconocido el ámbito en que se hunde Hertervig, condenado a solo mirar las gaviotas por la ventana del sanatorio con la prohibición de no poder practicar su arte. Desde allí el autor noruego juega con dos saltos al tiempo y en las perspectivas.

 

Un impulso interior irrefrenable

En el primero nos presenta el descubrimiento interior de un escritor noruego de los 90, un trasunto de sí mismo, que experimenta un despertar espiritual potente al presenciar los cuadros de Hertervig y va a dialogar con una pastora de la Iglesia Católica noruega sin saber si quiere volver a formar parte de ella o simplemente compartir sus sensaciones, su silencioso misticismo.

Finalmente volvemos a las raíces de la vida del pintor. En esta ocasión la protagonista de la narrativa es su hermana, Oline, quien ve como el niño y joven Hertervig vagabundea por la isla, perdiéndose entre las laderas y bosques, desapareciendo sin previo aviso y dejando las labores para ayudar a su padre por un impulso interior irrefrenable.

Eso y la lluvia y sus pinturas con carbón sobre pequeñas tablas de madera que escondía en una cueva. La soledad y la angustiante sensibilidad del hermano visto desde la perspectiva compasiva de su hermana.

Son las tres caras desde las cuales Fosse trabaja con la figura de este enigmático pintor, penetrando en las mareas interiores de los respectivos personajes, en los flujos y reflujos de conciencias que se debaten entre la fe y el desamparo, entre la comprensión luminosa y el desconcierto.

La narrativa del narrador escandinavo va sobre la acción interior, aunque la exterior la sustenta, es lo que pasa dentro lo que más le importa tratar de replicar. Esa dimensión silenciosa que cada uno de nosotros lleva dentro, donde se debaten la luz y la oscuridad, tal como en los cuadros de Hertervig.

Es sobre esas nubes y ese mar cambiante e impredecible que Fosse pinta su lienzo con una música que nos abre las puertas al misterio y nos guía con un trance bellísimo y desolador.

 

 

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Melancolía», de Jon Fosse (Random House, 2023)

 

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: Jon Fosse.

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