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[Ensayo] «Tipos duros»: Cuentos escritos al calor de un período intenso

Con un prólogo de Ramón Díaz Eterovic, estos siete relatos de literatura noir publicados en los Estados Unidos entre 1922 y 1941 presentan —por primera vez— una traducción al castellano efectuada por un equipo liderado por el académico chileno Marcelo González.

Por Juan Ignacio Colil

Publicado el 28.4.2022

Tipos duros es una selección de cuentos publicados en las revista Black Mask, en las décadas de la primera mitad del siglo XX. El volumen contiene siete cuentos y fue editado por el profesor de la Universidad Católica, Marcelo González Zúñiga, la traducción estuvo a cargo del equipo dirigido por Pablo Saavedra, y contiene además un prólogo muy interesante a cargo de Ramón Díaz Eterovic.

Este libro fue publicado por la Editorial Pan, en una sugerente edición con una portada adhoc. Tipos duros, asimismo, tiene muchas puertas por las que uno puede entrar.

La novela negra ya se ha convertido en un referente cultural por sí mismo, con sus propios códigos, sus propias influencias, y ya a estas alturas de las historia, pienso que se ha tornado en un modelo clásico.

Los protagonistas de cuentos y de novelas noir se han transformado en una especie de deidad antigua. Seres con poderes ocultos, con muchas personalidades y apariencias, que surgen donde uno menos los espera, que utilizan trampas y hechizos, pero que siempre serán reconocible por los mortales lectores.

Por otra parte, mientras leía los cuentos, pensaba de la época que nos hablan. Los cuentos están escritos en un presente absoluto, como si no existiera el pasado ni el futuro. Sus personajes y tramas están sumidos en la vorágine del día a día, pero aun así, estos textos se convierten en fuentes para estudiar la historia de un período, la mentalidad de una época.

Un período convulso que abarcó el nacimiento, auge y caída de un modelo, desde los famosos y locos años 20, la gran crisis económica del 29, el desempleo galopante, la inmigración y su oleaje de consecuencias, pasando por la época de la prohibición del alcohol, el surgimiento y el auge del fascismo, la guerra mundial y aquel descalabro que ahora nos parece que hubiese ocurrido en otro planeta.

 

Las mafias estaban desatadas

También este libro nos habla del fenómeno de las revistas pulp, y especialmente Black Mask. Leo que en sus mejores momentos llegaron a vender un millón de ejemplares, un millón. ¿Qué alimentaba a ese gran público? ¿Sentido del espectáculo? ¿El morbo? ¿Qué es lo que se vendía?, ¿qué es lo que la gente busca?, quizás siempre ha sido lo mismo, se admira la astucia de otros, la ambición desmedida, y por supuesto la caída.

Imagino que no todo lo que se escribía eran joyas, pero no estaban por redactar joyas. Lo suyo era alimentar a ese gran público ávido de historias, que estaban ocurriendo en ese mismo instante, en que las mafias estaban desatadas y no tenían ese tinte medio romántico y heroico con que las vemos a la distancia.

Eso por una parte, la contracara son esos escritores prolíficos, supongo que existía alguna regla que establecía cuento escrito, cuento pagado, algo así como el letrerito, de nuestros bares «servido y pagado». Se pagaba por palabra. Se convertían en verdaderas máquinas de contar historias.

He buscado información sobre los escritores seleccionados y cada uno de ellos tienen una obra generosa, amplia. Escribían novelas, cuentos, guiones, imagino que perdían la cuenta de los textos escritos, y estaban muy lejos de la idea del escritor como faro del mundo, que escribe una novela sobre sí mismo y está años hablando de la misma y de sus opiniones sobre los más diversos fenómenos sociales.

Estos escritores duros me los imagino más cercanos a una literatura vital, viviendo los mismos problemas de los demás, luchando por la sobrevivencia, siendo parte de una industria devoradora de brazos, en este caso, de brazos, cerebros, corazones o donde sea el lugar en que se aloja la literatura.

Escritores que trabajaban todo el día, directo a la máquina de escribir, tratando de aprovechar al máximo su tiempo. Imagino que eran textos plagados de erratas, pero la necesidad tiene cara de hereje. Ahí estaba su llave para la sobrevivencia. Una gran escuela Black Mask.

No había lugar para estar bloqueado, la famosa página en blanco no existía. Mención aparte creo que merece la única mujer seleccionada en este volumen, ya que imagino que ese mundo de crímenes y máquinas de escribir, era odiosamente machista.

 

Hambre de historias

Pero lo más importante de hoy, es que Tipos duros nos ofrece el difícil arte de la traducción. Creo que es un gran aporte, son muchas las generaciones que crecimos con las gilipolleces de los macarras.

Imagino que el trabajo del traductor se estrella contra muchas barreras, los modismos locales, temporales (no sé cómo llamarlos, hay que recordar que hay casi un siglo de distancia entre los textos y nosotros), expresiones que pueden ser muy cerradas y que uno como lector no alcanza a calibrar ese esfuerzo.

Y supongo que ahí reside el mayor mérito de la traducción, es hacer que desaparezca esa presencia. Si uno lee un libro y siempre está pensando en quién hizo la traducción o en los errores que pueden existir, quiere decir que la versión se convirtió en un problema.

Tipos duros es una gran puerta de entrada para conocer de primera mano la literatura de una época. Los personajes, sus motivos, los diálogos, las calles y sus sombras, el mundo del hampa. Cuentos escritos al calor de un período intenso, explosivo y para un público creciente, hambriento de historias.

 

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Juan Ignacio Colil (1966) es un escritor chileno autor, entre otras, de las novelas Un abismo sin música ni luz (Lom Ediciones, 2019), y El reparto del olvido (Lom Ediciones, 2017).

Asimismo, por el volumen Espejismo cruel (Editorial Los Perros Románticos, 2021) fue galardonado con el prestigioso Premio Pedro de Oña versión de 2018, que entrega cada temporada la prestigiosa Corporación Letras de Chile.

 

«Tipos duros», Marcelo González (editor)

 

 

Juan Ignacio Colil

 

 

Imagen destacada: Editorial Pan.

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