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[Entrevista] Ana María del Río: «Mi obra ha abrazado el cambio y la destrucción de patrones»

La autora de novelas tan recordables como «Óxido de Carmen» y «Siete días de la señora K», y quien es una de las narradoras que postula al Premio Nacional de Literatura 2025 —el cual se dirimirá a fines de este mes de agosto—, repasa las claves estéticas de su bibliografía, desde sus primeras publicaciones hasta su último libro, el elogiado texto de «Los años urgentes».

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 10.8.2025

La obra de Ana María del Río (1948) se ha instalado en nuestra escena de manera irrevocable. Con más de una docena de publicaciones, y títulos como La esfera media del aire, A tango abierto, Tiempo que ladra, Gato por liebre, su nombre es un referente indispensable en la literatura hispanoamericana, en la que la autora habita como artista hace ya cuatro décadas.

Con todo, los últimos años han visto traducciones de sus cuentos y varias reediciones, entre las que se cuentan los ya canónicos textos, Los siete días de la señora K  y Óxido de Carmen. Adicionalmente la autora ha publicado el volumen de cuentos Me he quedado con tu cadáver y una monumental novela: Los años urgentes.

 

«La identidad ahora es un albur»

—En Siete días cuestionas nociones como lo que entendemos por identidad en nuestra sociedad; lo que acompaña la dependencia y la liberación, los roles de género impuestos a punta de castigos y las expectativas sociales apostadas sobre el cuerpo femenino. Tanto en esa novela como en prácticamente toda tu obra, se exige la tarea de romper los estereotipos introyectados en pos de un proceso de individuación. Háblanos del difícil trabajo de llegar a ser quien uno es, considerando que las parejas (la aparente imposibilidad de armonizar) son una constante en tu narrativa.

—Sí, tienes razón las parejas son una constante en mi narrativa porque si no, ¿con quién?, ¿con quién se vive y se desvive uno? Pero precisamente esto tan difícil que es llegar a ser, llegar a vivir, y aún más, llegar a vivir en pareja, es una buena cosa.

¿Por qué? Porque el que sea difícil llegar a armar una pareja perdurable nace del cambio a todo nivel. Y en literatura, el cambio es el núcleo indispensable. Lo que no se mueve no tiene interés. El ‘se casaron y fueron muy felices para siempre’ jamás será una frase literaria porque no tiene movimiento, está ahí, quieta como un mueble, como una pared.

En nuestra sociedad, el cambio es un motor que ruge permanentemente. Un motor fuera de borda absolutamente necesario. Por supuesto, llegar a formar pareja es cada vez más difícil. Han cambiado todas las viejas ideas inamovibles acerca de la pareja del ‘señor y la señora’.

Hay —o está en camino ascendente a haber— liberación total de los roles de género, de las conductas esperadas de estos, de las denominaciones de mujer y hombre. Hay cambio total de estereotipos lo que convierte al proceso de individuación en la vida y de personaje en la obra en una aventura apasionante que puede salir caminando para cualquier lado.

Sí, mi obra ha sido principalmente rompedora de estereotipos principalmente sociales, y principalmente dentro de la clase poderosa porque es la que más se aferra a los motes y definiciones de por vida.

Mi obra ha abrazado el cambio y la destrucción de patrones y modelos precocidos porque ha glorificado a los personajes que se yerguen contra ellos aún a costa de sus vidas. Que es lo mismo que algunos jóvenes valientes están viviendo hoy día.

La identidad ahora es un albur, un camino, un proceso que se elige, y no es o no debe ser en absoluto un destino prefijado. Entonces, por esto siempre el camino de formar una pareja será espinoso, problemático, pero apasionante, sorprendente, y, sobre todo, lleno de una intensidad que me enamora como escritora.

 

«Aprendí a escribir escribiendo, equivocándome»

—Estudiaste literatura y la riqueza de los intertextos se filtra en tus textos: Kafka, Bombal, Woolf, por nombrar algunos. ¿Qué rol juega la lectura en tu trabajo?

—Claro que sí. En mis textos se filtran muchos intertextos de todo tipo exactamente porque mis lecturas son de todo tipo, desordenadas, ansiosas. Leo a picotazos, entusiasmándome por párrafos de autores famosos y desconocidos.

Leo mucho pero no leo ni con orden ni con anteojeras, como esas que les ponen a los caballos de carrera. Leo a saltos, hurgando en los libros tal como un empleado de aduanas mete la mano por una maleta, al azar, y toma un objeto, al azar. Esa lectura de cualquier cosa te hace encontrar muchas veces, frases, palabras increíbles.

Sí, Kafka, Proust, Woolf, Dostoievski, por supuesto, y también Joy Williams, Lispector, Peri Rossi, Bombal, Fosse, García Lorca, Davis, Keegan, Meruane, Costamagna, Suárez, Flores, Elphick, y tantísimos más.

Mis lecturas son en ciclón: un montón de párrafos provenientes de todos los libros, de todos los autores, de todos los países, pedazos de extensas sagas históricas y sucintas microficciones. No hago distingo. Mi sueño es entrar a una biblioteca, botar al suelo todos los libros de sus estantes-nichos mortuorios, tirarme con los ojos desnudos sobre el montón, y comenzar a abrir páginas de cualquiera, al azar.

Por supuesto, haber estudiado literatura en la Universidad Católica no quiso jamás que yo leyera así. Tampoco aprendí a escribir por las lecturas completas que tuve que leer. Aprendí a escribir escribiendo, equivocándome, llenando las hojas de cuadernos de relatos pésimos, ridículos o cursis, pero relatos al fin. Y sabiendo que no me detendría jamás, porque eso era superior a mí, venía demasiado de adentro como para desoírlo.

La primera vez que Adriana Valdés me hizo leer un relato mío en la clase de Estilo y Composición I, en la Facultad de Letras, en el Campus Oriente, fue apoteósico, porque ahí me di cuenta de que yo ya no me detendría en lo de escribir.

Sin importar cómo me fuera o qué pasara en mi vida, escribiría contra viento y marea y opiniones, y peros, y frases como ‘los escritores son unos muertos de hambre’ y ‘qué haces escribiendo, haz mejor algo útil’, etcétera.

Creo firmemente que escribir no es algo a lo que uno le pueda decir que no o dejarlo para después, como visitar a parientes difíciles o ir al dentista.

 

«Las maravillas y posibilidades de la vida actual»

Óxido de Carmen, publicada originalmente en 1986, denuncia los estigmas de clase que permean nuestra sociedad, la mofa ante el habla popular, las diferencias culturales que reflejan la inequidad en forma de ostentación y pobreza. A casi 40 años de ese retrato, ¿cómo han cambiado las cosas en nuestra sociedad chilena?

—Claro que han cambiado las cosas. Ya escasean cada vez más las matriarcas con una casona familiar gigantesca en la Avenida Brasil que tienen a toda la familia extendida viviendo con ella y además huéspedes que arriendan piezas. Sí, han cambiado para bien.

Ahora, felizmente, los jóvenes se han revestido de un halo proclamador de su ser en el mundo y son mucho más capaces de exigir respeto y consideración que antes. A pesar de no hablar mucho, han impuesto su voz en todo ámbito de cosas.

Creo que Chile con su envejecimiento demográfico es un país que tiene la obligación de oír el pulso y la voz joven. Hoy en día sería difícil que existiera un personaje como Carmen, que, a pesar de toda su fiereza, es raptada y devorada por las normas y estereotipos familiares tradicionales.

Sin embargo, el camino no está enteramente caminado aún. Aún quedan resabios de este patriarcado-matriarcado en sectores de nuestra sociedad.

Pero hay mucho más espacio, ventanas abiertas por donde arrancarse de él. Y estrados desde donde instalar otro reinado, el reinado de una generación nueva, joven, que no le tenga miedo a los cambios de todo tipo y que sepa asombrarse ante las maravillas y posibilidades de la vida actual.

 

«Ha llegado el tiempo del cese de quedarse callado»

—En la presentación de Me he quedado con tu cadáver (Desastre Natural, 2023), el volumen destaca la consolidación que consiguen los cuentos como conjunto. Las voces exhiben: «fragmentos de memoria que nos muestran una parte de ese Chile que carga con el peso de su historia. Y de su olvido». Has estudiado literatura y has trabajado como profesora. Además, has escrito extensivamente en el género infantil. Háblanos de tu noción de historia y del rol que cumplen los docentes hoy.

Me he quedado con tu cadáver (originalmente se iba a llamar Presente imperfecto, pero en la editorial arrugaron la nariz ante la gramaticalidad), es un libro que era necesario para la conmemoración de los 50 años de algo inconmemorable.

También es un libro depurado, en el que cada palabra está cargada de intención de rescate de una historia que no debe olvidarse, porque fue la historia gentilicia de todos los que supimos lo que era ser perseguido, tener miedo, esconderse, y, sobre todo, quedarse callado.

Ahora ha llegado el tiempo del cese de quedarse callado. No digo que en la actualidad no haya mordazas, pero estas no apuntan a cubrir muertes ni torturas, sino a una especie de justicia verbal que no denoste, que no discrimine, que no meta a las personas en una caja de huevos inamovible como es cualquier apelativo.

Me he quedado con tu cadáver no rescata casos de persecución y muertes, sino que hace subir a bordo a los dolores, las sensaciones, los temores y el modo subterráneo de vivir que se hizo común a todos en un tiempo pasado. Por eso es un libro —es primera vez que digo esto— muy bien escrito. Porque ha sido muy rumiado, muy masticado, muy digerido.

Y con respecto a tu segunda pregunta contenida en esta, sí, soy profesora, pero me he esforzado en enseñar como escritora. Y con respecto al género infantil —en el que algunos intentan vanamente meterme— es una esquizofrenia mía que amo, porque jamás yo escribiré para niños como una profesora, jamás armaré cuentos que tengan ni lejanamente, alguna intención didáctica.

Cuento cuentos que destapan, que muestran cosas sorprendentes a los niños sin empujarlos a ninguna conducta razonable o ‘normal’, sino, un poco al revés: para que vean los increíbles tesoros que acarrea una mirada divergente a la vida y a esta tierra tan asombrosa en la que vivimos.

 

«Las tres C, tan necesarias en una obra literaria: convence, conmueve, compromete»

—Tu última novela, Los años urgentes (Liz Ediciones 2024), es descrita por Mary Rogers como: «la historia de nuestra historia. Es el retrato de los años que muchas generaciones creen conocer y que la autora utiliza aquí como escenario para narrar el encuentro y desencuentro de dos seres humanos». Y tú comentaste que se trata de: «una novela de amor que sucede en un tiempo de odio». ¿De qué modo amplía este monumental trabajo tu exploración de los temas que más te inquietan?

—Esta novela gorda, de tapas rojas, duras, con letras doradas en la tapa, es el libro que siempre quise escribir. No sé si es o no mi mejor libro. Sé que es mi libro más querido porque en él se dan cita todas mis obsesiones, todas mis rebeldías, todas mis posiciones anti-normas, anti-estereotipos.

Todo lo no tradicional de mi ser se ha vertido en esta maratón literaria, como la llamó Javier Edwards con un único objetivo: contarla. Con esta novela me di el espacio para contar una tajada de vida que siempre me había negado, ya fuera la censura, ya fueran las exigencias de las editoriales, ya fuera una política represiva.

Sí, es una novela de amor, en un tiempo que, más que tiempo de odio, fue un tiempo en que surgió de pronto, una posibilidad de transformar el país con la que todos los chilenos habían soñado alguna vez. Un tiempo breve en que todo se comenzó a inventar de nuevo y que fue bruscamente amordazado y silenciado por la represión que todos conocemos y que caló en nuestro ADN.

Los años urgentes se me fue saliendo de las entrañas, tan tumultuosa, tan larga, retorcida y anhelante como es, en realidad. Todas mis banderas de lucha están encerradas en sus páginas y ondean, sí ondean gloriosamente. Y no me importó la longitud y no me importó excesivamente el equilibrio y no me importó el cómo iba a ser recibida.

Sí aplaudo la valentía de la editorial que me la publicó, Ediciones Liz, que en un tiempo pandémico en que fallaban los pulmones de las personas y la producción de papel en el mundo agonizaba, acometió su publicación sin vacilar.

La recepción de los lectores me llena de calidez el corazón. Porque ha sido total, irrestricta, conmovedora. Es una novela que creo cumple con las tres C, tan necesarias en una obra literaria: convence, conmueve, compromete.

Fue lanzada nada menos que en la bancada de la derecha del Congreso Nacional, lugar icónico para lanzar una novela que habla precisamente del período en que el poder político de la derecha en manos de un grupo de militares y civiles predominó irrestrictamente, con las dolorosas consecuencias que todos vivimos.

Lanzarla allí fue democracia pura, diálogo y esperanza para el futuro político que nos aguarda.

 

 

 

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión, Corral y La casa de las arañas, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, la novela bilingüe En la isla/On the Island, y el conjunto de poemas Atisbos.

Traducciones de sus textos han aparecido en las revistas The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Los años urgentes» (Ediciones Liz, 2024)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Ana María del Río.

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