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«Epitafio en una triste madrugada»: El banquete de la oligarquía

Apenas se produjo el acuerdo alcanzado durante la madrugada de este viernes, de cómo zurcir la Constitución de Augusto Pinochet, el alborozo cundió entre el empresariado, la élite social y el casi fenecido Sebastián Piñera, cuyo epitafio quedó en suspenso. Hasta ahora, por pudor, nadie se atreve a escribirlo: se sabe que durante la noche de ese día estuvo a punto de renunciar y de marchar al exilio, lo exigían el presidente de la Sofofa y el embajador de Estados Unidos, si es que no se llegaba a una solución.

Por Walter Garib

Publicado el 16.11.2019

“En la madrugada del 15 de este viernes, se aprobó la corrección de estilo y ortografía de la Constitución de 1980”, me refiere un colega, cuya sabiduría admiro. Después, a modo de consolarme, habla de las bases de un concurso de epitafios que pueden ser solicitadas en las oficinas del Congreso de Valparaíso o en las Intendencias de todo el país. Los acuerdos alcanzados en la madrugada de este viernes 15, sobre la elaboración de una nueva Constitución Política, estimulan la creatividad.

Se trata de un concurso de epitafios, auspiciados por el Congreso de Valparaíso, el gobierno y la funeraria “Tiempos mejores”, cuyo premio principal consiste en un ejemplar de la Constitución de 1980. Además, se incluye el funeral gratis del ganador, desde luego cuando muera, siempre que el día del veredicto se encuentre vivo. La idea, aun cuando es sombría en este punto, provoca la creatividad y permite darse a conocer en las letras chilenas. Nuestra producción literaria sobre el tema es llorona, salpicada de cursilerías, donde la ausencia de humor es notoria. Las bases son sencillas y se solicita un epitafio por concursante, de no más de quince palabras, donde es preciso exaltar y expresar bonitos recuerdos del difunto. Los trabajos deben ser inéditos en su totalidad, enviados por correo electrónico al Congreso de Valparaíso y el autor puede participar con seudónimo.

En síntesis, se trata de una reflexión sobre la vida y la muerte, lo cual habla bien de la actividad, impulsada por las máximas instituciones del país, mientras día a día sentimos la presencia de la parca. Pienso concursar, pues también hay diez premios de consuelo y los epitafios escogidos se van a publicar en un libro, ilustrado por eximios dibujantes de nuestra plástica, con una tirada inicial de 300 mil ejemplares. Sobre el tema, hay libros que recogen infinidad de epitafios y como aún estoy vivo, pienso cual me gustaría que pusieran en el frío mármol de mi sepultura. Nada de palabras rimbombantes, lastimeras o la sobada cursilería, para exaltar al difunto. También imagino el epitafio de la clase política de Chile, el cual debe ser escrito por quienes fueron traicionados en estos días de multitudinarias protestas. Si lo desean, me los envían a la dirección de Cine y Literatura, gesto que agradezco de antemano e incluyo una selección en una próxima crónica. Igual, deben participar en el concurso de la funeraria “Tiempos mejores”, empresa que tiene sucursales a lo largo del país. Me atrevo, después de consultar el libro Epitafios del buen amor, cuyo autor se oculta bajo el seudónimo de “Sepulturero de la vida”, escribir el siguiente epitafio: “En este sepulcro blanqueado, yacen los restos de la república y de quienes pudiendo hacer más, hicieron menos”.

Apenas se produjo el acuerdo alcanzado de madrugada este viernes, de cómo zurcir la Constitución de Augusto Pinochet, el alborozo cundió entre el empresariado, la oligarquía y el casi fenecido Sebastián Piñera, cuyo epitafio quedó en suspenso. Hasta ahora, por pudor, nadie se atreve a escribirlo. Se sabe que durante la noche del viernes estuvo a punto de renunciar y marchar al exilio. Lo exigían el presidente de la Sofofa y el embajador de Estados Unidos, si no se llegaba a una solución sobre la Constitución de 1980, donde los cambios sólo serían de puntuación, eliminación de las disonancias y las frases hechas.

Concluido el acuerdo, los participantes en el contubernio, que nada tiene que ver con turnio, aunque hay de por medio cierta maliciosa similitud, posaron para tomarse una fotografía, igual a las que se sacan los cursos al finalizar el año escolar. Sí porque la historia las exige, para enriquecer la posteridad. Así en 50 o más años, donde todos sus integrantes van a estar muertos, unos recordados mediante epitafios y otros no, las generaciones futuras puedan conocer en los semblantes de estos curanderos trasnochados, el grado de su convicción política, dueños de la gran marmita donde van a parar los restos de los banquetes de la oligarquía.

Volvamos a los epitafios, razón de esta crónica, destinada a ayudar a nuestros lectores y lectoras, si van a concursar. La fecha de cierre está prevista para enero de 2020 y el veredicto será anunciado a mediados del 2022, cuando concluya la corrección de estilo de la constitución. Siempre los epitafios deben hablar bien del difunto, aunque se trate de un malandrín. Nadie va a denostar a sus padres o abuelos, aunque por ahí se puede deslizar la fugaz ironía, si se trata del o de la cónyuge. Al menos salvemos en medio de tantas desgracias olor a humo, el prestigio de la institución del matrimonio, pilar de nuestra sociedad.

 

Walter Garib Chomalí (Requínoa, 1933) es un periodista y escritor chileno que entre otros galardones obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 1989 por su novela De cómo fue el destierro de Lázaro Carvajal.

 

Walter Garib

 

 

Crédito de la imagen destacada: Reuters.

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