La ópera prima del narrador colombiano Tomás González —publicada originalmente en 1983— se despliega a través de una escritura lírica, donde destacan los tópicos estéticos del retorno al origen, el ciclo vital en el cual estamos insertos, y nuestro paso por la Tierra.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 27.8.2025
Tomás González, Primero estaba el mar (Sexto Piso, 2024) es una reedición de la novela publicada originalmente en 1983, la primera del autor colombiano.
Al leer la primera novela de Tomás González Gutiérrez (1950), me viene a la mente la lectura de La vorágine, de José Eustasio Rivera, un clásico colombiano que ya es parte del canon literario universal.
Publicada en 1924, la novela de Rivera, al igual que la de González, pone en primer plano a la indómita selva que desbarata todos los proyectos y arrolla todas las iniciativas de sus vulnerables protagonistas.
La selva es una devoradora experta que deja en claro que todas nuestras empresas son fútiles. En ella, sus protagonistas, Arturo Cova (quien, al igual que J. en Primero estaba el mar, tiene ambiciones literarias) y Alicia, ven sus ambiciones tronchadas de la manera más trágica posible.
Una elocuente cita nos sitúa instantáneamente en la desesperación que reina en la novela de Rivera, pues lo que se ha visto como una posibilidad de escape, de sanación, termina siendo una condena: «Déjame huir, oh selva, de tus enfermizas penumbras formadas con el hálito de los seres que agonizaron en el abandono de tu majestad. ¡Tú misma pareces un cementerio enorme donde te pudres y resucitas!».
Primero estaba el mar se inicia con una referencia a la cosmología Kogui; de ella surge el título: «Primero estaba el mar… El mar era la madre». Así, ya los primeros párrafos reflejan un tono que rinde homenaje al misticismo y a la humildad con la que participamos, o debemos participar, en este mundo en el cual somos pasajeros.
«Cuando llene este libro lo voy a tirar por la letrina»
Literalmente la novela comienza con dos pasajeros y sus modestos equipajes: «Eran dos maletas de cuero con la ropa de ambos, un baúl cuadrado con los libros de él y la máquina de coser de ella».
Con todo, la futilidad de nuestras empresas queda en evidencia con esta pareja cuyo bagaje urbano contrasta con la realidad agreste que enfrentan sin preparación para lo que han proyectado. Es la misma naturaleza la que los pone en su lugar, agachándoles el moño, partiendo por Elena, quien ni siquiera sabe cómo embarcar en una lancha, y siguiendo con J., quien necesita ayudantes para todo.
Ellos han huido de Medellín y el pariente al que J. confió su dinero lo estafa. En la selva comienza el proceso de degradación, borracheras interminables, peleas, afecciones físicas, como hongos en los pies de J. y manifestaciones nocivas hasta en el ganado, que parece simbólicamente maldito (una vaca da a luz un ternero muerto). El proyecto literario que ha vislumbrado J. es prontamente abortado: J. dice ponerse literario cuando está borracho, y agrega: «Cuando llene este libro lo voy a tirar por la letrina».
Un interesante ángulo es el que representan los géneros en este ambiente selvático, a partir de la pareja heterosexual, que muestra distintivas marcas en sus roles.
J, alcoholizado, ocioso y deprimido en el alma, es incapaz de llevar a cabo la escritura de su libro, y, sin embargo, proyecta un aura de ambiciosa superioridad intelectual ante Elena, a quien él evalúa con condescendencia. El tiene una colección de libros clásicos; ella tiene la máquina de coser. En un momento J. le regala un bikini y un diccionario a Elena.
La voz narrativa dice: «Cuando Elena leía le gustaba apuntar las palabras desconocidas en un papel. Después, en un ingenuo intento de ilustrarse, las buscaba en un diccionario».
J. se revela como un personaje conflictivo. En un momento, agobiado por los ladridos interminables de una perra, sencillamente decide pegarle dos tiros para matarla. A continuación da rienda suelta al adulterio, de modo inhumano, con putas y con la mujer de Juan:
«Acostarse con la mujer de Juan fue para J. como sumergirse en un delicioso pantanero, un insondable fangal de olvido y muerte. Era una persona abismalmente imbécil y carnal, una masa caliente de carne lenta y abundante. J. nunca supo, ni le importó, si Juan sabía lo que pasaba».
El pacto de precariedades que simboliza la unión de esta pareja termina por deshacerse en este ambiente rural donde impera una jerarquía primitiva.
Pareciera que en el entorno selvático y agreste del lugar al que ingenuamente han huido, el pacto es igual de fútil que las empresas en las que se han embarcado cada uno, pero, más allá de las resoluciones en los roles de cada cual, más allá de la trama que nos lleva a un final dramático, la lectura de Primero estaba el mar se consolida como una experiencia poética.
Su escritura es lírica y resalta el retorno al origen; destaca el ciclo vital en el que estamos insertos, nuestro paso por la tierra. Como en el mito inicial, se rinde homenaje al paso del tiempo y a los ancestros:
«El cementerio no tenía apariencia siniestra. Muy próximo al mar, durante las mareas fuertes el agua lo inundaba y lo llenaba de espuma. La manera alegre como la vegetación trepaba sobre las cruces y lápidas y se metía entre las grietas del cemento, la visión de los cangrejos asomándose desde los túneles cavados entre las tumbas, la visión de lagartijas centelleantes, le dieron a J. la impresión del triunfo permanente de la vida sobre la muerte».
Hacia el final de la novela se eleva esta poética con conmovedora circularidad: «No sabe dónde está ni cuando fue su muerte. Él está muerto. No oye la brisa rozar las ramas de los árboles ni al mar respirar al lado suyo; no siente a los pescadores pasar frente a su tumba, dejando la huella de sus pies descalzos en la arena y un olor a tabaco en el aire. El tiempo que había antes de nacer se ha unido al tiempo infinito que sobrevino con su muerte y ha formado un solo ser, sin arribas ni abajos, antes o después. No sabe quién posee ahora su tierra».
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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).
Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión, Corral y La casa de las arañas, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, la novela bilingüe En la isla/On the Island, y el conjunto de poemas Atisbos.
Traducciones de sus textos han aparecido en las revistas The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
«Primero estaba el mar» (Sexto Piso, 2024)
Nicolás Poblete Pardo
Imagen destacada: Tomás González.