El último libro de la multifacética autora chilena —titulado «Fogosa oscuridad de las flores» y editado por Cuarto Propio— corresponde a la constatación de una muerte de las raíces identitarias (las de uno, las de los árboles, las de la estirpe), en una estética literaria donde solo persisten la palabra para abrir o cerrar los mundos, tanto de la vida como de su contrario en la oscuridad.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 25.9.2025
Fogosa oscuridad de las flores (Cuarto Propio 2025) es la última obra de Verónica Quense, fotógrafa, poeta y cineasta, oriunda de Valparaíso.
Siempre poniendo el ojo en las tensiones sociales donde se entrecruzan los feminismos, las disidencias sexuales y sus diversas estratificaciones (plasmadas en fotografías, cortometrajes y documentales), Verónica muestra ahora su faceta de escritora con un conmovedor y descarnado volumen, compuesto por dos secciones que permiten rescatar una verdadera constelación familiar particular y, por extensión, nacional.
En palabras de la poeta Isabel Larraín: «muchos géneros y estilos arman esta polifonía que evoca un colectivo que va mucho más allá de un hablante poético en busca de algo parecido a sus raíces».
Larraín elabora: «Fogosa oscuridad es la constatación de la muerte de las raíces, las propias, las de los árboles, las de la estirpe. Solo persiste la palabra, la poesía para abrir o cerrar los mundos».
«Puse palabras a mi dolor»
—El volumen comienza con el enfrentamiento de la muerte en su aspecto más brutal: en la morgue. A continuación las palabras van creando, con el dolor que traspasan, una serie de homenajes, que comienzan con el del padre… El volumen contiene los títulos Último negro de sus ojos y Fogosa oscuridad de las flores. ¿Planeaste la forma que tomaría este libro?
—El volumen comienza con el enfrentamiento de la muerte en su aspecto más brutal: en la morgue. A continuación las palabras van creando, con el dolor que traspasan, una serie de homenajes, que comienzan con el del padre.
Con todo, los poemas de Último negro de sus ojos fueron escritos tras la muerte de mi padre. En una cama, postrada. Fueron seis meses sin poder hacer otra cosa más que leer, escuchar música y escribir. Dos hernias en la columna se hicieron presentes con un dolor desgarrador.
La razón psicodélica de éstas: imposibilidad determinante de no haber conversado con mi padre antes de su muerte. Nuestra ruptura sucedió a mis nueve años y me alejé para siempre. Los poemas. Imaginaba que su alma andaba dando vueltas cerca de mi parálisis y que podía leer lo que escribía. Puse palabras a mi dolor.
Los poemas de la segunda parte, de Fogosa oscuridad de las flores, son recopilación de poemas posteriores.
«Escribo sin pensar mucho en lo del género»
—¿Cómo transitas entre géneros? En tu carrera has fluido por distintas artes y aquí, aunque el volumen aparece bajo el catálogo de poesía, muchos textos son narrativos, algunos podrían leerse como microcuentos.
—Puedes tener razón y sean narrativos algunos, no me había percatado. La verdad es que escribo sin pensar mucho en lo del género, a veces las palabras caen en unas especies de crónicas o especulaciones bulliciosas respecto a lo social o político y otras en la poesía, donde el casi silencio debería llenar el casi desierto.
Y su traza se enmarca en períodos diarios o de meses o de años. A veces no hay siquiera un aroma de ella y esos momentos han sido tiempos bien trastornados a decir verdad. Tiempos que me comen las tripas.
Pero cuando anda cerca, me convierto en un ciruelo en flor. Suave rosado que se bambolea con la brisa tibia. La ansiedad desaparece. Como digo en el poema «Volvió» (creo que así se llama), la poesía siempre está ahí, solo que hay que abrirle la puerta. El problema es que muchas veces pierdo la llave.
Malú Urriola: «Fue mi hermana y su voz hablante es parte de mi intimidad»
—¿Qué constelaciones te interesan? Aquí vemos un tributo al linaje familiar, padre, madre, hija y, también, un reconocimiento más amplio que habla de una noción de tradición y pertenencia, con referencias a Malú Urriola, Eugenia Brito. ¿Cómo dialogas con esta idiosincrasia?
—Es importante entender que la muerte del padre me lleva a la infancia y al tiempo de la dependencia familiar por lo tanto también al respectivo futuro que son las hijas. Aunque creo que solo en dos textos hablo de ellas. En El último negro de sus ojos me sumergí en un pasado determinante, ese que me hizo ser lo que soy. Había que mirarlo de frente y ponerle palabras. Como una terapia.
La Malucita fue mi maestra y a su poesía acudo. Siempre hay un libro suyo en mi velador. Ella me recordaba que yo era poeta. ‘Que no se te olvide que eres poeta’, me decía. Y eso significaba que debía cerrar ciclos, seleccionar, ordenar, corregir y ojalá publicar.
Ella creaba comunidad. Su sonrisa abierta y su mano tibia nos apiñaba. Y yo como otras tantas, quedamos resguardadas en esa comunidad. Fue mi hermana y su voz hablante es parte de mi intimidad.
«Todo es devorado por la noche»
—En este trabajo lidias con el fenómeno de la muerte. El grito, el dolor, los objetos que nos acompañan en el duelo, los hábitos mundanos que salen en auxilio con su banal consuelo, como un partido de fútbol, y la disociación que acontece: «reemplazarse a sí misma / pasar por otra… resguardarse». Muchos poemas reflejan la distorsión del tiempo que nos lleva a las ruinas, a la caída, a los escombros, y nos enrostran la imposibilidad de encontrar las palabras adecuadas en momentos límite.
—Cómo se podría no lidiar con la muerte cuando es lo único probablemente posible. La caída del sol y la desaparición del mundo. Todo es devorado por la noche.
Tal vez queda algún susurro, alguna canción musitada al oído de un hijo, algún aroma a manzana asada, alguna pequeña piedra al fondo de un arroyo que mira pasar el cielo una y otra vez, mientras morimos millones de veces.
Y este tiempo, el que corre ahora, está bañado en sangre de niñas y niños asesinados por un gobierno desquiciado que quiere acabar con todo. Esto hace que tengamos que descubrir nuevas palabras para salvar la vida, para definir un mundo donde al menos, la belleza y la alegría sean un derecho inalienable para nuestra infancia.
Del volumen:
En las calles de la ciudad más fría
intentando calentar sus veredas
andarán ellas
mis hijas
ensayando tan lejos de mí
la vida.
Pobres moscas parecieron nuestros ojos
dando vueltas y chocándose entre sí
sin osar a lanzarse al paisaje
ni a subir la mirada a los pájaros que nos abandonaban.
***
Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).
Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión, Corral y La casa de las arañas, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, la novela bilingüe En la isla/On the Island, y el conjunto de poemas Atisbos.
Traducciones de sus textos han aparecido en las revistas The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
«Fogosa…» (2025)
Nicolás Poblete Pardo
Imagen destacada: Verónica Quense.