Para el cineasta italiano, la realidad se adivina al modo de un orden subjetivo, como una representación de lo percibido por los sentidos, o en la forma de un mito del mundo, ¿pero qué diría el maestro de Ferrara de haber conocido a fondo el fabuloso desarrollo del metaverso, de la imagenería virtual y de la posterior inteligencia artificial?
Por Luis Miguel Iruela
Publicado el 4.6.2025
Michelangelo Antonioni (1912 – 2007) fue un director de cine italiano que gozó de un gran prestigio intelectual desde mediados de los años 50 del pasado siglo hasta prácticamente el final del mismo.
Comenzó su carrera en el neorrealismo crítico de la burguesía con títulos como Las amigas (1955), El grito (1957) y La aventura (1960) para continuar con un existencialismo general que planteaba problemas de mayor alcance filosófico, tales como la incomunicación y la angustia vital en La noche (1961).
Esta tendencia meditativa fue progresando, y en una de sus obras maestras, El eclipse (1962), presentó la cuestión de la realidad de nuestras vidas al inquirir (un poco al estilo de Heisenberg) si las cosas y el mundo existen y existirán en nuestra ausencia. Una pregunta radical que merecería la sonrisa del mismísimo Heidegger.
Otra conexión de interés con el pensador alemán se vio en su filme El desierto rojo (1964) donde se hacía un examen de la deshumanización de la tecnología y sus desperdicios industriales sobrantes en el Norte de Italia, expresión de una sociedad volcada en conseguir beneficio y provecho. Era un toque de atención sobre la degradación de la naturaleza que anunciaba ya el futuro ecologismo.
Esta actitud última se acentuó con la puesta en solfa del autocomplaciente bienestar norteamericano y la respuesta de los movimientos contraculturales de la época en Zabriskie Point (1970), un alegato por la libertad y la vida auténtica.
Pero volviendo a la cuestión de la realidad percibida, se presentó, y ganó la Palma de Oro, en el Festival de Cannes de 1967 con una significativa realización a la que dio por título Blow-Up (1966).
Es este último filme una locución inglesa de diversa interpretación. Por un lado, se refiere a la explosión de una burbuja, a algo que desaparece de repente en el aire. Y por el otro, en términos fotográficos, denomina a la gran ampliación de una instantánea.
«Blow-Up»: ¿Qué es lo real?
Estamos todos convencidos de saber qué es lo real y qué no lo es. Los psiquiatras de formación fenomenológica Blankenburg y Binswanger definían la esquizofrenia, el ejemplo por excelencia de la psicosis, como: «la pérdida de las evidencias cotidianas».
Pero esta convicción (también podría llamársela fe) la tenemos asimismo cuando soñamos o cuando alucinamos o cuando vemos un espejismo en el desierto. La percepción aporta convencimiento, pero puede no ser fiable. Baste considerar los trucos de los espectáculos de magos y mentalistas.
Necesitamos pruebas que constaten la realidad. ¿Proporciona la fotografía dichas pruebas? ¿Son notariales y honradas sus imágenes? Esta es la gran pregunta de Blow-up.
La acción se desarrolla en el London swinging de los años 60, la década prodigiosa: color, vida despreocupada con un estilo libre y abierto, psicodelia, consumo de drogas y música pop. De hecho, la banda sonora está compuesta por piezas de Herbie Hancock y The Yardbirds. Hay en la película toda una crónica de este ambiente social y cultural.
El personaje es un fotógrafo (inspirado en David Bailey, estrella a la sazón de la revista Vogue) famoso, petulante, altivo y pagado de sí mismo al que solo importa el éxito, la moda y el dinero, que interpreta la vida como un juego en el que él es un protagonista desconsiderado.
Una mañana de verano, mientras saca instantáneas un poco al azar en un parque londinense, captura la imagen de una pareja discutiendo, que se molesta por fotografiarlos sin su permiso y le exigen los negativos. Al revelar y posteriormente ampliar el carrete, descubre el cadáver del hombre bajo la fronda.
Surge así un hecho que él no ha visto pero que, en cambio, ha registrado la cámara. Hecho ante el que no sabe reaccionar. Se queda perplejo y trata de comprobar si ha sido testigo de un crimen.
Tras infructuosos y desordenados esfuerzos, el cuerpo desaparece y entonces opta por dejarse llevar por el mundo de la ilusión al acabar jugando un partido imaginario de tenis con unos mimos en el parque al final de la película y abandonando el propósito de verificar el asesinato. Son el mismo grupo de mimos que abren y cierran el filme, dejando en el aire la pregunta: ¿Ha sido todo una pantomima?, ¿un juego?, ¿una imitación?
La realidad se adivina como un orden subjetivo, como una representación de lo percibido por los sentidos, como un mito del mundo. Ahora bien, nos consta que la cámara ha recogido algo (atroz en este caso) que la visión humana no ha podido aprehender. ¿Existe, por tanto, una objetividad más allá de nuestra experiencia?
Antonioni sugiere que, de alguna forma, el personaje ha aflojado su tensión de búsqueda y ha bajado los brazos. Si está presente una presencia profunda del ser, al fotógrafo le ha fallado la voluntad de encontrar la verdad.
¿Está al alcance de los humanos conocerla? Para los filósofos idealistas, no. El común de los mortales nos conformamos con el realismo ingenuo, aquel que nos dice que lo que percibimos es la pura realidad.
Dignas son de recordarse las discusiones entre el idealismo del obispo Berkeley (la existencia toda es solo una percepción de Dios) y el doctor Johnson, tratando de convencerle del realismo, propinando puntapiés a las piedras.
Sin embargo, ¿qué diría Antonioni de haber conocido a fondo el fabuloso desarrollo del metaverso, la realidad virtual y la inteligencia artificial?
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Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.
Dentro de sus obras literarias se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.
En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Luis Miguel Iruela
Imagen destacada: Michelangelo Antonioni y Monica Vitti en el set de El eclipse (1962) (fotografía de Robert Frank).