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Escritor Javier Méndez Guillier: «Por algo se produjo el estallido, era evidente que en algún momento ocurriría, y las redes sociales cumplieron un rol crucial»

A poco de lanzar su cautivante ópera prima, la novela «García o el arte de mirar», el también abogado nacional dialogó con el Diario «Cine y Literatura» sobre el país de hace trece años (al cual intentó retratar en su novela), y lo mucho que ese vodevil humano y postmoderno se asemeja -en cuanto a semilla y obra dramática en construcción- al Chile que se trizó de cuajo el 18 de octubre de 2019, en su apego a una virtualización desmesurada de las relaciones interpersonales.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 13.1.2020

García o el arte de mirar (Cuarto Propio, 2019), primera novela de Javier Méndez Guillier (29), nos presenta a su protagonista, Juan Andrés García, un desenfadado, hasta cierto punto desorientado joven en busca de sentido. Su lugar en el mundo es inestable y se encuentra asediado por los bombardeos emocionales y sociales que le ha tocado vivir. Jugando con el Bildungsroman y aprovechando esta estrategia para hacer una representación de nuestra sociedad con su particular idiosincrasia, García… es una exploración en torno a la experiencia. Pablo Azócar comenta: “García va de rudo por la vida, pero tiene la delicadeza de llorar con Arthur Cravan, poeta y boxeador, y evocar a Marcial: ‘Quiero un lecho tibio, pero casto’”.

A pesar de que García es su primera novela, Méndez fue becario de la Fundación Pablo Neruda y ya había tenido publicaciones en poesía (como en la colección “Parque Mapocho”, de Mago Editores).

 

-Háblanos sobre el sentimiento de amargura que trabajas en tu novela y de su protagonista.

-A pesar de que la historia tiene su inicio en un momento de intensa amargura del protagonista, en donde incluso padece dolores físicos, se trata sólo de un lapso, una valla que García quiere sortear cuanto antes. La amargura puede convertirse, según el temperamento, en un espacio de complacencia e incluso regocijo, una forma de evasión. No concibo a García como un ser amargo, sino todo lo contrario, alguien que se inclina por la vitalidad. Creo que todos los personajes que admira, desde el enfermero Gengis Kan, pasando por el Cuidador de autos, Daniela y Betsy, e incluso Alberto, el escritor a quien se encuentra en la cárcel, tienen grandes reservas de vitalidad. Imagino que una de las causas de esta entrada melancólica de García, en que se ve en medio de una charla que lo deprime, doblando tapas de cerveza con los dedos, mientras los demás discuten y se recrean, tiene mucho que ver con la inamovilidad y asiduidad de la situación. Él es un aventurero, un capitoso, que tiene que vivir una modernidad que no lo seduce para nada, es por eso que tiene que hacer grandes esfuerzos por salir de la nostalgia. Es por eso también que me pareció esencial comenzar el texto con un García decaído, que de a poco encontrara pequeñas redes con que asomar la cabeza de la zozobra. Sin embargo, él también es un precipitado, y ciego como es, decide aferrarse a Daniela solamente, la red más inasible. Dostoievski dijo que incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor, y me gustaría creer que es cierto.

 

-En García… hay una crítica a la superficialidad de nuestra realidad. Su protagonista se pregunta por “una experiencia genuina”, refiriéndose a las redes sociales como amenaza…

-Claro, situé al libro hace un poco más de una década atrás justamente para evitar lidiar con WhatsApp, Twitter, Instagram y otros. En ese momento todo era una amenaza, ahora estamos hasta el cuello. Quizás tendría que haber puesto a García a paliar su soledad buscando citas en Tinder. En su defensa, no creo que García sea apocalíptico, pero (y a pesar suyo) una traza importante de su personalidad, tiende a la nostalgia. Es por eso que concibe las relaciones mediadas por redes sociales y demás, como algo frío, algo que se padece. Pero por otra parte el es un desenfadado (al menos lo intenta) y sabe no tomarse esta amenaza muy en serio. Es parte de su lucha interna. Entonces como herramienta, como coraza, aparece su exageración. Por él estaríamos mejor incluso sin telégrafo. Una de las partes que recuerdo con más cariño es cuando García se sube al techo de la clínica de Camacho a mirar las estrellas, y comienza a hablar contra los científicos. Si no recuerdo mal, por poco se pone a rezar.

 

-La estructura familiar es erosión pura en García... La madre ha sido “arruinada por los libros de Deepak Chopra”; el padre, condenado por delitos bursátiles…

-Qué bueno que advertiste ese punto. García está abrumado y, como ya hemos dicho, forcejea a grueso modo entre la nostalgia y el desenfado. No sería difícil suponer que una causa importante de su estado se debe a la estructura familiar de la que hablas, en que supongo ambos padres son víctimas de la modernidad de una forma terrible. Sin embargo, el deploraría que alguien le dijera esto, es decir, que tiene que lidiar con una especie de mochila emocional producto de una familia erosionada, o algo por el estilo. Se haría el desentendido. A pesar de su supuesta liviandad para con las cosas en la vida, él pone una carga muy fuerte sobre sus hombros, es dueño de una ética que me parece un lastre formidable. Y necesita urgente una dietética para su espíritu. Al escribir no quería que la razones por las que García comienza padeciendo quedaran explícitas, y por lo mismo era un desafío que tuviera que codearse con especialistas de la psicología. Además, tampoco yo estoy muy seguro de aquellas razones. Es un atentado a la literatura revelar todas las causas, se hace difícil ahondar en un personaje al que le ponemos una etiqueta, un diagnóstico.

 

-Los personajes femeninos son complejos, por decir lo menos. Ya tenemos a la madre, luego vemos a la pareja del padre, una mujer que al protagonista le parece “mucho más chiflada que su propia madre”. Está también Alicia, la psicóloga. Por otra parte, vemos a Daniela, con un matiz distinto; con madurez y muchos más años que el protagonista.  ¿Cómo concebiste a estos personajes?

-Con la madre de García siempre supe cómo lidiar, tenía al personaje, y las intenciones detrás de este, muy claras, no así con Daniela. Se habla y se caracteriza mucho a la madre chilena como una persona en exceso apegada a sus hijos, una “criadora de mamones”, dicen los más ácidos. Yo quería todo lo contrario para García. A propósito, contaré una anécdota que me ocurrió hace unos días. En una entrevista de radio (la única que he dado) hablando del amor que siente García por Daniela, me dijeron: “ah sí, se enamoró de una mujer mayor porque buscaba a la madre, algo típico del macho chileno”. Todo lo contrario, a lo que imaginaba al plantearme al libro, si quería a una madre despiadada era para blindar a García de aquella tradición del apego a la chilena. Quería a un García sino resuelto, al menos emancipado. Además de injusta, la opinión me parece insostenible en relación a García, y sobre todo me parece un insulto hacia Daniela, o hacia cualquier mujer de la que uno, o cualquiera, podría enamorarse. Como bien dices, Daniela tiene un matiz muy distinto, y en relación a las demás mujeres que aparecen en el libro (quizás sólo con excepción de Rebeca, la tía de García) podríamos hablar de ella de modo elogioso. Y quizás, o por sobre todo, por las sugestiones, o seducción, que de ella tenían que emanar, se convirtió en uno de los más difíciles. He llegado a la convicción de que, al escribir, se tiene mayor posibilidad de éxito desde la experiencia, y las experiencias amorosas son deformaciones, lindas deformaciones.

Por eso un personaje que enamorara a García (y que además tuviera ciertas resonancias en el lector) era un desafío grandísimo, y debo admitir que no construí del todo a Daniela como personaje, con ella jugué un poco al misterio. Parece una buena tipa, digamos casi excepcional, puesta al lado de las arpías que son su madre y la nueva pareja del padre de García, sin embargo, a niveles más profundos y en toda su suficiencia hay momentos en que incluso puede resultar envanecida. Eso de juntar a García con la Luján, ex de ella, y usarlo para ayudar a Adán, el aturdido hijo de ella, me parece de locos. Por otra parte, el tema de la edad siempre fue crucial, García es un observador nato, y de critica fácil, alguien que no tiene problemas en encontrar pequeñas fisuras en los demás. Razón suficiente para enlazarlo con una mujer adulta, alguien que no fuera como Luján, que es casi una niña emocionalmente.

 

-La ciudad de Santiago también es protagonista, con sus distintos barrios y sus diferencias sociales y de clase. ¿Qué añadirías al dibujo que haces en esta novela, con la actualidad del estallido social, considerando que en ella hay una preocupación social y de clase?

-Sí, ese es un tema que pulí mucho. En la primera versión todo era muy localizable, y no sé si para bien o para mal, lo moderé. Pienso que el estallido social muy bien podría haber ocurrido en el contexto del libro, es decir aproximadamente 13 años atrás. García se mueve en un ambiente acomodado, pero tiene la cualidad de poder permear en todos lados, algo que (según los que entienden del tema) en este país es comparativamente más difícil que en otros. Es así como en la novela se habla de barrios acomodados en que los niños pueden andar en bicicleta, en jardines de planificación urbana, privados de pestilencias, junto a domicilios sin parear que respingan sus tejados sobre un pavimento sin agujeros, y por otra parte se habla de los trabajadores del retail que suben a trabajar al mall, subiéndose a la micro después del trabajo, como una “comunión de gente cansada: composición de pieles maltrechas y de almas perdidas en busca de consuelo.”

También se retrata a unos niños que limpian los parabrisas de los autos que suben a trabajar a Cerro el Plomo, calle de lindas oficinas, y que ávidos se instalan a comer sándwiches en un café del sector invitados por Adán, imponiendo cierta incomodidad en el cuadro, incluso en los meseros que los atienden. Puede que estos retratos sean algo descarnados, pero bueno, por algo se produjo el estallido, era evidente que en algún momento ocurriría. A mi gusto las redes sociales cumplieron un rol crucial, porque las condiciones son las mismas que hace 13 años, razón por la cual no creo que añadiría mucho al respecto.

 

-Goethe, Shakespeare, Teresa Wilms Montt, Vicente Huidobro, William Blake, García Lorca, Cioran, Freud, Séneca, son algunos de los referentes literarios que la novela convoca, ¿Cómo te posicionas frente a esta tradición? ¿Cuál es tu diálogo con ella? ¿Qué lecturas te resuenan hoy?

-De los nombrados solo con Shakespeare, Huidobro, Cioran, y en menor medida, con Séneca, tengo cercanía el día de hoy. Shakespeare es como una catedral, un coloso, ojalá habláramos todos como ahí se habla. De él no disfruto sus historias, sino el uso del lenguaje y la prestancia de los personajes. Detrás de ellos hay ríos de filosofía y también de vitalidad. Es admiración pura, deleite. Sin ir más lejos estoy seguro de que el temperamento de Hamlet me influyó mucho en la escritura de García. A propósito, el libro que más me gusta de Cioran es uno que reúne sus entrevistas. Es una maravilla. Ahí cuenta una anécdota que me gusta: Estaba Cioran en Francia, casi recién llegado a la universidad, no conocía a nadie y a la hora del almuerzo se sienta en su mesa un profesor de deportes, o algo así. “Puedo comer con usted”, le pregunta el profesor, y Cioran le dice: “pero claro, ¿por casualidad es usted Shakespeare?”. El otro, sorprendido, le dice que no, entonces Cioran haciéndose el ofendido se levanta de su mesa y se va. Es cosa de imaginarse la fama que se hizo en su primer día. Se le ha acusado de pesimista, pero tiene un humor soberbio. Además, era un deportista formidable, un temperamento enérgico, recorrió en bicicleta todo Francia, leerlo me da fuerza. Y los títulos de sus libros son un acierto. Huidobro, tiene algunas poesías muy buenas que el tiempo y la vanguardia, sobre todo la vanguardia, no han podido dejar atrás. Hoy en día, y hace ya algunos años, me tiene entusiasmado Albert Cossery, escritor egipcio que vivió casi toda su vida en el último piso de un hotel en París, con lo mínimo. Es quien más está presente en mis lecturas. No me lo puedo sacar, los diálogos de García o el arte de mirar le deben mucho. Por último, siempre trato de tener a los clásicos cerca, últimamente a Homero y Ovidio con altas preferencias.

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura y académico de la Universidad Andrés Bello, y su última novela publicada es Sinestesia (Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2019).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«García o el arte de mirar» (Editorial Cuarto Propio, 2019)

 

 

Javier Méndez Guillier

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Crédito de la imagen destacada: Javier Méndez Guillier.

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