Icono del sitio Cine y Literatura

[Ensayo] «Mi tío de América»: La situación psicológica de un torturado

Al encenderse las luces de la sala de proyección, y después de visionar este largometraje de Alain Resnais, se tiene la impresión de haber asistido a una clase en la universidad sobre psicología, ilustrada con las trayectorias vitales de unos cuantos personajes de ficción, que no sospechan que sus comportamientos, sus terrores, sus tristezas y sus alarmas están siendo empujados por el poder curativo de la naturaleza.

Por Luis Miguel Iruela

Publicado el 10.9.2025

Es esta una curiosa película que mezcla ficción y didactismo en una combinación inesperada que incluso podría llamarse original.

Rodada en 1980 por Alain Resnais (1922 – 2014), quizá la figura más intelectual de los realizadores de la Nouvelle Vague, un ramillete de directores franceses de cine significados por un espíritu innovador en cuanto a guiones, imágenes y concepción del ritmo narrativo que puso fin a la edad de oro de los largometrajes de Hollywood.

En el caso que nos concierne, destaca, entre otras, la versión fílmica que hizo Resnais de Hiroshima, mon amor (1960), sobre la novela homónima de Marguerite Duras, perteneciente en cierto sentido a la tendencia literaria renovadora Nouveau Roman.

Una historia que funde el sufrimiento de las mujeres francesas durante la ocupación alemana con el apocalipsis padecido por los habitantes de la ciudad japonesa a causa de la bomba atómica. Todo ello a través de los amores desesperados (los amores románticos siempre lo son) de una mujer gala y un hombre del sol naciente.

Con todo, es muy posible que su mayor fama la obtuviera con El año pasado en Marienbad (1961), una obra que se apoya en la novela La invención de Morel (1940) escrita por Adolfo Bioy Casares, y de cuyo guion se encargó Alain Robbe-Grillet, uno de los pontífices de la referida Nouveau Roman.

Pues bien, la película es una auténtica macla de realidad y onirismo, imaginación y recuerdos de modo que el relato se bifurca, se fragmenta, se interrumpe y se contradice al punto de que tiene que ser el espectador quien construya su propia historia según las inclinaciones, psicología y preferencias personales. Un experimento narrativo que abrió muchas sugerencias al cinematógrafo (también a la literatura) de la llamada década prodigiosa de los años 60.

 

Ansiedad y angustia

Volviendo a la película que convoca este comentario, se trata de las crónicas de tres pequeños seres humanos con vidas casi vulgares. Relatos que se interrumpen, de vez en cuando, con un inserto explicativo de sus conductas desde el punto de vista de la psicología evolutiva a cargo de Henri Laborit (1914 – 1955), personaje que merece una demorada presentación.

El profesor Laborit fue un cirujano de la marina francesa que descubrió en 1952 la aplicación del primer neuroléptico (palabra que significa «lo que abraza a la neurona»), la clorpromacina, junto con Pierre Deniker y Jean Delay, al tratamiento de la esquizofrenia con unos resultados espectaculares. Suceso que supone el comienzo de la utilización de la psicofarmacología en el tratamiento de la patología mental.

Al punto que dicho acontecimiento está recogido en los libros de historia de la medicina como la «cuarta revolución psiquiátrica». Lo que da una idea de la importancia terapéutica de carácter positivista y científico en el cuidado y asistencia de esta grave afección psíquica.

Laborit emprendió después una larga carrera como divulgador y conferenciante de éxito dedicado a temas centrados en la neurobiología y sus repercusiones sociales. Como otras médicos e investigadores franceses de la época igual que Jacques Monod o François Jacob se dedicó al ensayo de base biológica con aplicación a la vida cotidiana.

En sus intervenciones en pantalla distingue entre dos conceptos fundamentales: ansiedad y angustia. Diferenciación importante en la psicopatología europea tradicional que puede decirse ha sido borrada por la pujante psiquiatría anglosajona actual, anulando la noción de angustia de fuerte raigambre fenomenológica y existencial. Con un empobrecimiento de la riqueza descriptiva e interpretativa de los contenidos patológicos de conciencia.

La ansiedad es un signo de alarma. Ocurre cuando un organismo superior (humano o animal) se ve ante un peligro externo o interno. Sirve para que la víctima potencial se active y opte por luchar contra la amenaza o huir para salvarse. La misma agresividad es, en ocasiones, expresión de esta lucha por superar un riesgo al acecho.

En nuestro mundo social muchas veces la intimidación es más sutil, pero mucho más efectiva, que en el medio natural. Explicación que se ha invocado con frecuencia en la etiología de las enfermedades psicosomáticas.

Cuando escapar no es posible, el organismo queda inhibido, paralizado con la sensación de no poder controlar una situación, con un sentimiento de miedo imposible de superar. Este es el concepto de angustia, vocablo derivado del alemán Angst (miedo) que resulta nuclear en la depresión. Se identifica en un tono menor con la emoción de la congoja y en uno mayor con la de melancolía.

Seligman describió un fenómeno experimental al que llamaba «indefensión aprendida» en perros de laboratorio. El pobre animal recibía una serie de descargas eléctricas al tiempo que se le impedía huir. Al principio ladraba, mordía, desafiaba, pero al final se resignaba a su triste destino y quedaba en plena quietud. Esta imagen se considera un modelo animal de la angustia e informa con bastante exactitud de la situación psicológica de un torturado.

Al encenderse las luces de la sala de proyección, se tiene la impresión de haber asistido a una clase en la universidad sobre psicología, ilustrada con las trayectorias vitales de unos cuantos personajes de ficción, que no sospechan que sus comportamientos, sus terrores, sus tristezas y sus alarmas están siendo empujados por la vis naturae.

¿Nos atreveremos, entonces, a plantearnos de nuevo el concepto añejo y siempre actual de «libre albedrío»? O por expresarlo de una forma más sencilla, parafraseando a Einstein cuando hablaba del tiempo: la libertad, ¿tan solo una ilusión?

Espero que a nadie se le ocurra consultarlo con un político dictador.

 

 

 

 

***

Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.

Dentro de sus obras literarias se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.

En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Luis Miguel Iruela

 

 

Imagen destacada: Mi tío de América (1980).

Salir de la versión móvil