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[Ensayo] «Proxima»: Un nuevo enfoque acerca del «problema femenino»

El filme de la realizadora francesa Alice Winocour y protagonizado por la actriz Eva Green aborda desde una perspectiva audiovisual la gran problemática existencial del género humano: la de ser náufragos arrojados a la playa de un planeta rodeado de una gran y hostil nada, en el cual buscamos la comprensión de que el acto de vivir es un largo viaje tan sólo para aprender a decir adiós.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 10.2.2021

Un tipo muy actual de trabajo como lo es el de astronauta y una relación maternal que se complica, parecen ser el tema central de Proxima, película del 2019, dirigida por Alice Winocour y con el protagónico de Eva Green y el coprotagónico de Matt Dillon.

No obstante, convengamos en que para que el de astronauta se convierta en un trabajo que trascienda socialmente y que afecte la vida familiar en todo el mundo, todavía falta bastante. El de chofer de autobús o taxi; el de viajante de comercio o el de policía, son trabajos que también afectan las relaciones familiares y hemos visto muchos filmes y series que tratan abundantemente este tema, pero analizar el asunto desde la perspectiva del trabajo de astronauta suena como a algo de un prurito excesivo.

Es, como todas las críticas y comentarios lo citan, un nuevo enfoque acerca del “problema femenino” para las culturas tradicionalmente muy masculinizadas del orbe (casi todas) y, de hecho, la relación entre la madre y su hija es central en la historia de Proxima, pero no nos parece que sea lo genuinamente central en la película…

Más que la inserción de la mujer en el mundo masculino del espacio (presente en el largo proceso de ajuste antropométrico del cuerpo femenino al traje, asiento y demás trebejos espaciales), el tema es el de las relaciones… las interpersonales y hasta las ecológicas, aunque estén más ocultas tras el eje narrativo de Sarah, la mamá, y su hija Stella (una prometedora Zélie Boulant).

Las relaciones parentales, en parejas, entre compañeros de trabajo, entre amigos, entre los “noviecitos infantiles” de Stella, así como también entre el humano y su ambiente y entre el humano y el espacio sideral forman parte de la invisible médula argumental del filme.

Estas múltiples relaciones quedan minadas por la misión “Proxima” que incorpora al astronauta americano Mike Shannon (Dillon), al astronauta ruso (el actor Aleksey Faatev) y su par francesa Sarah Loreau, tras los ojazos de la excelente y “ex chica Bond”, Eva Green.

El guión es dinámico y aunque cae en algunos terrenos no muy sólidos —ciertos lugares comunes y predecibles—, la historia transcurre con facilidad y con una coherencia lógica interna que la hace apetecible a todo lo largo de la cinta… la que cuenta con un claro y pequeño guiño a 2001, una odisea espacial (de Stanley Kubrick, 1968), cuando, en medio de una práctica bajo el agua, lo único que se oye es un agudo sonido de fondo y la respiración de Sarah en el casco, lo que define muy bien —muy bien por Kubrick— la tensión extrema de la escena.

 

Las relaciones

¿Qué caracteriza a una relación, sea ésta la que fuera? Que disloca los términos que entran en relación. Si conozco, es porque distingo: distingo al cuadro de la pared porque ambos son diferentes, así como distingo una cara de otra a partir de las diferencias que hay entre ambos rostros. Si tengo ante mí gemelos verdaderos puede suceder que no pueda saber quién es cada quién: si no hay diferencia, no hay conocimiento.

Ahora bien. En nuestro afán por cosificar, queremos que las relaciones sean también cosas como lo son el cuadro y la pared, pero la relación desnuda una propiedad del conocimiento que nos reinstala en el evento de la relación. ¿Dónde está la diferencia entre el cuadro y la pared? ¿En el cuadro? ¿En la pared? Es evidente que no tienen sentido ni la pregunta ni las respuestas.

La diferencia se da en la relación entre el cuadro y la pared. Ni siquiera está en un punto equidistante entre ambos elementos. La diferencia no es una cosa que ocupe un espacio sino algo que sucede en la relación entre ambas cosas. Y si hablamos en los términos de Bradford Keeney: “No existen las cosas sino la relación entre las cosas”.

Esta aparente paradoja no busca ser aleccionadora sino irritante para nuestras comodidades epistemológicas, para con nuestros acostumbramientos al definir lo que creemos es el Universo real que nos rodea.

Se trata de entender que la diferencia, que no es una cosa, y la relación que permite esa diferencia, y que tampoco es una cosa, genera “dos cosas” que, a esta altura, resulta difícil concebir simplemente como “cosas” efectivamente existentes.

Pensemos en la madre y su hija. ¿Es la madre por ella misma como lo sería una cosa, o lo es por la hija? La misma pregunta se puede hacer con esta última: ¿es hija por sí misma o por su relación con la madre?

Madre e hija, que parecen ser seres independientes, que comen alimentos diferentes, que respiran moléculas de oxígeno diferentes y que van a tener historias diferentes, no serían madre ni hija si cada una no estuviera determinando a la otra. Esto es: “madre” e “hija” definen relaciones antes que personas individuales.

La gravedad, por su lado, será una relación que desaparecerá y con ella toda una visión del mundo y sobrevendrán consecuencias biológicas. Por esta razón, Sarah tratará de establecer relaciones nuevas, acercándose a la idea de lo ingrávido viendo la televisión cabeza abajo, o leyendo libros al revés… incluso leyéndolos desde el final hasta el principio. Entender, en definitiva que el Universo tiene múltiples formas de ser y no sólo las que la Tierra nos da.

Pero, al mismo tiempo, esa intuición de lo ingrávido fomenta una revaloración de lo terrestre, empezando por la gravedad: un tipo muy especial de relación entre el planeta y aquellas partes de sí mismo que no sólo viven sino que también razonan.

Es por esto que los astronautas deberán filmar imágenes de paisajes de la Tierra que ellos mismo extraigan de los arroyos y bosques de abedules que rodean a “Star City”, la ciudad creada por Rusia sólo para astronautas, como paso previo para el lugar de lanzamiento: Baikonur.

La Tierra es lo que es por nosotros y nosotros —la mayoría de los humanos que jamás volaremos tan lejos— somos quienes somos por este, nuestro viejo planeta rocoso. Y así parece reconocerlo Stella al leer una carta de la madre y ver, por la ventanilla del ómnibus que los trae de regreso (la cámara también se queda abajo) al planeta Tierra en el vigoroso esplendor y belleza de la vida.

 

«Proxima» (2019)

 

Recordando vínculos

En este mundo de relaciones, los astronautas del proyecto Próxima deben llevarse hasta un kilo y medio de objetos personales… Vemos cómo Sarah va cargando su caja con diferentes elementos que son especiales para ella porque le recuerdan a la hija: “Toda mi vida terrenal debe caber en una caja de zapatos”, se dice a sí misma mientras se prepara para el aislamiento biológico antes del lanzamiento.

Entre los objetos que selecciona, por ejemplo, va un gallo de bádminton… no conocemos su historia porque así como es imposible meter toda una vida en un kilo y medio de materia, tampoco se puede hacer en el espacio de una película, pero ese gallo así como la valva de un caracol y otras cosas, hablan, precisamente, de lo vasta que puede ser la vida de una persona y que nunca podremos llegar a conocer.

Y la pregunta que surge aquí es ¿cuánto espacio ocupa una vida? o, más genéricamente aún: ¿cuánto espacio ocupa la vida? Ninguno: es un entramado infinito de relaciones que no viene ni va a ninguna parte y que, en cierto sentido, es ilocalizable si uno atiende a los flujos de materia y energía que dinamizan la vida de la Tierra, y más etéreo aún es este tejido de relaciones si uno se enfoca en las preferencias, en los afectos y en el mundo psicológico de los humanos.

Por eso, porque la misión Proxima será de muy largo aliento en el camino a la conquista de Marte, es que nos vamos dando cuenta que lo único que quedará entre los astronautas y sus seres queridos serán las relaciones que la memoria se encargará de mantener vigentes.

No hace falta la madre de carne y hueso: sobra con oler el perfume de un suéter, como hace la hija de Sarah antes de abandonarse a la nada personal de ese sueño poblado de fantasmas shakespereanos que llamamos dormir…

El marido de Sarah —un astrofísico— divorciado de ella y que queda a cargo de la nena, llora ante el despegue de la nave y descubre, con la hija sobre sus hombros, el verdadero lazo relacional que la palabra “separación” había tratado de ocultar en la pareja. El juguete que Sarah compra para Stella. La vulgarización de su cara en imanes para heladeras.

El afecto que crece, tras tensos momentos de “ajustes de sintonía”, por Mike, son todos instantes en la nueva percepción de estructura de vínculos que reconstruyen la psicología de Sarah —que la llevan a un momento de profunda duda sobre su trabajo—, a lo que se le suman las tensiones lógicas de su preparación y la mera incorporación de una mujer a un ambiente normalmente “masculinizado”: todo esto sirve de apoyo a su femineidad, que se impone naturalmente con sus ritmos y donde brilla con luz propia en los muros, el retrato de Valentina Tereshkova: la primera mujer astronauta de la historia allá por 1963.

En este nuevo Universo de relaciones previo al lanzamiento (en esta nueva realidad) los astronautas deben afianzar esta noción en sus mentes: que en medio del espacio y aun en otro mundo, los vínculos físicos, visuales y auditivos, serán reemplazados por memorias más o menos frágiles y frágiles comunicaciones con la Tierra.

Es la misma ausencia de relaciones de las que se hablaba en Alien (Ridley Scott, 1979) cuando se afirmaba que en el espacio nadie nos oiría gritar y confirmando, de paso, que en ese espacio extraterrestre ciertas relaciones comienzan, efectivamente, a extinguirse.

El viaje de Proxima se parecerá, ligeramente al comienzo, pero cada vez con más intensidad, en un adelanto metafórico de la muerte. Los que quedan en Tierra generalmente hablan de sus muertos como habitando en un “arriba” indefinible que llamamos cielo, y los astronautas —padres, esposos o hijos— jugarán de alguna forma y desde el momento del lanzamiento, ese mismo rol de muertos virtuales… por lo menos hasta que vuelvan.

Si es que vuelven… porque si bien la muerte, aun aquí en la Tierra, es una puerta siempre abierta sin llave ni cerradura y entregada a la menor brisa que sople, sabemos que en las precarias condiciones de un vuelo espacial, se está al albur de cualquier vendaval que la abra o la cierre de un imprevisto portazo.

En Proxima asistimos a ese enjambre indefinido e interminable de relaciones y atender a ese mundo invisible —porque no tiene cosas— disuelve el peso de lo real y nos deja liberados (a nosotros y a los protagonistas en el filme) de lo que nos es impuesto como lo real.

Entre el cohete que se eleva y las miradas que ascienden con él y que lloran, se va desplegando el ingrávido y humano mundo del vínculo: el mundo del sentimiento, del recuerdo y del amor.

Náufragos arrojados a la playa de un planeta rodeado de una gran y hostil nada, buscamos la comprensión de que el acto de vivir es un largo viaje tan sólo para aprender a decir adiós.

 

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Tráiler:

 

 

Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.

“La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

 

*Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

Imagen destacada: Proxima (2019).

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