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[Ensayo] Serie «Las cosas por limpiar»: En la piel de una madre coraje

La primera temporada en Netflix de esta obra audiovisual dividida en diez episodios, a cargo de la realizadora estadounidense Molly Smith Metzler y protagonizada por las excelentes actrices Margaret Qualley y Andie MacDowell, ha sido uno de los mayores éxitos de audiencia en la historia de la famosa plataforma de streaming.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 24.10.2021

«Yo vivo para mi hija».
Alex

Con gran sensibilidad, Smith Metzter nos muestra la durísima odisea de la joven Alex para salir adelante junto con su pequeña Maddy tras abandonar a su esposo maltratador.

Una historia basada en el libro autobiográfico Maid: Hard Work, Low Pay and a Mother’s Will to Survive de Stephanie Land, que —más allá del retrato de una madre coraje— pone en evidencia las dificultades para sobrevivir de tanta gente en una nación que se considera avanzada; pone en evidencia las miserias de la sociedad yanqui —y por extensión de casi todo el mundo globalizado— que a menudo es injusta y discriminatoria.

Lo hace sin recrearse en las múltiples sombras de lo inhumano que rodean a Alex y buscando poner el foco en la luz —a menudo difusa— de la humanidad que aflora a pesar de tanta inmundicia.

Son muchas más las virtudes de esta obra audiovisual que acaba de estrenarse en la plataforma Netflix y ya es considerada por muchos —entre los que me encuentro— como una de las mejores series de este siglo: el excelente guion, la acertada puesta en escena, su estética juvenil…, y especialmente su reparto del que destacan los trabajos actorales de Margaret Qualley (soberbia como Alex) y de la veterana Andie MacDowell (quien es su madre real y también aquí en la ficción encarnando con brillantez a una mujer de naturaleza inestable).

Debo advertir que el análisis que sigue contiene necesariamente spoilers.

 

Asumir desde cero

Con poco más que lo puesto, Alex abandona el humilde hogar que comparte con Sean llevándose en plena noche a su pequeña Maddy de tan solo tres años de edad. Casi nada material (el coche, el móvil y poco más) y casi nadie a quien acudir puesto que su reducido círculo de amistades es común con ese hombre del que huye y su entorno familiar es desolador.

Su madre es una mujer volátil e inestable con trastornos psiquiátricos no asumidos y su padre un gran desconocido debido a su cobarde desinterés tras la prematura ruptura de la pareja por motivos muy similares a los que ahora ella vivencia, nadie más a quien pedir ayuda.

Así que acude a los servicios sociales en su busca de apoyos para encontrar trabajo —dependía económicamente de su pareja— y alojamiento. Desde el primer instante vivenciamos el agobio de su precariedad económica, las angustiosas cifras decrecientes que aparecen sobreimpresas cada vez que adquiere lo mínimo que necesitan para sobrevivir ella y su niñita.

Y logra empleo como mujer de limpieza en una empresa que demanda casi más que ofrece, la trabajadora ha de comprar los productos, vestirse sus ropas en trabajos de extrema suciedad, pagarse los desplazamientos… Una explotación normalizada, un chantaje de “o lo tomas o lo dejas” tristemente común en nuestra sociedad de la economía voraz.

Pero no es sólo el trato inhumano de la empresa, también ha de soportar el de la empleada veterana quien carga en la novata las peores tareas. Alex convertida en esclava por unas pocas monedas.

En cuanto a la vivienda, acepta alojarse momentáneamente en un centro para mujeres maltratadas. Acepta sin convencimiento por que en principio se resiste a asumir su condición como suele ocurrirle a tantas mujeres degradadas por sus parejas, ingenuamente cree que lo suyo no es maltrato.

Poco a poco va —vamos— asumiendo la realidad de su relación, el maltrato psicológico sufrido desde ya antes de quedarse embarazada. El miedo creciente a un hombre adicto al alcohol que en sus borracheras la somete a la violencia verbal y también física, violencia física no sobre ellas directamente pero sí en el hogar que comparten. Esa última noche, la niñita salió en brazos de Alex aún con pequeños trozos de cristal entre sus cabellos.

Y recibe el mazazo de la separación temporal de Maddy, se nos muestra la inhumanidad del sistema en una audiencia judicial en la que ella se presenta sin asesoramiento mientras que Sean acude acompañado por un abogado.

Alex que —como la mayoría de nosotros— nada sabe de los términos legales que allí se barajan, se siente indefensa en su incapacidad de entender esas palabras enrevesadas llenas de trampas que el realizador transforma en distante bla bla bla. Triste.

 

Hundidas

Ese golpe la abate totalmente, la vemos hundida sobre la alfombra de su nuevo hogar y es una compañera de maltratos quien la resucita con palabras cargadas de verdad:

“He estado en esta alfombra. Perdí semanas de mi vida en esta alfombra. Debes de levantarte de esta alfombra y debes pelear”. Y le deja claro que ha sufrido maltrato psicológico que es preludio del físico: “antes de morder, ladran. Antes de golpearte, golpean cerca de ti”.

Y le espeta: “¡Debes escarbar y sacarte la mierda de adentro, nena! Será mejor que empieces a enojarte por lo que te hizo”, interrogándole sobre lo que le enoja en general, consiguiendo así que saque la rabia escondida bajo su actitud tibia, bajo el rol adoptado de “buena chica”.

Resurge así la madre coraje que puede con todo por su hija, coraje que expresa siempre en un contundente: “yo vivo para mi hija”. Y asumiendo la enseñanza de la compañera se da permiso para ser “mala” logrando cobrar una deuda de una clienta que acabará siendo su amiga.

Y con la ayuda de la responsable del centro de acogida consigue apoyo legal y psicológico. Qué mujer esa, toda una potente luz en la oscuridad, ella también fue maltratada y ahora dedica su tiempo a acoger a otras víctimas ofreciéndoles su calor humano y experiencia.

Pero cada persona tiene su proceso, no es fácil desengancharse de la dependencia emocional con el maltratador y más si se comparten hijos. Le pasa a esa joven que la levanta de la alfombra y le pasará también a Alex tras un duro episodio con su madre.

Vuelve a caer al sentirse apoyada por Sean tras un grave ataque de locura materno que la deja en estado de shock. Ese apoyo de quien conoce como nadie su problema familiar se transforma pronto en dominio absoluto sobre su vida.

Alex de nuevo rebajada, de nuevo hundida en lo más hondo, su sentir se nos muestra brillantemente en la contundente imagen del desaparecer siendo tragada por el negro sofá de ese no hogar.

Una negrura profunda que tiene los orígenes en su infancia.

 

«Las cosas por limpiar»

 

Raíces endebles

Cae otra vez en la negrura por su vulnerabilidad emocional al vivenciar la peor cara de la madre. La madre endeble, una mujer que vive en su mundo fantasioso y con quien Alex mantiene una relación compleja en la que se mezclan la complicidad del maltrato sufrido por ambas y la necesidad de apoyo de la niña que muy pronto se vio forzada a ser adulta debido a la volatilidad materna llegando a la inversión de roles que tanto le coartó y le coarta en su día a día.

Madre e hija están aún unidas mediante un cordón umbilical malsano, una atadura emocional que Alex no puede o no sabe cortar y eso a pesar de que su madre a menudo se lo exige.

Y con el padre mantiene una relación muy distante, no le perdona su pasado maltratador ni su desinterés histórico. El hombre quiere acercarse ofreciéndole ayuda material como abuelo pero no la apoya en su reivindicación frente al esposo maltratador.

Sean y su suegro acuden juntos a las sesiones terapéuticas de grupo por su adicción al alcohol e incluso se ven como amigos fuera de ellas en la vivienda del joven.

Así, el padre observa en patética indiferencia la degradación a la que se ve sometida su hija y opta por justificar el daño cargando la responsabilidad en el alcohol y no en la persona que lo consume. Asumirla significaría reconocer su propia responsabilidad, es decir cambiar el fácil olvido en el que se escuda por aceptar el dolor y los maltratos infringidos a su exmujer e hija.

Ese doloroso recuerdo sí se despierta en Alex al ver escondida por miedo a Maddy en la simbólica cocina del fuego y el alimento del hogar. La historia se repite porque ella también reaccionó así la noche en que su madre huyó de casa.

Esa imagen la remueve y le da fuerzas para huir de nuevo con su pequeña, resurge la madre coraje.

 

Heroína solitaria

Alex tiene una gran capacidad para lidiar con todo, capacidad desarrollada como necesaria respuesta a la incapacidad materna y a la ausencia paterna. Lucha por posicionarse en el trabajo, por conseguir una vivienda digna, por apuntar a una buena guardería a su niñita.

Pero por esa manera de ser autosuficiente tiende a no a dejarse ayudar por los demás. Pide ayuda sólo a los servicios sociales.

En su actitud se muestra íntegra, no se miente a sí misma ni miente al otro, no se aprovecha de las generosas personas que aparecen en su vida: esa clienta adinerada con la que se enfrentó para cobrar sus honorarios o un buen hombre que está enamorado de ella. Actitud loable, pero entiendo que cuestionable en tanto que acaba perjudicando a su hija.

Así, lamentablemente se aleja de ese hombre entregado que mucho la respeta, se aleja a pesar de que empezaba a sentirse atraída hacia él, se aleja en gran parte por la coincidencia con el grave episodio de la madre que le arrastra a su destructivo pasado.

No ocurre lo mismo con la clienta de quien progresivamente acepta algunas ayudas como la de una excelente abogada para defender su caso que finalmente gana.

 

«Las cosas por limpiar»

 

Escritos y espacios

Alex inicia una nueva vida junto a Maddy en otro Estado de la Unión con la aceptación de Sean, quien a cambio podrá verla cuando quiera.

Va allí disfrutando de una beca universitaria para estudiar escritura creativa. Ese ha sido siempre su sueño, porque a Alex le gusta y se le da bien escribir.

La vemos en sus escasos momentos de respiro anotando impresiones vividas en un diario, especialmente sobre las sensaciones que le transmiten esas viviendas que limpia y en torno a las personas que las habitan.

Ella es extremadamente sensible a lo que “hablan” esos hogares, los siente como expresión del alma de sus moradores tal y como bien entendió Coco Chanel quien afirmaba que: “un espacio interior es la proyección natural del alma”.

Escribe sobre esa clienta amiga que se siente sola y desdichada a pesar de sus muchas posesiones materiales, sobre un matrimonio que vive totalmente separado, cual extraños en su gran casa, y sobre una pareja de ancianos que se aman y se cuidan…

Alex ve lo que hay, se comporta como una psicóloga espacial aconsejando y ayudando a sus clientas (todas féminas). Es significativa su empatía al acudir a la casa de una madre incapaz de desprenderse de los innumerables objetos —asociados a recuerdos y vivencias de sus pequeños— que saturan su vivienda, se ofrece con amable sabiduría: «Déjame ayudarte, si no, no podrán crecer».

Y esa sabiduría también late en la veterana que regenta el refugio para mujeres maltratadas, todos sus apartamentos están decorados con una pintura muy simbólica. Se trata de una joven vestida de rojo que observa un mar tranquilo desde la orilla, la imagen del necesario empoderamiento y la esperanza de nuevos horizontes.

En el caso de Alex, así ha sido tras superar grandes dificultades. Toda una madre coraje.

 

***

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Las cosas por limpiar (2021).

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