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«Facundo», de Domingo Faustino Sarmiento: El terror hecho realidad

Este clásico de la literatura argentina y sudamericana del siglo XIX -y en especial el fragmento que se ofrece a continuación- construyen narrativamente dos caras de la misma moneda: la de la violencia ejercida sin pudor desde el poder político, por un lado, y la justificación y la exculpación del horror, como método expeditivo tanto de la justicia revolucionaria, como de su anverso conservador o reaccionario a fin de defenderse.

Por Yanina Giglio

Publicado el 8.11.2018

Analizaremos el siguiente fragmento de Facundo (1845), que aparece al final del capítulo titulado “Guerra social – Chacón”, prestando especial atención a los detalles y al texto del cual forma parte. Daremos un particula énfasis a todo lo referido al terror y a la construcción de los personajes de Facundo Quiroga y del dictador Juan Manuel de Rosas.

 

“Es inaudito el cúmulo de atrocidades que se necesita amontonar unas sobre otras para pervertir a un pueblo, y nadie sabe los ardides, los estudios, las observaciones y la sagacidad que ha empleado don Juan Manuel Rosas para someter la ciudad a esa influencia mágica que trastorna en seis años la conciencia de lo justo y de lo bueno, que quebranta al fin los corazones más esforzados y los doblega al yugo. El terror de 1793 en Francia era un efecto, no un instrumento; Robespierre no guillotinaba nobles y sacerdotes para crearse una reputación ni elevarse él sobre los cadáveres que amontonaba. Era un alma adusta y severa aquélla que había creído que era preciso amputar a la Francia todos sus miembros aristocráticos para cimentar la revolución. «Nuestros nombres—decía Danton—bajarán a la posteridad execrados, pero habremos salvado la República.» El terror entre nosotros es una invención gubernativa para ahogar toda conciencia, todo espíritu de ciudad, y forzar al fin a los hombres a reconocer como cabeza pensadora el pie que les oprime la garganta; es un desquite que toma el hombre inepto armado del puñal para vengarse del desprecio que sabe que su nulidad inspira a un público que le es infinitamente superior. Por eso hemos visto en nuestros días repetirse las extravagancias de Calígula, que se hacía adorar como Dios, y asociaba al imperio su caballo. Era que Calígula sabía que era él el último de los romanos a quienes tenía, no obstante, bajo su pie. Facundo se daba aires de inspirado, de adivino, para suplir la incapacidad natural de influir sobre los ánimos. Rosas se hacía adorar en los templos y tirar su retrato por las calles en un carro a que iban uncidos generales y señoras, para crearse el prestigio que echaba de menos. Pero Facundo es cruel sólo cuando la sangre se le ha venido a la cabeza y a los ojos, y ve todo colorado. Sus cálculos fríos se limitan a fusilar a un hombre, a azotar a un ciudadano; Rosas no se enfurece nunca; calcula en la quietud y el recogimiento de su gabinete, y desde allí salen las órdenes a sus sicarios.”

 

En este capítulo, Facundo, victorioso, toma Mendoza y manda a fusilar a los prisioneros unitarios, traicionando el convenio. Como consecuencia de esta victoria, Mendoza se barbariza y decae cultural, educativa, social y económicamente. “Guerra social – Chacón” parece una condensación de analogías sobre el uso del terror por parte de quienes detentan el poder. Sarmiento, valiéndose del recurso de rigurosidad histórica para generar un efecto de verosimilitud, traza paralelismos y relaciones entre las figuras de Quiroga y de Rosas (considerando a este último un continuador del primero), así como también entre Calígula y Rosas, y entre Maximilien Robespierre, quien señalaría: “El terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible. [1]” y Facundo Quiroga.

La barbarie en Facundo es un concepto, una abstracción de la realidad. Asociada al campo en la primera parte de esta novela-folletín-ensayo, Sarmiento nos la presenta como estática, espacial, geográfica, natural. Pero pronto deviene inmaterial, determina el espíritu de sus habitantes, los gauchos; la muestra como una mentalidad. Quiroga como paradigma de este modo de ser: «Facundo no es cruel, no es sanguinario; es el bárbaro, no más, que no sabe contener sus pasiones, y que, una vez irritadas, no conocen freno ni medida; es el terrorista que a la entrada de una ciudad fusila a uno, y azota a otro, pero con economía, muchas veces con discernimiento [2]”. Esta cita parecería una ironía, después de tanto registro de la ferocidad, la crueldad de muchos de sus actos, Sarmiento redime a Facundo, nos presenta una imagen “humana”, mitigada, inocente antes que vil. La barbarie, además, se identifica con América Latina, España, Asia, Oriente Medio, el campo, los federales, Facundo y Rosas. Mientras que la civilización es asociada a Europa, Norteamérica, las ciudades, los unitarios, al general Paz y a Rivadavia.

 

Diferencias y semejanzas entre los personajes de Rosas y de Quiroga

Facundo es un gaucho, provinciano, símbolo de lo bárbaro, avaro, lúbrico, entregado a sus pasiones, valiente y audaz. Rosas no tiene más que una pasión o necesidad: la sangre humana y la autocracia. Sabe usar las palabras y las formas para alcanzar sus deleznables fines. Facundo: “sólo es cruel cuando la sangre le ha venido a la cabeza y a los ojos” [3], es impulsivo y pasional. Rosas, hijo de la culta Buenos Aires (sin serlo él), de corazón helado, espíritu calculador para un súper estanciero abocado a reproducir su hábitat rural en el ejercicio del poder público, es decir, presto a organizar el despotismo con toda una inteligencia maquiavélica. Jamás se enfurece: “calcula en la quietud y en el recogimiento de su gabinete [4]”, desde donde imparte las órdenes a sus sicarios. Asimismo, el autor muestra a Rosas como un heredero de Facundo: ambos son monstruos – caudillos y, según Sarmiento, representan la barbarie que deriva de la naturaleza y la falta de civilización presente en la región.

Para concluir, diré que este capítulo construye narrativamente dos caras de la misma moneda: la del terror desde el poder político. Por un lado la justificación y exculpación de la violencia en Facundo y en Robespierre como método expeditivo de justicia revolucionaria y contrarrevolucionaria. Por otro, en el anverso (casi de curso legal), Sarmiento denuncia un Rosas tirano, caníbal (Calígula) que nos remite, entrelíneas, a los crímenes políticos no cometidos por agentes del Estado, sino por una suerte de órgano parapolicial, la Mazorca, vinculado al club de adherentes rosistas, llamado Sociedad Popular Restauradora.

 

Citas:

[1] https://es.wikipedia.org/wiki/El_Terror

[2] Facundo, Domingo F. Sarmiento, Ediciones Libertador, Buenos Aires, 2010, pág. 198.

[3] Facundo, Domingo F. Sarmiento, Ediciones Libertador, Buenos Aires, 2010, pág. 199.

[4] Idem anterior.

 

Yanina Giglio nació en Buenos Aires, Argentina, en 1984. Lectora serial que escribe, investiga, experimenta y vuelve a empezar. Incansable. Apasionada por el desarrollo de procesos creativos.

Ha realizado estudios en Ciencias de la Comunicación Social en UBA. Es miembro fundador de Odelia editora. Coordina talleres de lectura y escritura creativas. Actualmente estudia Artes de la Escritura en UNA y el posgrado “Escrituras: Creatividad Humana y Comunicación” en FLACSO.

Publicó: Abrapalabra: licencia para hablar (Entrelíneas UBA, 2014),  La Do Te (Editorial Alción, 2015), Recuperemos la imaginación para cambiar la historia -Antología- (Proyecto NUM-Editorial Mansalva, 2017) y Liberoamericanas. 80 poetas contemporáneas -Antología- (Editorial Liberoamérica, 2018).

 

Una edición de «Facundo» con prólogo a cargo de Ricardo Piglia

 

 

Yanina Giglio

 

 

Crédito de la imagen destacada: El escritor y pensador argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811 – 1888).

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