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[Ensayo] «Poesía reunida», de Vicente Huidobro: Un umbral de la imaginación

Este volumen a cargo de Vicente Undurraga —a pesar de su incompletitud— es un esfuerzo por mostrarnos al pequeño dios que inventó mundos, pero actualizado a los usos lingüísticos de hoy, con el fin de devolverlo a las góndolas y a los escaparates de las librerías urbanas y virtuales.

Por Nicolás López-Pérez

Publicado el 2.11.2021

Cada vez se hace menos infrecuente la publicación de libros cuyo título incluya “reunida”, “completa” como adjetivo y “obras”, “cuentos”, “poesía” como el sustantivo que articula. Asimismo, en autores significativos al canon académico o al criterio de un curador o editorial, es posible observar el fenómeno de concentrar gran parte de la producción literaria en un solo libro o bien, distribuido en tomos.

Vicente Huidobro (Santiago de Chile, 1893 – Cartagena, 1948) es, a estas alturas, impresentable. Quiero decir, que no hace falta presentación o prolegómeno de su persona y obra, al menos en las letras chilenas e hispanófonas. No es primera vez que se pretende una laboriosa empresa de recuperación, como la emprendida por Vicente Undurraga y la publicación de Poesía reunida (Lumen, 2021).

Más allá de la encomiable tarea de agrupar poetas chilenos en el sobrio formato cafecito, con la letra L de códice estilo crónicas de Avalon, en una colección que ya tiene a su haber a otras “grandes” estrellas del cielo lírico nacional (Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Gabriela Mistral, sin arriesgar mi propio criterio estético), se presentan dos fenómenos inquietantes.

Por una parte, el altavoz que constituye editar un libro de poesía en un sello transnacional, de capitales colosales y tirajes abultados —pero sujetos al mercado— y con una capacidad de lobby para abrirse paso en el campo cultural (y más allá). Por otra, de mano con lo anterior, lo fútil que resultaría proponer otro modo de lectura, teniendo en consideración el monopolio natural generado tras esta edición. Lo último refracta con el hecho de que, en teoría, la obra de Huidobro se haría (más) accesible al público.

Es probable que esta Poesía reunida sea el primer intento desde el paso del escritor al dominio público —al menos en Chile y gran parte del orbe— tras cumplirse el plazo necesario para la prescripción de la mayoría de las acciones que emanan del derecho de autor. Esto es, 70 años de la muerte del poeta, lo que ocurrió en 2018.

La aparición de este volumen, en cierta medida, viene a llenar la tenue disponibilidad de otros trabajos de reunión de obra, como el de Zig-Zag (1964), el de editorial Andrés Bello en dos tomos (1976), el que fuera liderado por el crítico Cedomil Goic (Madrid: Colección Archivos ALLCA XX, 2003), el de Ocho Libros con su colección de nueve libros que rearman el pensamiento literario de Huidobro y el discontinuo esfuerzo de la Fundación Vicente Huidobro mediante sus publicaciones en la década pasada.

De todas maneras, vale indicar que, al ser un autor de dominio público, no resulta obligatorio enterar pagos a quienes detentaron los derechos sobre la obra. Quizás la ganancia proveniente de esta edición sea un síntoma de la neoliberalización de la cultura en Chile, donde un privado demuestra una gestión más eficiente de los recursos que el mismísimo Estado.

Sin perjuicio de ello, cabe señalar que gran parte de la obra del poeta se encuentra digitalizada y disponible en Memoria Chilena para lectura y descarga gratuita.

 

La estética del sugerimiento

Con todo, la ocasión de este libro no es una revisión del estado del arte en cuanto poesía u obra reunida de Huidobro. Sin embargo, al llevar el título de marras, y encontrarse con una excusa y un contenido que difiere de una estricta reunión de los trabajos del poeta, es preciso ahondar en ese aspecto.

Si bien es una compilación que presenta los “ocho libros esenciales” que muestra “cómo poéticamente hablando, un hombre se levanta y marcha hacia sus límites”, reduce la expresión poética de Huidobro a sus puntos más notables.

Tal vez, la obra de Huidobro, después de todo, es de una circularidad en que los versos “tempranos” de Ecos del alma (1911) se encuentran con lo que llevó la etiqueta de Últimos poemas (1948).

Mi idea no es constar eso, sino pensar desde el proyecto estético que el escritor desliza en el liberado de Memoria Chilena —y, hasta donde tengo entendido, jamás reeditado en solitario— Pasando y pasando (1914). Cabe hacer presente que este libro es un híbrido de crónicas, ensayos y artículos, no calificando —en rigor— para una poesía reunida.

En más o menos veinte años, desde Pasando y pasando, Huidobro consolida el destino de las formas poéticas con las que hace florecer el lenguaje. En el ensayo “El arte del sugerimiento” ya se aprecia ese vuelco en el cincelado de la palabra:

“El arte del sugerimiento, como la palabra lo dice, consiste en sugerir. No plasmar las ideas brutalmente, gordamente, sino esbozarlas y dejar el placer de la reconstrucción al intelecto del lector. Esa es la belleza que debemos adorar. La estética del sugerimiento”.

El poeta se ocupa de proponer en la página una contorsión del lenguaje que, en la mente del lector, transita a convertirse en imagen. Son los tropos los que funcionan como el faro que alumbra el destino del vuelo de las palabras.

Por otra parte, en “Yo”, del mismo volumen, hay una declaración de principios, donde destaca el siguiente apartado: “Para mí no hay escuelas, sino poetas. Los grandes poetas quedan fuera de toda escuela y dentro de toda época. Las escuelas pasan y mueren. Los grandes poetas no mueren nunca”.

Huidobro adopta una actitud crítica frente a la pulsión de adjudicar pertenencia a uno u otro espacio, enfocándose en la fuerza del poeta, cuya irrupción en la época que sea, opera como una disrupción.

Si de grandes poetas se trata, estamos próximos a celebrar —como señala Héctor Hernández Montecinos— el primer siglo de oro de la poesía latinoamericana en 2022, con el centenario de obras como Trilce (César Vallejo), Desolación (Gabriela Mistral), Los gemidos (Pablo de Rokha), 20 poemas para ser leídos en el tranvía (Oliverio Girondo), Paulicéia Desvairada (Mário de Andrade), el manifiesto estridentista en México, entre otros. Obras y poetas que van a seguir en toda época de la lengua española.

Huidobro en los ensayos citados va hacia los rudimentos de lo que plasmará con la publicación de El espejo de agua (1916) en su arte poética y las entonces revolucionarias ideas, del verso como una llave que abre mil puertas, del hacer florecer la rosa en el poema y del poeta como un pequeño Dios.

De aquí que pensar al poeta como un agente que toma los elementos del mundo para transformarlos en la escritura significa empoderar a la palabra y a quien la empuña, todo en un tiempo de barbarie mecanizada, del contexto mayor de la Primera Guerra Mundial.

El espejo del agua es la obra que abre Poesía reunida y en ella el horizonte del trabajo poético se expande hacia las capacidades creativas de cada cual y a la explosión de la imaginación para ir creando mundos posibles dentro del poema. En efecto, en época de movimientos y escuelas de renovación expresiva, Huidobro llama al suyo «creacionismo».

En el manifiesto relativo a esto, dice el poeta: “el creacionismo es una teoría estética general que empecé a elaborar hacia 1912, y cuyos tanteos y primeros pasos los hallaréis en mis libros y artículos escritos mucho antes de mi primer viaje a París (en 1917)”.

 

La «obra temprana» de Huidobro

En sus primeros libros, Ecos del alma, La gruta del silencio (1913), Canciones en la noche (1913), si bien la impronta creacionista no se aprecia en su esplendor, vale notar su desarrollo embrionario en la modelación y modulación de las formas poéticas.

Se ve a Huidobro componiendo versos con otro sistema de pensamiento, el de la métrica tradicional, predominante en la lengua española hasta el siglo XX. No cabe duda que el tránsito del poeta a otras formas poéticas, más en sintonía con las vanguardias europeas, implicó un desapego de estos versos “tempranos”.

Ahora bien, en Huidobro se aprecia una vocación por la exploración de las formas poéticas previo inclusive a El espejo de agua, lo que puede observarse en Las pagodas ocultas (1914) y Adán (1916).

El primero, un volumen de prosas poéticas que ya va trabajando el tejido de imágenes que son un viaje mismo por el texto. Además, el poeta busca emular el fin comunicativo de otras formas escriturales como los salmos y las parábolas. El segundo, sigue un relato, ensayando una reescritura de la figura bíblica de Adán, pudiendo ser inclusive un germen de lo que hará el poeta con Altazor.

En La gruta del silencio se presenta un diálogo con el modernismo y con los poetas franceses que trastornaron el sistema métrico en su propia tradición. Puede decirse que hay una mimesis de otros autores como Julio Herrera y Reissig o Rubén Darío, sin embargo, desde la visión panorámica del trabajo huidobriano, se presenta como poesía de aprendizaje y como una prueba de conocimiento de la lengua para reinventarla.

El libro Canciones en la noche, por su parte, apuesta por una incisión de la página mediante un artefacto visual, que en Francia se publicita con el nombre “caligrama” (atribuido al poeta Guillaume Apollinaire) y que continúa la práctica de las esculturas de palabras, proveniente desde la Antigua Grecia, los technopaegnia. No se queda en el “Yo quiero ser tu Bécquer” al que alude Undurraga. Son conocidos los textos “Triángulo armónico” y “La capilla armónica” y, de igual manera, constituyen un antecedente a las poéticas visuales que Huidobro edita en Francia.

Adán se distancia en algo de los textos precedentes, y destaca algunas herramientas de técnica poética, para enfatizar su desprendimiento tempestivo respecto a la tradición. Dice Huidobro: “La idea es la que debe crear el ritmo y no el ritmo a la idea como en casi todos los poetas antiguos”.

En El espejo de agua precisamente se cristaliza esa independencia de la descripción de los elementos de la naturaleza, dotando de una cualidad autárquica a las palabras que orbitan en el poema. El paralelo con el poeta antiguo dice relación con la liberación del verso. En materia: “El poeta antiguo atendía al ritmo de cada verso en particular, el versolibrista atiende a la armonía total de la estrofa. Es una orquestación más amplia, sin compás machacante de organillo”.

Lo anterior no quiere referirse a un descrédito de la tradición —como prima hoy a los cultores de la métrica— sino un llamado a asimilar los materiales que proveen las transformaciones industriales (o posmodernas, si se quiere) de la vida y encausarlos en una sensibilidad refractaria de los cambios.

Este ensayo podría verse como una reivindicación de la “obra temprana” de Huidobro. En efecto, es parte de lo que no nos da esta Poesía reunida que profita de la máxima expresión de la originalidad y revolución que el poeta logra al desbordar el lenguaje y su puesta en escena en la página y en el libro.

Es más, la selección coloca a Poemas árticos (1918), pero deja atrás a las obras publicadas en francés que conversan con este libro, sea el caso de Horizon carré (1917, Horizonte cuadrado) el punto que mejor conecta en este desarrollo de la poética huidobriana.

Existe una edición —de la cual aún se consiguen ejemplares— realizada por Editorial Universitaria, con traducción de Waldo Rojas, que junta las publicaciones hechas en Francia.

 

Una tormenta de afectos

Ahora bien, es probable que el iter formativo de Huidobro sea poco atractivo y, además, no lo suficientemente lucrativo para ser incluido. Igualmente puede ser factible que este libro fomente un criterio de lectura que ofrezca continuidad.

A continuación, se esculpe un lector modelo y homogéneo, sujeto a las exigencias del mercado y que pueda leer en lugares comunes y sin más. Con todo, es preferible concentrar varios libros en uno, para efectos de consulta y de transporte, buscando estrechar distancias con la digitalización que posibilita la tenencia de una obra en un solo archivo.

Así también no es que el poeta creacionista surgiera ex nihilo en esa publicación bonaerense de 1916 (El espejo del agua), con ocasión de su paso por la capital argentina (junto a Teresa Wilms Montt), sino que ese cambio se debió al ensayo de la forma y del destino de la misma, una labor que dinamiza el quehacer poético. Mostrar el tránsito entre formas, es más bien una forma de humanizar a los grandes poetas y sus prácticas escriturales.

No obstante, la selección que presenta Poesía reunida reluce este juego de ritmos y respiraciones que Huidobro proyecta con mayor fuerza en Ecuatorial (1918), un soplo de largo aliento que avanza de lado a lado, sin puntuación y solo con las mayúsculas como señales de tránsito, pausas y destaques de la voz.

Desde ahí se puede ver la proyección de la poética huidobriana, su irrupción en España, a partir de sus primeras ediciones en la Imprenta Pueyo y el camino hacia Altazor o el viaje en paracaídas (escrito en 1919 y publicado doce años más tarde en Madrid) y su continuidad —vaya acierto de inclusión— en Temblor de cielo.

Poesía reunida contempla también los dos poemarios publicados en 1941, por editorial Ercilla en Santiago de Chile, Ver y palpar (1923-1933) y El ciudadano del olvido (1924-1934).

Huidobro pone a prueba los límites de su técnica y atempera la figura del poeta, ya no es una mirada al cielo o desde él, sino que el hablante lírico mantiene los pies en tierra firme y busca reducirle al lenguaje esa temible distancia entre palabras y cosas.

El creacionismo tiene su expresión entre anáforas y versos de mayor aliento, Huidobro pasa del canto a cantar, a buscar el énfasis en las cosas nombradas tanto en la vocalización como en su metamorfosis a la luz de los tropos.

 

Una trayectoria que se multiplica de aquí a la eternidad

El final del camino llega bajo el título Últimos poemas, tal vez el canto que clausura una obra brillante, el canto sobre el que pone los estertores del sol que hizo florecer jardines y bosques en cada poema. Poemas como “El paso del retorno” que desdoblan a ese sujeto lírico entre hablante y viviente:

“Oh mis buenos amigos / ¿Me habéis reconocido? / He vivido una vida que no puede vivirse / Pero tú Poesía no me has abandonado un solo instante”.

Más allá de la ficción que traza el texto, la tentación de estrechar estas palabras con la vida de Huidobro no es menor. El retorno en varias oportunidades, las polémicas participaciones en el campo cultural chileno y los años que antecedieron a la muerte.

En los hechos: desde una proclamación para candidato a la presidencia de la República de Chile al establecimiento en el fundo en Cartagena a contemplar las olas del Pacífico, pasando por la acidez periodística en las gacetas y revistas que regentó durante los años 30.

La reflexión sobre el oficio cruza la obra huidobriana y se manifiestan tanto en los últimos poemas como en Ecos del alma. Puede leerse en reversa que la poesía es un atentado celeste hasta llegar al poeta que hace latir el pecho. Asimismo, como puntos de referencia, el cielo y el mar son ineludibles.

El tono de los poemas finales es una tormenta de afectos. De Huidobro hay cosas que no se han documentado y que, a la vez, hoy resultan imposibles.

Por ejemplo, un poema leído por su autor, ¿cómo sonaba el poeta? ¿Habrá testimonios que puedan describirla? En mis registros, esto no está disponible. Solo queda imaginar y buscar reminiscencias como en “La raíz de la voz” («Has escuchado tanto tu propia voz»), “Voz de esperanza” («Una voz cansada de llorar») o en el primer canto de Altazor.

Otra in-documentación cabe en la fecha de los últimos poemas, solo queda ubicarlos en el tramo final de la vida del poeta o en el caso de los publicados en revistas, es posible llegar a la fecha cierta de composición.

Es interesante atender a la extensión e intensidad de algunos de los versos que componen Últimos poemas. “Monumento al mar” o “Éramos los elegidos del sol” son cumbres inmarcesibles de una trayectoria que se multiplica de aquí a la eternidad.

Por otro lado, poemas como “Lejanía de murmullos” y “Una noche de campos profundos” a partir de la brevedad, oxigenan los alcances de una luminosa trayectoria en el primer siglo de oro de la poesía latinoamericana.

Vicente Huidobro es un umbral de la imaginación, uno de los grandes monumentos que sobrevivirán a la extinción de la lengua española y que cantarán a su esplendor cuando los poemas sean osamentas que brillarán en una galaxia que no terminará de ser descubierta una y otra vez.

Poesía reunida es, a pesar de su incompletitud explicada, un esfuerzo editorial por mostrarnos al pequeño dios que inventó mundos, actualizado a los usos lingüísticos de hoy y, por cierto, devolverlo a las góndolas y a los escaparates.

 

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Nicolás López–Pérez (Rancagua, 1990). Poeta, abogado & traductor. Sus últimas publicaciones son Tipos de triángulos (Argentina, 2020), De la naturaleza afectiva de la forma (Chile/Argentina, 2020) & Metaliteratura & Co. (Argentina, 2021). Coordina el laboratorio de publicaciones Astronómica. Escribe & colecciona escombros de ocasión en el blog La costura del propio códex.

 

«Poesía reunida», de Vicente Huidobro (Lumen, 2021)

 

 

Imagen destacada: Afiche promocional de la candidatura presidencial de Vicente Huidobro en 1925.

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