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[Estreno] «Un sueño extraordinario»: Empatía con el espectador

La realizadora canadiense Shelagh McLeod dirige este filme protagonizado por Richard Dreyfuss, y el cual se exhibirá desde el próximo jueves 21 de enero a través de las plataformas de streaming de Hoyts y de Cinemark.

Por Ezequiel Urrutia Rodríguez

Publicado el 18.1.2021

El 20 de julio de 1969 será de esas fechas que no morirán ni en mil años. Ese día, la tripulación del Apolo 11, compuesta por el comandante estadounidense Neil Armstrong, y su compañero, el piloto Edwin F. Aldrin, despegarían su nave desde la base en Cabo Cañaveral, volviéndose, ante las miradas de 600 millones de personas, en los primeros hombres en caminar sobre la Luna.

Fue ese “Gran Salto” que hasta el día de hoy marca su huella.

Justamente, es esta noción de trascendencia que la directora canadiense Shelagh McLeod, 52 años después de dicha hazaña, trasmite a través de este relato, en que este abuelo, viudo, que claramente fue de aquellos que pudo presenciar los eventos en Cabo Cañaveral, se ha postulado para ganar el honor de ser el primer pasajero en un vuelo comercial al espacio. Esto, pese a que la Fuerza no lo acompañe mucho.

El punto de partida de esta película va de plasmar en dicho personaje la dicotomía entre tales aspiraciones y las etapas que implican ese pequeño paso, volviendo la travesía de este personaje una bandera de lucha para todo aquel que busca cumplir sus anhelos.

Claro, estamos en un tiempo en que la palabra “sueños” ha sido tan profanada que resulta entendible la ola de nihilismo que podemos encontrar, más aún, luego de todo el carnaval de consumismo que la “autoayuda” generó en las letras, frases como “el universo conspira a tu favor” que solo atrapa al lector en la ilusión de ser el “elegido” en una profecía que se inventó el solo.

Pero afortunadamente, McLeod deja bastante claro las diferencias entre la dedicación y la charlatanería, arco por el que además esta historia no solo es un apasionada épica para la realización de su personaje, sino que también es una fuerte carta para obtener la estatuilla, si la Academia la recibe en sus filas.

Por supuesto, no soy miembro del jurado de los Premios Oscar. Solo digo que, de postular, esta película tiene suficiente madera como para ganar el galardón.

Y he aquí mis razones:

 

Un cálido ambiente hogareño

Algo que parece habitual al retratar la vida de los adultos mayores es ese cuadro en que vive en casa de sus hijos, formando en el proceso un lazo todavía más fuerte con su nieto.

En este espacio, McLeod aprovecha dos elementos para componer un acogedor cuadro para la audiencia (con ese toque agridulce tan característico del periodo). El primero de ellos, brindando ese amargo sabor a vino que nos recuerda a la realidad, el complicado contexto en que los jubilados se desenvuelven, con pensiones que no ayudan a nadie, la presión de un cuerpo en deterioro, y la cereza del postre, la vuelta a la dependencia.

Al mismo tiempo, tal dependencia le recordaría al espectador lo tentadora que resulta la solución fácil para los matrimonios cuando se trata de afrontar la tercera edad de un familiar, en que la imagen de los “Centros de Retiro” aparece como esa respuesta a una responsabilidad que, tal vez, no serán capaces de afrontar.

Aunque la cruel ironía que McLeod nos revela de estos centros de retiro, más considerando el alza de la población en Tercera Edad, y por ende, la demanda, apunta sin piedad a los endeudamientos y engorrosos planes de pago, volviendo la solución hasta más pesada que solo cuidar a los adultos mayores.

Claro, estamos en un país libre y cada quién ve qué hacer con su plata. ¿Pero qué pasa si quedas cesante? El remate de ese mal chiste llamado “libre mercado”, y que McLeod no pasaría por alto.

Por otro lado, ya pensando en lo que respecta a la fotografía, y por ende, el segundo elemento de McLeod, tenemos este juego en la paleta de colores que dualiza los tonos tierra con estos espacios fríos, así como esa iluminación blanquecina que cubre a nuestro protagonista, especialmente en dicho asilo. ¿Qué quiero decir con esto?

En primer lugar, tenemos esta combinación de tonos marrones complementado con difuminados en amarillo, una conexión a lo natural impulsada a la alegría y al dinamismo. Con esto es que se complementa la idea del descanso en nuestro ambiente, con las implicancias de la vida doméstica y todo el ajetreo que eso significa (cualquiera que haya criado cuatro hijos podría hacerse la idea).

A su vez, otra característica de estos marrones es que te permiten conectar con viejas memorias, que al mismo tiempo se convierten en partes esenciales de ti mismo. Elemento que resaltaría bastante bien en las tomas de la cochera, sitio donde el protagonista guarda sus cosas personales.

En segundo lugar, ya hablando del asilo, es impactante, y hasta cegador, el peso que dan al tono blanco, desde las paredes, las cortinas translúcidas, y hasta aquel destello que cubre a nuestro protagonista desde la ventana. Una sutil indirecta de que, por así decirlo, está llegando al final de la vía.

Esa decisión en la paleta capta el concepto que afronta el protagonista, siendo abandonado por su familia por considerarlo una carga. Pero paradójicamente, refleja este segundo significado del color blanco. Su libertad. Porque ahora que vemos que ha perdido todo, queda claro que ya no tiene nada que perder.

 

Un pequeño paso     

Para todos los que hemos realizado nuestras ambiciones, tenemos bastante claro que todo logro da comienzo con ese “pequeño paso”, idea que nuestro personaje captaría con algo tan simple como entrar a su PC, iluminado por el destello de la pantalla, nuevamente, cargado de esta aura de libertad que lo incita a ir por su Gran Salto.

Obviamente, no podría existir proeza si no hubiese obstáculos en el camino, y qué más claro para cortar su viaje al espacio que su avanzada edad, junto a su delicado estado de salud. Es hasta entendible que, bajo estas limitantes, las posibilidades de ganar este sorteo sean casi nulas.

Ante esto, y considerando la popularidad de frases como las de Coelho, hubiera sido sencillo vender la ilusión de que nuestro protagonista es especial, y que si le pone “suficientes ganas”, sin duda podrá ganar. Pero justo por eso es que esta obra tiene puntos para el Oscar, porque es una pieza aterrizada, no idealiza a su personaje, y a través de sus mismas limitaciones es que va construyendo su camino.

Bajo esta idea, es loable que el director haya sabido aprovechar la característica fundamental de su personaje, relacionándola de manera natural con el objetivo que busca. Su experiencia en la ingeniería, y su pericia para hallar un problema que muchos descuidaron.

Resultaría así que este filme conecta con cierto incidente ocurrido en la ciudad de Springfield, Estados Unidos, donde tras un derrame de hidrógeno en una autopista compuesta de oolito, impulsado además por el frío del invierno, esta no soportaría el peso de los automóviles y se destrozaría, marcando un precedente en la ingeniería local.

Es así como conocemos al impulsor de este concurso, un importante inversionista, cuyo sueño siempre fue crear la primera línea comercial de vuelo espacial. Y nuevamente, su personaje recalca lo importante del trabajo ante cualquier emprendimiento.

Pero al mismo tiempo, este personaje nos recuerda que en el camino, como cualquier ser humano, van a existir errores, y una de las cosas que tenemos que hacer ante estas situaciones es saber reconocerlos.

Y esta es otra de las razones por las que postularía esta pieza a Mejor Película, porque habiendo tanto trabajo que se dedica a adular al espectador, con personajes cuasi perfectos, que no fallan, y que si hacen algo mal, es por un bien mayor, es admirable lo acertado que fue McLeod con estas decisiones. Es el tipo de cosas que permite a la audiencia empatizar con tus creaciones.

Y es cierto, no soy jurado de los Oscar, pero aun con eso presento mi apoyo a esta película, porque es una experiencia que sabe tocar su tema. Le recuerda al espectador lo que significa tener un sueño, a la vez que ilustra todo el sacrificio que eso significa. Y en una época en que todos quieren que el universo conspire a su favor, realmente se aprecia que alguien diga: si quieres hacer algo, hazlo bien.

Cabe agregar, es imposible para mí no recordar las palabras de mi profesor de música en el Liceo de Aplicación, quien siempre solía decir: no existe el talento, no existe la Divina Providencia; todo se logra con trabajo y esfuerzo. Enunciado que esta película no podría captar más a fuego.

 

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Ezequiel Urrutia Rodríguez (1996) es un joven escritor chileno nacido en la comuna de San Miguel, pero quien ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo.

Es autor del volumen Kairos (Venático Editores, 2019) su primera obra literaria, y la cual publicó bajo el pseudónimo de Armin Valentine.

También es socio activo de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) y licenciado en educación y profesor de educación básica de la Universidad Católica Silva Henríquez.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Ezequiel Urrutia Rodríguez

 

 

Imagen destacada: Un sueño extraordinario (2019).

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